domingo, 25 de diciembre de 2016

Dámaso, el grande...

Siempre he sido muy de Dámaso González. Reconozco que me costó entrar en su tauromaquia. En mis primeros años de aficionado, cuando apenas contaba con diez primaveras y empezaba a fijarme en esto de los toros, siempre veía en Dámaso a un torero desaliñado, sin mucha planta precisamente de torero, pequeño y de movimientos poco estilizados. Pero el tiempo siempre acaba poniendo a cada uno en su sitio y a mí Dámaso me puso en el mío. Fue aquel inolvidable 2 de junio de 1993 en Las Ventas de Madrid, en la corrida en la que el diestro albaceteño compartió cartel con Luis Francisco Esplá y Oscar Higares con toros de don Samuel y doña Manuela Agustina López Flores. Aquella tarde ví a un hombre pequeño templar y mandar sobre dos toros de imponente alzada y pavorosos pitones. Le vi templar como a nadie había visto antes en mi vida. Le ví meterse entre los pitones de Pitero, aquel torazo de Samuel que hizo cuarto y que le sacaba una cabeza al enjuto torero de Albacete. Cómo no sería aquello que a pesar de matar fatal a aquel toro, el público de Madrid le dió una oreja. Una oreja merecidísima que sabía a despedida, ya que Dámaso se retiraba de los ruedos aquel año, aunque después volvería de nuevo. Y dirán ustedes que por qué les cuento esto. Muy sencillo. Hace unos días se le concedía a Paco Ojeda el primer Premio Nacional de Tauromaquia. Quede claro desde aquí que me parece muy bien que se lo hayan dado al torero de Sanlucar de Barrameda, por su gran trayectoria y su magnífica aportación a la Tauromaquia. Pero parece ser que a mucha gente se le ha olvidado que antes de Paco Ojeda estaba Dámaso González. Se ha dicho que el premio a Ojeda ha sido porque revolucionó la Tauromaquia en su momento, gracias a que acortó las distancias entre toro y torero, creó lo que se denominó y se denomina el "parón" y puso de moda el toreo encimista de corta distancia. Sí. Ojeda practicó esa tauromaquia en el momento de mayor esplendor de su carrera. Pero es que eso ya lo venía haciendo Dámaso mucho tiempo atrás. Tanto que el torero de Albacete había sido el primero en hacerlo. De echo, Paco Ojeda ha reconocido en varias ocasiones que bebió de las fuentes del "damasismo" para configurar su tauromaquia. Incluso el maestro Antoñete llegó a decir alguna vez que su toreo mejoró sobremanera a raiz de ver el simple y único movimiento de giro de cintura entre muletazo y muletazo que realizaban Dámaso y Ojeda. Porque Dámaso, aparte de inventar el toreo de cercanías, fue de los primeros que empezaron a ligar los muletazos sin apenas movimiento entre ambos. Pero a Dámaso no se le ha reconocido lo suficiente todas sus aportaciones a la Tauromaquia. Estoy convencido de que si hubiera nacido en Madrid o Sevilla en los años 20, ahora estaría al nivel de los mismísimos Joselito y Belmonte e incluso por encima de ellos. O si por el caso hubiera sido contemporáneo de Manolete, quizás el gran Califa de Córdoba se habría visto superado una vez sí y otra también. Alomejor el problema es que Dámaso es pequeño, humilde, no muy agraciado físicamente y de Albacete. No es andaluz, ni muy estilizado en su figura, ni tampoco se relaciona con la cúspide del toreo. Me da pena que a un torero tan grande como él no se le haya reconocido como se merece y como lo que ha sido en el toreo: un auténtico revolucionario. Un auténtico precursor de una forma de entender el toreo que luego han seguido muchos toreros hasta la actualidad, Ojeda incluido. Dámaso ha sido probablemente el torero con más valor que ha habido en el toreo, junto con José Tomás.Y no lo digo yo, que lo pienso así a pesar de que no soy nadie en el toreo, sino muchos que saben más de toros y que han visto muchos más toreros que el que aquí escribe. Pero Dámaso es Dámaso y nunca se las has ha dado de nada. La humildad ha sido su mejor amiga y aliada durante toda su vida y quizá eso ha sido lo que le ha mantenido al margen de todo y de todos. El día que se retiró definitivamente de los ruedos se fue a su sitio de siempre, a su Albacete, a su pequeña finca a las afueras de la ciudad. Y ahí empezó una vida junto a lo que más ha querido: su familia y los toros. Raro es verlo en una plaza, salvo en su Albacete y en la Feria de Septiembre. Año tras año ocupa su barrera del 2, muy cerca del burladero de matadores y año tras año un sinfín de matadores y novilleros brindan sus faenas al maestro. Por algo será. Supongo que a él, como a mí, le quedará el consuelo de que los que realmente saben de esto, los que se han puesto y se ponen delante de la fiera cada tarde y se juegan la vida, reconocen su enorme valía y sus méritos como gran figura del toreo que ha sido. Con todos mis respetos hacia el maestro Paco Ojeda, ese premio debería haber sido para usted maestro. Pero ya no importa. Los que le hemos admirado y le seguimos admirando no necesitamos de premios para reconocer su enorme valía, tanto dentro como fuera de la plaza. Será difícil que alguien iguale algún día todas y cada una de las virtudes que usted ha atesorado. Y digo difícil por no decir imposible...

A continuación me he permitido el lujo de transcribir la crónica que de aquella tarde de junio de 1993 escribió el gran crítico taurino de El País Joaquín Vidal. Y lo he hecho porque emociona cómo alguien de la categoría periodística de Vidal habla del maestro Dámaso González sin tapujos y sin pelos en la lengua, emocionándose él mismo y emocionando a los lectores,  reconociendo lo que muchos llevaban gritando una eternidad. Chapó por Joaquín y chapó por Dámaso en aquella tarde histórica del San Isidro del 93. Que la disfruten...

JOAQUÍN VIDAL
Dámaso González brindó el cuarto toro al público a modo de despedida, pues es el último que toreará en la feria de San Isidro. Quizá también sea el último que torea en Madrid. El fundador del toreo contemporáneo dice adiós y deja que la torería en masa desarrolle sus enseñanzas. Pero sin que él lo vea. Pues debe de ser duro contemplar cómo unos hacen lo que llaman el parón, otros se ponen a empalmar pases de pecho, aquel va de maestro, este de profesional, todos labran fortunas, y resulta que no pasan de ser un burdo plagio del toreo que inventó el señor don Dámaso, sin darse tanta importancia ni llevarse la caja de los cuartos.
Toreaba don Dámaso al primero de la tarde -una hermosura de toro, un espectáculo en sí mismo, trapío que no lo superaría la Nao Capitana con su velamen desplegado al viento; torazo cuajado, enmoriillado y hondo, lustroso en su pelaje castaño chorreao, por delante par de astas pavorosas-; toreando se lo pasaba don Dámaso para acá y para allá, igual de tranquilo que si fuera la becerrita, y decía la afición que lo hacía fuera de cacho, que metía el pico. Y era verdad. Pero esa es la escuela donde ha aprendido la inmensa mayoría de los toreros. Algunos han llegado a hacer del toreo de don Dámaso un calco, y la única diferencia apreciable sería que son más altos, más rubios y más con los ojos azules.
Lo único que no han conseguido copiarle es el toro. O sea hacerle al toro de presencia y potencia el toreo que inventó don Dámaso. Su última lección en la feria de San Isidro la dictó, precisamente, a un toro así; un torazo que dibujó Daniel Perea para La Lidia -aquella revista de los tiempos heroicos del toreo, jamás superada-, y se había escapado de la lámina para venir a este fin de siglo, sentar sus reales en el ruedo de Las Ventas y poner una nota de anmacronismo en el toreo contemporáneo.
El toreo de hoy con el toro de ayer, ¡calla, corazón! ¿Se puede entender eso? Pues sí, se puede entender viendo al veterano maestro, pequeñito y desastrado, cruzarse ante la fosca cara del torazo que rebufaba altivo echándole el aliento por encima del flequillo. Y luego le presentaba la muletilla obligándolo a humillar y pasar, el buido pitón rozándole los alamares. Y si el toro se resistia a embestir, lo retaba metido en su terreno, -excitaba su fiereza imprimiendo un movimiento pendular a la pañosa, que el toro seguía, sus astas inmensas oscilando de lado a lado, con el torero chiquitín en medio. Fue impresionante.
La corrida entera. tuvo gran emoción por los torazos que saltaron al redondel y por la valentía de los toreros. Toros mansos, de los que huyen despavoridos al sentir el castigo; toros corretones, de los que galopan espantadizos. Algunos espectadores tomaban por bravura sus arrancadas súbitas, cuando se trataba, en realidad, de la típica reacción de los toros mansos. Ven de lejos el enemigo y se lanzan a por él furiosos, pero al tenerlo cerca les entra el miedo en el cuerpo y escapan alocados. Le ocurrió a Esplá en el quinto, que se le arrancaba de parte a parte de la plaza, posiblemente porque lo creía desarmado y desasistido, y entonces el torero aceptaba el ataque, le ganaba la cara, prendía el par de banderillas y salía de la suerte andandito, en tanto el toro acusaba el castigo y buscaba el refugio en otros pagos.
Un alarde de facultades, mas también de conocimiento de los toros y de los terrenos desplegó Esplá en ese tercio de banderillas. Sólo que las enganosas reacciones del toro equivocaron al público y tomándolo por bravo -cuando en realidad desarrollaba traicionera mansedumbre- minusvaloró el trasteo dominador que le dio el diestro.
Hubo toros mejores. Por ejemplo el segundo, cuya nobleza estuvo por encima de los derechazos desligados que le instrumento Esplá. O el tercero, boyantón, aunque muy dificultoso pues no paraba de gazapear. Óscar Higares consiguió quitarle el vicio por el procedimiento de ejecutar un toreo muy hondo y muy serio. Sus tandas de naturales, largos y templadísimos, provocaron clamores, y aún se permitió el lujo de desplegar toda la teoría del ayudado en su versión más pura. Estuvo a punto Higares de salir por la puerta grande, y lo hubiese conseguido, seguro, si no llega a precipitarse en el sexto toro, al que quizá por este motivo ya no templó.
Todo el mundo lo lamentaba, porque esa habría sido la mejor rúbrica al gran espectáculo que constituyó la corrida entera. Una corrida, además histórica, en la que había dictado su última lección magistral el fundador del toreo contemporáneo. Aunque, quién sabe: quizá el día menos pensado vuelva. Y se ponga otra vez delante de un torazo pintado por Daniel Perea, y reemprenda las clases con aquel famoso "Decíamos ayer...".


viernes, 9 de diciembre de 2016

La delgada línea...

Entre ser un periodista o un aficionado irracionalmente exigente y ser antitaurino hay una línea muy delgada. Y si no decirme en qué se diferencian dos personas para las que nada de lo que se hace en el ruedo o en los despachos está bien y que encima quieren y desean que la Fiesta se acabe. Porque estoy convencido de que muchos de esos aficionados hipermegaexigentes firmarían mañana mismo para que se acabara esto. Y todo por no ver jamás a los ocho o diez toreros y ganaderos que están ricos y que mandan en esto. Y por supuesto a los empresarios que parten el bacalao y que a todas luces tienen la culpa de todo.
Cuando un periodista taurino o un aficionado se sienta frente al ordenador a escribir la crónica de una corrida está sólo ante el papel digital. Y en esa soledad no hay nadie que le frene. Se siente libre de escribir lo que le dé la gana. Es entonces cuando puede salir lo mejor o lo peor del susodicho porque entre otras cosas va a hablar de otras personas.
Cuando un periodista taurino o un aficionado se sienta frente al ordenador a escribir la crónica de una corrida lo más sencillo es ser subjetivo. Extremista. Dejarse llevar por sus gustos particulares. Por sus amistades con tal o cual ganadero. Con tal o cual torero. Lo fácil en ese caso es descargar toda tu rabia acumulada por tal o cual circunstancia en el torero de turno. Y digo torero porque normalmente estos suelen ser el blanco de todas las críticas habidas y por haber. Rara vez esa rabia se dirige contra un ganadero. Los toreros en general son los que mataron a Manolete.
Estoy cansado de leer que todo está mal. Que todas las ferias han tenido un balance negativo. Que estamos en caída libre. Y estoy cansado de leer todo eso porque es mentira. Por suerte o por desgracia veo muchos espectáculos taurinos. Veo ferias en directo y por televisión y no todo es tan negro como mucha gente se empeña en decir. Es muy rara la ocasión en la que en un espectáculo taurino no veo algo positivo. También negativo, está claro. Pero no me quedo sólo con lo peor. Lo malo lo digo, evidentemente, pero intento hacer crítica constructiva desde el respeto. Quizás sea una cuestión personal. La de ver el vaso medio lleno o medio vacío. Y ahí amigo entras tú y tus circunstancias.
Lo fácil al escribir o al hablar de toros -y de la vida- es ser radical. Negativo. Todo está mal, y como todo está mal lo voy a decir de la peor forma posible. Hay que ser extremista para llamar la atención. Para que quien nos oiga diga: "oh, qué crítico, cuánto sabe de toros". Y es que a las personas que no tienen ningún criterio ni en los toros ni en la vida, lo que les gusta es oír hablar negativamente de todo y si es de forma radical mejor. Para ellos todo está mal. Pero que lo diga otro porque yo no me atrevo.
Qué difícil es ser objetivo en cualquier aspecto de la vida. Y en esto de los toros más todavía. Cuánto nos cuesta reconocer las cosas. Qué pronto nos dejamos llevar por los traumas de la infancia y por los complejos que todos tenemos para atacar al que se ponga por delante. Para desahogarnos del peso que nos corroe día a día. Eso sí, toda esa mierda que tenemos en nuestro interior y que sacamos hacia fuera constantemente cuando nos sentamos a escribir tiene que ir dirigida no a cualquier persona. Esa mierda tiene que ir hacia quienes son más que nosotros. hacia quienes tienen mucho más dinero que nosotros. Hacia quienes hacen lo que nosotros nunca seríamos capaces de hacer: ponerse delante de un toro y jugarse la vida. Porque no te confundas amigo. Ante lo que hacen los ganaderos en el campo y los toreros en la plaza sólo hay dos formas de reaccionar posibles: con admiración o con envidia.
Hay que ser crítico. Exigente. Pero ante todo objetivo. Repito: objetivo. Lo sé. Es lo más difícil. Pero se puede lograr. Si una Feria ha tenido cosas negativas se dice. Pero si ha tenido aspectos positivos se dice también y no pasa nada. Se me viene a la cabeza la recién concluida Feria de Albacete. ¿Ha habido fallos? Sí. ¿Ha habido aciertos? También. ¿Ha habido interés? Por supuesto. Si no la gente no hubiera ido en masa a la plaza día tras día. ¿Que ha bajado el toro los días de la presencia de las figuras del toreo? Sí, como baja en la práctica totalidad de las plazas donde se anuncian. Pero este hecho no es motivo para decir que todo está requetemal y que para esto mejor que no haya nada. Por ese pitón yo al menos no tengo ni uno. Por si acaso, a mí siempre me gusta recordar que cualquier toro, repito, cualquier toro, puede ocasionarle al que se pone delante un amplio abanico de desgracias. 

lunes, 28 de noviembre de 2016

Siempre hubo clases...

Los tiempos han cambiado amigo. La forma de dividir a la sociedad ha cambiado amigo. Si hasta hace poco las clases sociales se dividían por su poder adquisitivo o su reconocimiento social, ahora se ha impuesto otra forma de hacerlo. Ahora un sector radical de la sociedad, amparado en una supuesta y extremista moralidad animalista, se ha empeñado en clasificar a las personas en dos grupos: ciudadanos de primera y ciudadanos de segunda.

Los ciudadanos de primera son todos aquellos que aman a los animales por encima de todas las cosas. Evidentemente, todos son antitaurinos. Y es que su moral es mucho mejor, mucho más pura que la de los que no pensamos como ellos. En el grupo de ciudadanos de segunda, los defenestrados y marginados de la sociedad, nos encontramos los taurinos que, según ellos, no queremos ni respetamos a los animales. Y así nos va...

Esa es la triste realidad. Hoy en día el ser taurino es poco menos que estar considerado como un psicópata. Para estos adalides del puritanismo y la moralidad perfecta somos poco menos que escoria. Somos malas personas, violentos, intransigentes, desviados mentales y, por supuesto, franquistas. Porque para ellos todo lo taurino huele a rancio y a fascismo. Como si la Tauromaquia la hubiese impuesto Franco por sus narices. La Fiesta es nacional por identidad, no por políticas de derechas o de izquierdas. Y si a alguna ideología política se pudiera acercar sería precisamente a la izquierda, ya que los toros siempre han sido un espectáculo del pueblo llano. Sí amigo, a esa izquierda de la que tanto presumen los que nos consideran lo peor del mundo. 

El antitaurino se considera mejor que nosotros en todos los aspectos. Más legal, más sensible, con una moral más limpia. Y por supuesto más respetuoso. Para ellos es más importante el animal que la persona. Anteponen el beneficio del animal al de la persona. Deshumanizan al hombre y sobrehumanizan al animal, sin darse cuenta que esto precisamente es una forma muy clara de maltrato. El perro o el gato tienen su rol. Sacarle de él para conferirle uno que nunca ha tenido es cercenar su libertad. Su instinto. En una palabra, maltratarle.

Para ellos nosotros no respetamos a los animales. No amamos a los animales. ¡Qué sabrán lo que ocurre en cada casa! ¡Qué sabrán lo que hace cada ganadero en su dehesa! Para ellos somos gente capaz de hacer cualquier cosa, cuando las cárceles están llenas de tipos que amaban a sus perritos y han matado a personas. ¡Qué sabrán ellos!

Lo que ha sucedido con Cáritas Salamanca hace unos días es otra muestra de que para ellos somos ciudadanos de segunda. ¡Dinero del mundo del toro no por favor, que está manchado de sangre! Siempre la misma historia. Siempre la misma hipocresía. Como si aquí no hubiera sacrificio, trabajo, desvelos. Como si este mundo fuese de mentira y no se muriera de verdad.

“En la forma de tratar a sus animales se valora una sociedad”, proclamaba hace unos días nuestra querida Guardia Civil a través de las redes sociales. Hasta eso hemos llegado. El ser humano importa un carajo. Si alguien se muere de hambre que se muera. Eso sí, que a nadie le gusten los toros porque eso sí que es malo y amoral, por mucho que a los taurinos sí que nos gusten los animales. En eso nos hemos convertido y, salvo milagro, en esa idea se perpetuará la sociedad en no mucho tiempo.

Entrevista a Rafael de Paula...



El maestro Rafael de Paula me recibe en su Jerez natal para hablar de lo divino y lo humano. Me estrecha la mano con fuerza. Le reconozco que ni cuando me he puesto delante de un animal bravo he pasado tanto miedo, a lo que él se ríe. Eso sí, con arte. Y añade: "¡ea, vamos al lío!


"El arte es único. Es un maravilloso misterio. En el Toreo no hay artistas"
"Joselito El Gallo sigue siendo el rey de los toreros"
"Antonio Ordóñez me vetó durante mucho tiempo"
"Tardé tanto tiempo en confirmar en Madrid porque siempre me ofrecían las corridas de los leones"
"La perfección no existe en el Toreo y además es horrorosa"
"El torero que más me ha emocionado a mí ha sido Manolete"
"Morante antes de estar conmigo no había toreado bien en su vida"
"Siempre me motivó mucho torear con Curro Romero"
"Morante es el único torero que me gusta actualmente. A los demás no los veo ni por televisión"
"José Tomás es un torero de valor pero al que le falta alma"
"El torero de más mérito en la historia del Toreo he sido yo"
"Los toreros se mueren sin haber entendido el misterio del Toreo"


Usted siempre ha dicho que no ha sido un torero artista, sino un torero de arte. Mi primera pregunta por tanto es obligada: ¿qué es para usted el arte?
     -En el Toreo no hay artistas. El artista está en otras cosas. El personal de los circos son verdaderos artistas. Hay un mundo de la magia que te quedas embobado viendo lo que hacen con las palomas. Ese mundo y otros similares. El arte es un misterio, es una cosa única. Está en la pintura, en la música...Es un misterio que tiene personas nacidas con ese misterio y ejercen en diversas profesiones, como he dicho antes. En la escritura, en la poesía hay arte. El arte es único. Es un maravilloso misterio. El arte en sí no tiene nada que ver con lo artístico.

Usted empezó tarde en el mundo del toro (con 16 años) ¿Qué fue lo que le hizo decidir ser torero? ¿Qué recuerdos tiene de sus comienzos en la profesión?
     -Yo no vi toros hasta la edad de los 15 años. Hasta esa edad no sabía qué era un toro ni una vaca de casta. Tampoco sabía lo que era un torero ni lo que era una corrida de toros. Con 16 años fui al primer tentadero, toreé la primera vaca y es entonces cuando me decido a ser torero.

Juan Belmonte fue una persona muy importante para usted y siempre ha dicho que ha sido un referente suyo. Hábleme de él...
     -Todos los que dicen que Belmonte cambió el Toreo están equivocados. Belmonte no cambió el Toreo. Al final del siglo XX salió una cosa muy injusta, y es que la prensa dijo que el torero más importante del siglo XX fue Juan Belmonte. Yo me enfadé mucho, y estoy seguro de que don Juan, allá donde estuviera también se hubiera enfadado mucho. Aquello fue muy injusto. La Edad de Oro del Toreo, que ha sido la era más importante de todos los tiempos, la componen dos toreros: uno llamado José Gómez Ortega "Joselito El Gallo" y otro Juan Belmonte García. La componen los dos, y hay tanta ignorancia y tanta injusticia en la vida como en el Toreo que otorgan como el mejor torero de la historia a uno sólo. Es algo totalmente injusto y además ofende a la inteligencia humana. Joselito se coronó rey y sigue siendo el rey por los siglos de los siglos amén. Nadie le quitará la corona nunca.

Usted toma la alternativa en Ronda el 9 de septiembre de 1960 y sufre un bache hasta 1964, concretamente hasta su encerrona en Jerez con toros de don Salvador Guardiola el 28 de junio de 1964, en la que obtuvo un éxito rotundo. ¿Qué ocurrió? ¿A qué se debió ese bajón?
     -Durante esos cuatro años pasaba todo. Yo fui eliminado esos cuatro años por un veto que me hizo el maestro Antonio Ordóñez, que no me dejaba torear y me quitaba de todos los sitios. Esa es la auténtica verdad. Ordóñez como torero era extraordinario, pero como persona era complicado. Era muy vetoso y muy cambiante. En el año 1960 me llevó a la feria de Lima. Íbamos a hacer temporada allí Curro Romero, Paco Camino, Antonio Puerta, Ordóñez y yo. Toreé también en Quito. Vine a España a pasar las navidades con la familia y después volví a América a torear en Manizales y en Medellín, donde la última corrida toreamos todos un toro cada uno. A mí me tocó un toro de Garcigrande en el sorteo. "El Coli", que venía conmigo de banderillero, me dijo que Ordóñez quería ese toro que me había tocado y que si me parecía bien fuera a decirle que se lo cambiaba, a lo cual yo me negué porque lo hecho hecho estaba. Esa tarde por culpa del tráfico llegué tarde a la plaza y cuando llegué ya habían hecho el paseo. Justo cuando iba a salir mi toro, que era el último de la tarde, Ordóñez se me acercó y me dijo con guasa que a ver cuánto iba a tardar en salir a la plaza a recibir al toro. Yo le dije que en cuanto saliera por los chiqueros. Le corte las dos orejas y el rabo. A partir de ahí Ordoñez no me dejó torear.

Hasta 14 años después de tomar la alternativa no confirma en Madrid. ¿A qué se debió esa espera? ¿Qué ocurrió durante esos años?
     -A mi me llamaban todos los años la empresa de Madrid para torear en Las Ventas. Eso sí, en agosto. Las corridas de los leones, como yo les decía. Y yo año tras año decía: a los leones que vaya tu padre. Cuando haya una corrida con garantías ya iré.

Maestro, de todas sus actuaciones hay dos muy especiales: Vistalegre, 5 de octubre de 1974 con el toro "Barbudo" de Bohórquez y Jerez, 17 de mayo de 1979 con el toro "Sedoso" del Marqués de Domecq. La primera originó el famoso libro de José Bergamín "La música callada del Toreo", y la segunda provocó que le pusieran una placa de bronce en la plaza recordando esa efeméride. Hábleme de esas faenas. ¿Han sido las mejores de su carrera?
     -La de Vistalegre fue una faena muy especial. Recuerdo que toreé muy bien al toro con el capote. Cuando cogí la muleta y di los primeros muletazos la banda de música empezó a tocar. Y de repente toda la gente hizo que la música parara. No hacía falta. De ahí surgió lo de "La música callada del Toreo"  de mi amigo Bergamín, que luego se ha convertido también en una frase muy famosa en el mundo del toro. La de Jerez fue una buena faena también. Yo cuajé al toro del Marqués. Nos entendimos los dos. Yo no estaría seguro de esas hayan sido las mejores faenas de mi vida. Yo toreé un toro de Ana Romero en Vitoria muy bien. Toreé un toro que me llevé los premios de la feria de Málaga. Un toro de Píriz, otro de Urquijo. Aquí en Jerez toreé muy bien también un toro de Santa Coloma.

¿Ha llegado a hacer la faena perfecta?
     -Yo he sido profesional muchos años y te puedo decir que eso no se consigue nunca. No existe la faena perfecta. La perfección no existe en el Toreo y además es horrorosa. El Toreo no puede ser perfecto, no debe ser perfecto. La perfección es odiosa. Puede existir, claro que puede existir la perfección, pero si existe es odiosa. Los toreros que creen en la faena perfecta son tontos. Y los que hablan de faenas perfectas también lo son. Cuando uno se baja del coche de cuadrillas después de torear debe pensar que le ha quedado por hacer lo mejor. Eso sí que se puede pensar.

¿Admira o ha admirado a algún torero en especial?
     -El torero que más me ha emocionado a mí y que cada vez que veo imágenes suyas se me eriza la piel es "Manolete". Lo admiro por todo. No ha habido un torero con más personalidad, con más solemnidad. Andando, toreando... Era un hombre superior. Un ser superior.

¿Cómo ve la Fiesta actualmente? ¿La ve muy distinta a cuando usted estaba en activo?
     -La Fiesta actualmente la veo muy distinta a cuando yo estaba en activo. Desde el 2007 que apoderé a Morante no he vuelto a pisar una plaza de toros hasta hace dos años que el propio Morante vino a verme a mi casa para invitarme a ver varias corridas de toros con él. Ahora ya no me apetece ir a los toros.

Y a la afición actual, ¿cómo la ve?
     - Actualmente no vale sólo con que te gusten los toros. Hay que entender. Hay mucha ignorancia, muchos tópicos equivocados. El aficionado actual entiende poco de toros.

¿Qué recuerda de la época de su apoderamiento con Morante de la Puebla?
     -Yo no quería ser apoderado. No lo había sido nunca. Me llamó varias veces insistiéndome en que yo le apoderara y al final nos vimos un día en Sevilla. Allí terminó de convencerme. Le apoderé unos seis meses nada más. Le hice la feria de Sevilla que hacía varios años que no iba y la Beneficencia de Madrid, de lo que me siento muy orgulloso.

Maestro, dicen que Morante de la Puebla, a raíz de que usted le apoderara, empezó a torear realmente bien con el capote...
     -Morante antes de estar conmigo no ha toreado bien en su vida. Ahora sí. Fue estar conmigo esos meses y empezar a torear bien.

¿Con qué torero de su época sintió más competencia? ¿Con cuál se motivaba más?
     -A mí me motivaba mucho torear con Curro Romero. Cuando toreaba con él salía siempre con ganas de ganarle la pelea. Curro ha sido un gran torero. Un torero con arte y con sentimiento. No se puede ser buen torero si no se es buen aficionado. Tampoco se puede ser un buen ganadero si no se es un buen aficionado.

De los toreros actuales, ¿hay alguno al que sigue especialmente?
     -A mí me gusta Morante. Morante marca una línea con todos los demás. No me hables de otros toreros porque no me interesan. Morante es el único que me gusta. Los demás no me llevan a la plaza. Ni los veo por televisión.

Más de una vez le he oído hablar bien de José Tomás Maestro...
     -José Tomás en su estilo es bueno. Es un torero para entenderlo. Siempre noté que es un torero de valor pero que le falta alma. Hay que torear con alma. Todos los grandes toreros de la historia han toreado con alma.

¿Se siente orgulloso de su paso por el Toreo? ¿Siente que se dejó algo en el tintero?
     -Yo podré haber sido mejor o peor torero, pero de lo que estoy seguro es de que el torero de más mérito en la historia del Toreo he sido yo. He sufrido mucho con mis rodillas. Operaciones, problemas..., y por culpa de mis maltrechas rodillas siempre he estado a merced de los toros. Muchas veces me he dicho delante del toro que sea lo que Dios quiera. Estoy convencido de que yo podría haber sido un torero de historia. Con mis condiciones de torero estoy convencido de que podría haber entrado en la historia del Toreo. Un torero inválido como he sido yo he matado siete corridas de seis toros. Respecto a si me he dejado algo en el tintero, he de decirte que por supuesto que sí. Los toreros se retiran sin haber hecho su faena soñada. Sin haberse realizado completamente. Los toreros se mueren sin entender completamente el misterio del Toreo. Ni siquiera aquellos que han pasado a la historia por haber sido los más listos e inteligentes. El Toreo es un misterio que nadie ha logrado entender jamás.

Usted tuvo mucha amistad con José Bergamín...
     -Bergamín era un ser superior. Todos sus libros son buenos y especialmente hay uno que hay que leer que es "La música callada del Toreo". (Risas).

Termina la entrevista y el Maestro me cuenta que ahora está mucho mejor. Que pasó por una muy mala época hace unos años pero que ahora está más asentao. Vive en su casita de un barrio residencial de Jerez y sale poco, tan sólo a darse sus paseítos por un bello parque próximo. No le pide nada especial a la vida. Tan sólo una poquita salud para seguir disfrutando cada día de este maravilloso arte que es el vivir. Me despido de él con un fuerte apretón de manos y siento esa mirada gitana y profunda que me recuerda con una incandescencia brutal que he estado ante un ser especial. Porque todo Rafael de Paula es especial. Un ser superior. Como lo fue su toreo...   

jueves, 10 de noviembre de 2016

Despojos...

Muchas veces me pregunto acerca del valor de las orejas en una faena. La forma inflexible que tienen estas de calibrar la labor de un torero. Su vara implacable de medir. Pienso, reflexiono y llego siempre a la misma conclusión a la que llegó hace ya muchos años el maestro Curro Romero: las orejas son despojos...

Despojos cargados de subjetividad. De la mía, de la tuya, del público todo, del Presidente, del asesor...Nunca ha habido en la Fiesta una subjetividad más subjetiva, valga la redundancia. ¿Nunca te has preguntado porqué para un aficionado una determinada faena es de una oreja, para otro de dos y para otro de ninguna? Seguro que sí. Y como seguro que le das al coco como yo, habrás llegado a mi misma conclusión: todo depende del criterio y la sensibilidad personal del o la que valore una actuación en particular. Criterio y sensibilidad. Sobretodo sensibilidad.

En cualquier ámbito de la vida es raro que muchas personas piensen de manera similar. Y es que como se suele decir, cada uno somos de nuestro padre y de nuestra madre. Y si como digo es difícil ponerse de acuerdo en muchos aspectos de nuestra existencia, en esto del mundo del toro más todavía. Aquí hay que tener en cuenta que hay muchos atributos que hacen que uno piense de una determinada manera y otro de otra. Nunca me voy a cansar de repetirlo porque es una idea en la que creo firmemente: ante lo que hacen los ganaderos en el campo y los toreros en la plaza sólo hay dos maneras posibles de reaccionar: con admiración o con envidia. Y precisamente según el nivel de una u otra en la persona en cuestión así se va a valorar lo que pase en la arena. Porque si algo hay en abundancia en este mundo del toro es precisamente eso: envidia. Y frustraciones. Muchas frustraciones. Pero de eso hablaré largo y tendido en otro momento.

No quiero decir con esto que a los toreros haya que darles siempre los máximos trofeos hagan lo que hagan. O que haya que ser blandos con los toros a la hora de conceder vueltas al ruedo o indultos. Evidentemente que no. Normalmente suelo ser exigente con lo que veo. Pero también intento ser justo. En base a ello no pido de más pero tampoco niego lo que uno se merece. El problema viene cuando nadie se pone de acuerdo. Y entonces siempre me digo: ¿de qué sirven los trofeos cuando lo que he visto me ha entusiasmado o me ha dejado frío? Pues eso: de nada.

Créeme: ha habido veces que he salido de la plaza toreando después de ver tan sólo dos detalles de un torero. O noches que he soñado con el toro perfecto sólo porque he visto al quinto de la tarde meter la cara un par de veces como los ángeles. Eso es lo importante en esto: las emociones. Las sensaciones. La sensibilidad. Multitud de actuaciones en las que no se ha cortado ni una oreja me han llenado más que otras que han acabado con la puerta grande de Madrid, por poner algo muy gordo. Multitud de veces he salido de la plaza con mi alma a flor de piel ante tanta armonía vista en la expresión y las muñecas de un torero. Y no necesariamente ha tenido que pinchar una gran faena para quedarse sin trofeos. Siempre he ido más allá. Siempre he vivido de los detalles.

¿Cuántos toreros han cortado orejas y han salido a hombros de una feria importante y luego aquello se ha diluido como la espuma? ¿Cuántos tan sólo han mostrado una mínima parte de su grandiosa esencia y hoy en día son figuras del toreo? De ejemplos  de este tipo está el patio lleno. ¿Cuánto valen por tanto las orejas? ¿Por qué le damos tanta importancia a lo que sólo son despojos?

La Tauromaquia es emoción. El Toreo es sensibilidad. Este mundo está lleno de sensaciones. De detalles. De matices. Abrámonos a ello. Dejemos que lo que pase en el ruedo nos inunde, nos confunda, nos sublime. Usemos otra vara de medir distinta a los trofeos materiales. Siempre se ha dicho que el arte alimenta el espíritu. Dejémonos por tanto alimentar. Y es que los aficionados a los toros siempre podremos presumir del arte más arte de todos los artes.

miércoles, 26 de octubre de 2016

Desconocimiento

Es sorprendente la cantidad de barbaridades que se oyen cada tarde de toros en un tendido. Y no sólo en los pueblos, sino incluso en la primera plaza del mundo como es Madrid. Todos los años asisto varias tardes a Las Ventas para ver espectáculos taurinos y cuanto más voy más me doy cuenta de la ignorancia de la mayoría de “aficionados” que acuden cada tarde a tan importante plaza.

Si bien es cierto que hay tantos gustos como sensibilidades tienen los espectadores, hay un gran número de personas cuyo citado gusto es inclasificable. Hay quienes se consideran toristas y exigen gozan de ver el toro grande y encastado por encima de todo. Los hay a quienes les mueve tal o cual torero y sólo les importa eso. Existe también un reducido grupo de aficionados que ensalzan tanto al toro como como al torero sin prejuicio alguno siempre y cuando ambos merezcan los halagos. Pero hay un grupo peligroso de público que nunca saben por dónde van los tiros durante la lidia de un toro. Y eso no es lo peor: lo realmente negativo es que encima piensan que siempre tienen la razón y se permiten el lujo de dar lecciones a los aficionados que sí saben de qué va la película.

Que los aficionados de verdad caben en un autobús lo sabemos todos y no hace falta que Jesulín de Ubrique nos lo recuerde de vez en cuando. Que el público general poco entendido es el que mantiene con su presencia en las plazas el espectáculo taurino también lo sabemos de sobra. Que ese tipo de público es necesario en cualquier plaza es un hecho más que refutable. Las plazas siempre es mejor que estén casi llenas o llenas que casi vacías o vacías. Pero cuidado: los toros no son el fútbol o el baloncesto. Y me explico.

Los toros es un espectáculo que en mi opinión requiere un mínimo de conocimiento. Y en esa mínima sapiencia que todo aquel que asiste a una plaza de toros debería dominar se encuentra inexorablemente el comportamiento del toro bravo desde que sale por la puerta de toriles. ¿Y por qué hago énfasis en este aspecto en concreto? Pues porque saber captar y entender la conducta del toro es lo que nos va a permitir juzgar de manera justa y ecuánime a todo aquel que se pone delante del animal bravo. Pero por desgracia ese aspecto brilla por su ausencia cada tarde de toros en la mayoría del público que acude a una plaza sin un objetivo o un gusto claro. Habrá quien piense que de fútbol o baloncesto también se debería tener un conocimiento básico para poder opinar de manera acertada. Cierto. Pero en esos espectáculos no está en juego la vida del o de los protagonistas, hecho demoledor este que me lleva a crear una barrera infranqueable entre la Fiesta de los Toros y cualquier otro tipo de espectáculo. Aquí se muere de verdad, y, sólo por eso, las opiniones sobre tan trágico y a la vez tan bello espectáculo deberían de tener una mínima base de conocimiento. Y si este no es posible por falta de ganas o de intención, al menos de sensibilidad. Y es que la sensibilidad es a falta de conocimiento aquel atributo humano que lleva inherente una alta carga de respeto y reconocimiento por lo que hacen cada tarde los que se ponen delante del toro bravo.

Yo soy de los que les gusta ir comentado el transcurso de la corrida con los vecinos de localidad, aunque no los haya visto en mi vida y probablemente no los vuelva a ver jamás. Mayores, jóvenes, hombres, mujeres... Me da igual su condición. Pero normalmente, cuando han transcurrido los primeros cinco minutos de la lidia del primer toro ya tengo clara mi conducta a seguir. Y habitualmente y cada vez más, suele ser el silencio. ¿Por qué? Pues porque como se suele decir “no hay ná que hacer”. Pongo atención a los primeros comentarios que se hacen sobre la lidia del primer toro y automáticamente me digo: “a callar José Antonio”. Los hay incluso quienes interpretan ese silencio como que eres un ignorante en la materia y, alguno hasta se permite el lujo de darte lecciones de toros cuando tú has visto mil millones de corridas más que esa persona a lo largo de tu vida. Pero el silencio sigue ahí y no tengo por menos que continuar con él y asentir a todo lo que me dicen como el que le da la razón a los locos. Total, pienso, ni yo le voy a convencer a él ni él a mí. Y si intento dar mi opinión al respecto esto se puede convertir en un diálogo de besugos. Por tanto, “a callar José Antonio”. Pero he aquí que lo que realmente me suele fastidiar de ese hecho no es que alguien que se cree saber y no sabe me intente dar lecciones. Lo que de verdad me repatea es que normalmente en esos casos suelo oír siempre de refilón algún que otro comentario acertado muy en la lejanía. Y dicho enfado aumenta inevitablemente cuando compruebo que a ese buen aficionado y a mí nos separan cinco o seis asientos. ¡“Qué pena”!, suelo pensar.

Los Toros no es un espectáculo cualquiera. Cualquier opinión no vale. Cualquier frivolidad no vale. El hecho de pagar una entrada no da derecho a soltar la primera burrada que se te viene a la cabeza. Si no sabes qué es lo que está pasando ahí abajo es mejor callar. Si no sabes qué es lo que está pasando ahí abajo es mejor sentir. Y si sabes algo y tienes al lado al que se cree que sabe pero no sabe, calla y siente. Tú mismo te lo vas agradecer...