lunes, 2 de mayo de 2011

Sevilla. 30 de Abril de 2011. Dios bajó a la Tierra y se encarnó en Manzanares...

Dicen que cuando uno no encuentra las palabras para explicar un acontecimiento suele ser porque lo que siente o lo que ha visto ha sido tan incomprensible y grande que su alma, su corazón y su cabeza se encojen y se quedan durante unos días sin sentido. Han pasado casi dos días ya y sigo sin encontrar las palabras que justifiquen todo lo vivido el sábado en la Maestranza de Sevilla. Llegué anoche, ya de madrugada, de la capital hispalense. Y como deseaba en mi anterior crónica, me traje la maleta llena de ilusión y buen toreo. Sobretodo buen toreo. José María Manzanares paró el tiempo en sus dos toros. No se puede torear más despacio y mejor. No se puede sentir el toreo con más verdad. Con esa cadencia y despaciosidad propias de José Mari. El torero de Alicante me hizo saber con más fuerza todavía que en este mundo no hay nada más bonito que ver torear bién. Que merece la pena haber nacido y estar en este mundo sólo por ver lo que ocurró en La Maestranza. Manzanares y el toro "Arrojado" de Cuvillo provocaron un delirio en la plaza que jamás había vivido en mi vida. Y estoy seguro que en la de muchos aficionados. Ese toro que hizo tercero fue sublime. Descomunal en su embestida. José Mari le dió hasta setenta y un muletazos. Por abajo, templados, cadenciosos, profundos. Con el cuerpo roto de arte. Acompañando cada muletazo con una expresión corporal sin límites. Rompiéndose en cada embestida. Ligando, acariciando, saboreando los olés de los que allí estabamos presentes. Emocionándonos y emborrachándonos de pasión desatada. En un momento de la faena los pañuelos alfloraron en el tendido. Y como chispa que prende la llama, aquello contagió a los allí presentes y ya no hubo marcha atrás. La plaza era un clamor. Un delirio. Casi un manicomio. Cundo minutos después el presidente sacó el pañuelo naranja, ya no había vuelta atrás. Se acababa de escribir una de las páginas más importantes de la historia. Por primera vez desde que el mundo es mundo se indultaba un toro en Sevilla. Jamás había ocurrido algo igual. El precedente había sido un novillo del Marqués de Albaserrada lidiado en 1965 por Rafael Astola, de nombre "Laborioso". Los más críticos decían, entre la emoción que reinaba en esos momentos, que no había sido para tanto. Cierto es que el de Cuvillo no hizo un excelente tercio de varas y que incluso hizo un amago de rajarse en la fase final de la faena, cuando se aculó en la puerta de cuadrillas. Pero Manzanares lo volvió a citar y galopando recorrió media plaza hacia el torero, que le esperaba en el centro del ruedo para seguir recreándose con él. Qué más da. El toro fue extraordinario, duró muchísimo, y el torero lo toreó como los ángeles. Era una fiesta al toreo bueno. A la bravura. Al arte de torear. Poco importaban ya esos detalles. Ni siquiera los pocos enganchones que sufrió la muleta de José Mari. Este dió la vuelta al ruedo acompañado por Alvaro Núñez del Cuvillo entre los aplausos y el fervor del gentío. Inexplicable. Al sexto, que también fue extraordinario y que tuvo una profundidad en su embestida descomunal le cortó dos orejas en otra faena sublime. Con el mismo aroma que la del tercero. Manzanares salió ayer de La Maestranza como figura indiscutible. Ya lo era. Hoy lo es todavía más si cabe. José Mari es, junto a Morante, el torero predilecto de la afición sevillana. Y es que para torear bién no hace falta ser de Despeñaperros para abajo, como siempre han dicho los viejos aficionados. El torero de Alicante dedicó la tarde a su padre, a su mujer Rocío y a todos sus seguidores, entre los que me encuentro. Es uno de mis toreros predilectos desde que empezó. Siempre estará en mi olimpo particular de toreros preferidos. Mi otro torero, Morante de la Puebla, no tuvo suerte. Su primero, que fue sobrero de Cuvillo al devolverse por inválido el titular, se reventó en el caballo. Complicado y con genio, terminó siendo más débil incluso que el anterior. Aún así, Morante le enjaretó tres series con la derecha que levantaron al público de sus asientos. Recibió una ovación como premio a su labor. Con el quinto no tuvo opciones pues el toro resultó imposible. Parado, sin fuerzas. Mala suerte la del torero de La Puebla del Río. Es justísimo destacar las tres verónicas y la media que le dió al primer toro de Julio Aparicio en el quite. Una de esas verónicas duró un siglo. La gente se levantó de sus asientos y rompió a aplaudir en un presentimiento de que la tarde iba a ser grande. Y tanto que lo fue. Julio Aparicio no estuvo nada más que en un quite que le hizo a su primer toro. Verónicas con enjundia que fueron aclamadas por el respetable. Se le fue el extraordinario toro primero, que sin ser tan excelente como el primero, podía haber propiciado un triunfo sonado a Julio si éste hubiera estado en estado de gracia. Era un toro de veinticinco o treinta muletazos buenísimos. Sin tanta duración como el indultado pero muy bueno también. Con el cuarto nada de nada. Aparicio no está. Creo fielmente que tras la brutal cornada que sufrió el pasado año en Madrid ha perdido el sitio. Y cuando un toro, o una cornada, te quita el sitio, es difícil reponerse. Hay que pensar en ello. Para salir así es mejor no salir. Veo bién que por circunstancias que no vienen al caso no vaya a Madrid este año. Ojalá se recupere pronto y vuelva a hacernos disfrutar con su toreo "arrebatao" y artista. La corrida tuvo tres toros extraordinarios -primero, tercero y sexto-, y tres que no valieron -segundo, cuarto y quinto-. Y esto es lo que sucedió el sábado en Sevilla, en mi primera visita a la Plaza de Toros de La Real Maestranza de Caballería de Sevilla. Una tarde que no olvidaré mientras viva. Una tarde en la que las musas invadieron el alma de José Mari Manzanares. Una tarde en la que Dios decidió bajar y hacerse hombre. Una tarde en la que mereció la pena estar vivo y por la que siempre daré gracias.

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