miércoles, 29 de noviembre de 2017

Lo de Ponce

Todo el mundo taurino se ha preguntado alguna vez en qué consiste el fenómeno Ponce. Cómo puede ser que un matador de toros lleve veintiocho temporadas en lo más alto. Sin retiradas. Sin espantadas. Ahí. Al pié del cañón año tras año. Y con más poso cada vez. Con más maestría y madurez torera cada vez. Todo el mundo le da vueltas. Que si está arruinado, que si tiene mucho que mantener, que si bla, bla, bla. Vueltas, vueltas y más vueltas cuando la respuesta es mucho más simple y se resume en una sola palabra: afición.
 
Y es que lo que mantiene a Ponce año tras año en el candelero es la afición. Da igual los años que tenga, el tiempo que lleve, que esté rico podrido. Da lo mismo: Ponce está ahí porque tiene la afición de cuarenta toreros juntos. Qué digo de cuarenta: de ochenta o de cien. Si muchos toreros tuvieran la afición que tiene este hombre esto sería otro cantar. Porque a todos, absolutamente a todos, les ha podido alguna vez la desidia y la falta de afición. Menos a Ponce claro. Todos han perdido la ilusión por vestirse de torero alguna vez. Menos Ponce claro. Y es que la trayectoria del torero de Chiva en cuanto a mando y número de actuaciones tan sólo es comparable con la de otro coloso de la historia del toreo: el gran "Lagartijo".
Con la alternativa recién tomada, Ponce empezó a competir con las figuras del toreo del momento. Barrió a Espartaco, destronándole de su largo reinado en lo alto del escalafón durante tantos años. Compitió igualmente con César Rincón y también le barrió. Como también eliminó del mapa, por mucho que algunos se empeñen en negarlo-,  a Joselito y José Tomás. Yo, que siempre he sido mucho más de estos dos toreros que de Ponce, no tengo el más mínimo problema en reconocer que por más que cueste admitirlo así ha sido.
Quizá la mala suerte que ha tenido Ponce ha sido haber coincidido precisamente en tiempo y espacio con José Tomás. Y añadiría también a Morante. Y es que la sombra de estos dos toreros -tan demandados por el publico aunque por razones bien distintas- quizá para muchos ha opacado un tanto la grandeza del torero valenciano.
A Enrique Ponce tan sólo le critico que en un momento determinado de su carrera dejara de matar distintos encastes para centrarse tan sólo en uno. Él que siempre ha podido con todo. Una infausta costumbre que por cierto puso de moda el mismísimo José Tomás y que muchos siguieron al pié de la letra. Incluido el todopoderoso Enrique Ponce. Craso error porque si su figura y su trayectoria ya es grande con lo que ha hecho en los ruedos, aún lo habría sido más si no hubiera seguido esa muy discutible moda impuesta por el torero de Galapagar.
La afición de Ponce debería explicarse y ponerse de ejemplo en las escuelas taurinas. Todos los chavales que quieren ser toreros, si no la tienen ya, deberían inyectarse en vena al menos una cuarta parte de la afición que siempre ha tenido y sigue teniendo el maestro de Chiva. Estoy totalmente convencido de que sólo con esa cuarta parte muchos llegarán a ser figuras del toreo algún día. Otra cosa ya es que dicha afición les dure lo suficiente como para estar veintiocho temporadas al máximo nivel. Eso ya lo veo más difícil.

miércoles, 15 de noviembre de 2017

Nos lo deben

Culpo a los dos. A ambos. A Ponce y a José Tomás. A José Tomás y a Ponce. Nos han robado un trozo de historia del Toreo. Un trozo que podríamos haber disfrutado como nada en este mundo. Un enfrentamiento entre dos de los toreros más importantes de todos los tiempos. Algo difícilmemte perdonable a dos hombres que podrían haberle metido un buen chute de energía a esta Fiesta nuestra que cada día adolece más de interés.
Dicen que fue a partir de una tarde en la Aste Nagusia de Bilbao del año 1998. Aquella tarde de agosto iban a compartir cartel Ponce y José Tomás con una corrida de Atanasio Fernández. Pero de repente el de Galapagar se cayó del cartel. No se dieron demasiadas explicaciones y las que se dieron fueron poco creíbles. A partir de aquel día no torearon juntos ni una más. Hasta hoy. Hasta nunca, diría yo. Por contra, a lo que sí que se dedicaron fue a cultivar una enemistad que tristemente cada vez se ha hecho más grande.
Todo el mundo sabe la opinión que uno tiene del otro. Para Ponce, José Tomás es un torero torpe. Para José Tomás, Ponce es un torero que entiende y hace el toreo con el mínimo riesgo posible. Que arriesga poco. Que torea casi con mando a distancia. Y así lo han expresado ellos mismos en varias ocasiones. En el último año se han recrudecido los vetos entre ambos. Valladolid en la temporada pasada y Méjico en esta, han vuelto a poner de manifiesto que no se quieren ver ni en pintura. O al menos uno de los dos al otro según quien cuente la historia.
Los partidarios del de Galapagar dicen que Ponce fue el primero en vetar a raíz de aquella tarde de Bilbao. Los partidarios de Ponce dicen que fue José Tomás el que comenzó a vetar al torero de Chiva cuando tuvo la fuerza suficiente para hacerlo. Nadie tiene la verdad absoluta. Nadie sabe la verdad absoluta. Y los pocos que lo saben callan.
A pesar de todo lo que unos y otros digan, la verdad es que uno de los toreros con los que más ha toreado José Tomás es precisamente con Ponce -especialmente entre los años 1996 y 1998-. Pero aquello duró muy poco. Demasiado poco. Los más avezados dicen que hoy en día un cartel con ambos colosos sería un reventón en la taquilla. Que con diez o doce enfrentamientos por temporada entre ambos se salvaba esto. Que parece mentira que no piensen en el dinero que ganarían toreando juntos. No dudo de ello. Sin embargo, lo que no tengo tan claro es de si habría algún empresario dispuesto a pagar a ambos toreros lo que cobran. Especialmente a José Tomás. A buen seguro que lo que sería bueno para la Fiesta sería malo para los bolsillos de los que se juegan sus dineros. Y por eso muchos no pasarían. Es más, algunos ni se lo plantearían.
A pesar de todos los impedimentos, tanto personales, profesionales como económicos, sigo pensando que ambos toreros nos deben mucho a los aficionados. Que nos han robado una época gloriosa del Toreo. Que nos la están robando. Un espectáculo que no habría tendido parangón hoy en día, que es precisamente cuando más se necesita. Lo que hubiera pasado luego en el ruedo ya es otra cosa. Seguramente unas tardes Ponce habría destrozado a José Tomás y otras hubiera sido al revés. Eso siempre ha pasado con los grandes enfrentamientos entre las más grandes figuras del Toreo de todas las épocas.
Se me hace muy difícil imaginar vetos entre Cuchares y Chiclanero, El Tato y El Gordito, Lagartijo y Frascuelo, Bombita y Machaquito, entre Joselito y Juan Belmonte, entre Manolete y Arruza. Es inimaginable. Hoy sin embargo está pasando entre dos de los toreros más importantes de todos los tiempos. Una auténtica pena para el aficionado que ojalá, a no mucho tardar, se solucione pronto. Y es que el tiempo no corre precisamente a favor de sendos toreros. Sinceramente yo no soy optimista en ese sentido, pero animo desde aquí a los que sí lo sean. Total, de ilusión también se vive.

jueves, 2 de noviembre de 2017

La diferencia

De todos es sabido que Francia es un ejemplo en lo taurino. Y es que en el país galo las cosas se suelen hacer mejor que aquí. Sobradamente sé que con esto no estoy diciendo nada nuevo. Se ha repetido hasta la saciedad. Es vox populi. Pero mi intención es ir un poco más allá. Y ese más allá se llama respeto por todo lo que envuelve a la Tauromaquia. Y cuando digo todo es todo.

En Francia manda la afición, cosa que aquí no ocurre. Salvo excepciones puntuales, ellos son sus propios empresarios. Y se nota. Vaya si se nota. Lo primero en el toro. Y después en todo lo demás. Pero si por encima de todo hay algo que caracteriza a la afición francesa, eso es, como digo, el respeto. Por el toro, por el torero, por su propia afición, por sus plazas, por la defensa de la Fiesta... Algo que inevitablemente te lleva a la comparación. Y en esa comparación, querido lector, salimos perdiendo por goleada.
Hay dos factores por encima de todo que son intocables para la afición francesa: el toro y el torero. El torero y el toro. El respeto por ambos. La consideración por ambos. En nuestro país sin embargo eso no es así. Al toro se le respeta en pocos sitios y al torero en casi ninguno. Y no hay más que darse una vuelta por las principales y no tan principales plazas de toros de nuestra geografía para darse cuenta de ello. Sin embargo en Francia todo es de otro color. Lo primero el toro: lo más importante. Su presencia, su integridad. Su seriedad. Pero luego el torero. La certeza de que el que está ahí abajo también es protagonista. De que ese hombre se está jugando la vida de verdad. El respeto a la persona. Al que se viste de oro pero también, y mucho, al que se viste de plata. En Francia se le exige al torero pero también se le respeta. Y se le respeta con una sutilidad y delicadeza admirable. En España, como no, también se le exige pero no se le respeta de la misma manera. Como si ese oficio de ser torero fuera cualquier cosa. Y todos sabemos que no es así.
Francia es un ejemplo en todo. En lo que ya sabemos y en lo que no. En la forma de confeccionar sus ferias. En el respeto al toro. En el trato a los toreros. En la consideración a su propia afición. A la importancia que esta tiene en el devenir de su Fiesta. Suena a tópico, lo sé. Pero nunca un tópico fue tan verdadero. Francia es un ejemplo y debemos seguirlo porque es beneficioso para nuestra Fiesta. Y debemos seguirlo en todos los aspectos. Queramos la Fiesta como ellos la quieren. De lo contrario, en no mucho tiempo, tendremos que viajar hasta allí para ver un espectáculo digno en toda su expresión. Lástima que esté tan lejos.