miércoles, 31 de octubre de 2018

Los dineros

Vaya por delante que siempre he pensado que hay determinadas profesiones en las que lo que se gana es poco para lo que se debería de ganar. Fundamentalmente en esas profesiones donde uno expone su vida y se la juega. Donde se juega perderla en un segundo por uno de esos errores que se cometen en uno de esos días en los que nunca pasa nada hasta que pasa. En uno de esos días que amanecen llenos de vida y acaban llenos de tragedia y muerte sin saber muy bien porqué. Quizá porque la vida sea simplemente vivir hasta que dejas de hacerlo, muchas veces sin una causa de suficiente peso como para justificar tamaño giro del destino. Pero dejemos de filosofar para centrarnos en lo que verdaderamente importa en este artículo.

Con la polémica ruptura de hace unos días entre Matilla y Talavante, se ha puesto sobre la mesa el tema del dinero de los toreros. Y en los portales taurinos y en las redes sociales se ha hecho un mundo sobre ello. Todo el mundo se ha escandalizado y ha sacado el látigo para arrearle a uno u a otro según sus simpatías y preferencias personales. Y de ahí se ha pasado al que si las figuras ganan demasiado, que si exigen mucho, al tema de los controvertidos cachés, al que si hay apoderados que se aprovechan de sus toreros y ganan tanto o más que ellos sin prácticamente exponer nada, etc... Diatribas y disquisiciones varias que tienen enfrentados estos días al mundo del toro.
Yo lo tengo muy claro. Siempre lo he tenido. Y lo he tenido porque, aunque a veces me cueste, me gusta aplicar el sentido común en todo lo que pienso y hago. Y en este tema no iba a ser menos. Y es que si partimos de la premisa de que la única fuente de ingresos que tienen los festejos taurinos es la taquilla y la televisión -esta última en muy contadas ferias-, no es muy difícil aplicar la lógica y darle una solución eficaz a todo este lío de los dineros.
Vuelvo a repetir que ser torero y jugarte la vida cada tarde nunca estará lo suficientemente bien pagado. Pero la realidad dice que todo en la vida tiene un precio. Incluso el ser torero y torear. Y es por ello que siempre he pensado que los integrantes de un espectáculo taurino, principalmente toreros y ganadero, deberían ganar según lo que generen en taquilla. Es más. Yo particularmente lo haría tarde por tarde. Independiente. Un día. Un cartel. Tantos toreros. Un ganadero. Un empresario. Tanto dinero en taquilla al acabar la corrida. ¿Hay televisión? Sí. Mejor. Más dinero a repartir según audiencia de la corrida. ¿Que no hay televisión? Peor. Menos dinero a repartir. Únicamente la taquilla. Y con todo ello, un reparto equitativo donde todos ganen si aquello salió bien o todos pierdan si aquello queda como Cagancho en Almagro. Y como decían los toreros antiguos, el último duro para el empresario, porque si este no toca el billete otra vez va a organizar festejos Rita la cantaora. Simple. Fácil. Quizá demasiado fácil para que sea puesto en práctica. Porque ya saben que lo que realmente nos gusta a las personas es complicarnos la vida.
Un torero o un ganadero deberían ganar según lo que generen en taquilla y en el caso de que la hubiera, en la televisión. Pero sobre todo en lo que generen en taquilla. Y aunque parece algo imposible, eso ya se ha hecho. Figuras de otras épocas anteriores a la actual han ido a tal o cual pueblo y han cobrado según la taquilla que han generado. Si algunos de esos toreros hablaran...
Y en el trasfondo del asunto, otro aspecto a tener en cuenta y que no vendría nada mal: el precio de la entrada a los toros debería ser según la calidad del cartel que se ofrece. Y es que con todos los respetos a todos los toreros y ganaderos, hay carteles mejores y carteles peores. Carteles de muy alta calidad y carteles de relleno, por supuesto en base al momento que estén atravesando los anunciados. Eso de los precios únicos para todos los festejos debería pasar a la historia. Que el aficionado que quiera ver un cartel caro y de postín que pague lo que realmente vale ese espectáculo. Y en esos carteles de producción más barata que también se vea reflejado el bajo coste en el precio de las entradas.
Parece muy fácil pero no lo es. Te aseguro que no lo es. Y no lo es porque dar un espectáculo taurino hoy en día es poco menos que una odisea, principalmente por la burocracia que conlleva y la excesiva cantidad de dinero que hay que pagar en concepto de impuestos al Estado. Pero contra eso es difícil luchar y más si los que dirigen el país no sienten un especial afecto hacia la Fiesta Nacional. Por tanto, tan sólo nos queda actuar y poner remedio donde sí podemos ponerlo. Y se puede. Claro que se puede. Miremos por el bien de este espectáculo y sobre todo por su perdurabilidad. Creo sinceramente que no es tan difícil.


Se fue

Se fue Alejandro Talavante. Se fue uno de los mejores toreros del escalafón. Y no sólo del escalafón de este momento, sino desde hace mucho tiempo. Un "top ten" que más que "top ten" es "top cinco" e incluso un "top uno". Qué te voy a decir. Es una auténtica pena y todavía yo particularmente no he terminado de asimilarlo. Se fue. No lo echan. Se fue. Y lo reitero varias veces porque en contra de lo que muchos aficionados piensan, Alejandro Talavante se ha ido porque ha querido tomarse un descanso. Dejemos de buscar culpables. Creo que todo es más sencillo de lo que se nos quiere hacer ver.

Estos días se está culpando de la retirada del torero extremeño al sistema taurino actual. Al consabido y misterioso sistema taurino actual. La ruptura reciente de Talavante con la casa Matilla parece ser el blanco de todas las miradas, y no pocos creen que ese ha sido el detonante de todo lo que ha venido después. Y es que a partir de dicha ruptura el torero desapareció inexplicablemente de muchas ferias. De ahí el órdago del torero en la Feria de Otoño al aceptar el bombo y anunciarse dos tardes, algo que por otra parte no ha terminado de salir bien.
Talavante necesitaba un descanso. Ni Matilla ni naranjas de la China. Particularmente no creo en las conspiraciones de las que se están hablando porque precisamente este es un torero que no necesita a nadie para estar al más alto nivel. Se necesita a sí mismo. A su capote y su muleta, que ya es bastante. A su gran categoría como torero, que la tiene y mucha. Talavante  necesitaba un descanso porque ser torero es muy duro, y si además posees una personalidad tan compleja y misteriosa como la que tiene el torero de Badajoz, todavía más. ¿Creen realmente que una figura del toreo contrastada y consolidada necesita de alguien que no sea él mismo para mantenerse? ¿Creen que un torero como él, rico y con fincas, necesita arrastrarse ante tal o cual empresario por mucho poder que éste tenga? ¿Piensan que uno de los toreros predilectos del aficionado, ese torero que todos pedimos que esté en las ferias, se va a retirar por otra causa que no sea la de su propio descanso? Que cada uno piense lo que quiera. Yo no alcanzo a ver sombras negras porque para un torero de la categoría de Talavante no hay sombras lo suficientemente negras como para opacar el enorme brillo que desprende como torero.
Talavante ha terminado la temporada "atorao" y en la pasada Feria de Otoño se vio claramente. Y no le culpo por ello porque es normal, y más con esa personalidad tan especial y mística que tiene. Lo de Madrid no salió bien. Un Talavante más fresco habría salido victorioso las dos tardes. La primera con las orejas de su primer toro en las manos y la segunda con mucha más dignidad. Pero todo el mundo tiene derecho a cansarse y Talavante está cansado. Por eso se va.
Volverá. Estoy convencido. Y lo hará renovado de ilusión. Y mantendrá intacta las ganas del aficionado por verle. Y volverá a llenar las plazas sin necesidad de ningún mandamás del mundillo cubriéndole las espaldas. Sólo él y su capote y muleta. Sólo él y su categoría de primera figura del toreo. Talavante se va porque lo necesita. Nadie le echa. Talavante se va porque quiere irse.

Uno contra todos

Hay cosas que por más tiempo que pase y más corridas que vea nunca entenderé: la cabezonería. El ir contra el mundo. Contra todo y contra todos. La opinión de uno antepuesta a la de miles de personas. Puede ser una cuestión de ego. O quizá, y yo todavía no he logrado darme cuenta, una cuestión de saber más. Pero es cuanto menos raro que en cualquier ámbito de la vida una persona sola sepa más que todas las cientos o miles de personas que tiene a su alrededor en el mismo lugar, espacio y tiempo.

El pasado viernes en Madrid saltó la alarma de este artículo. Salta a la arena un toro que a las primeras de cambio manifiesta una flojedad plausible. El toro cae a la arena varias veces y el público presente en su mayoría comienza a pedir la devolución del toro a los corrales. El Presidente hace caso omiso. El toro sigue perdiendo las manos y arrastrando los cuartos traseros. Arrecia la protesta. El Presidente ni se inmuta. Él es el que manda. Eso debe de quedar muy claro. Se mantiene firme. Está cargado de razones para no devolverlo. La protesta cada vez es más ensordecedora. El que no tiene un pañuelo verde en sus manos está clamando a voz en grito. Pero no. No hay nada que hacer. Aquí mando yo. Cambio el tercio pese a la oposición de las casi veinticincomil almas que llenan Las Ventas. Y con esa decisión condeno al público al enfado y a perderse un posible triunfo de uno de los toreros más esperados de la Feria de Otoño. Muy bien. Muy pero que muy bien.
Esa situación ocurrida en el 4° toro de la tarde del pasado viernes en Madrid es un fiel reflejo que lo pasa día sí y día también en muchas plazas de toros. Y curiosamente casi siempre de la mayor importancia. Me llama poderosamente la atención como en muchas ocasiones la decisión de un hombre se antepone a la de miles de personas que no piensan lo mismo. ¿Por qué? ¿Saben más? ¿Es ego? ¿Les gusta ser protagonistas de un espectáculo en el que precisamente ellos no se juegan nada? No lo sé. Lo único que tengo claro es que el que al final paga las consecuencias -malas, por supuesto-, es el espectador que ha pasado por taquilla y quiere ver un espectáculo digno donde a ser posible no se le tome el pelo. Por tanto, ¿a quién defiende la autoridad en estos casos? Porque está claro que al público no. ¿A quién no le interesa que un toro sea devuelto a los corrales? Piensen y juzguen ustedes mismos.
No estoy en los palcos presidenciales para saber si los Presidentes hacen caso o no de los consejos de sus asesores. Asesores por otra parte que en teoría saben y mucho de materia veterinaria y del propio espectáculo taurino en sí, ya que son profesionales y entendidos en alto grado de la materia en cuestión. A los presidentes no se les exige que sepan más o menos de toros porque suelen estar en los palcos por razones que no tienen que ver precisamente con su sabiduría taurina. Pero los asesores sí están ahí por sus conocimientos profundos en la materia. Me niego a pensar que estos últimos sean tan malos como para no dar el consejo exacto en el momento oportuno. Me niego. No lo concibo. Concibo por contra que sí lo den pero que los que tienen que decidir no lo hagan. Y en ese punto vuelvo al ego y a los presuntos intereses ocultos. No me queda otra alternativa. Me cuesta creer que haya personas tan tercas como para ir en contra de la opinión de miles y miles de personas.
¿Quién por tanto defiende al aficionado de una plaza de toros? ¿Por qué a veces una evidencia es tan difícil de ver y de valorar por quien tiene que hacerlo? ¿Cómo es posible que una mayoría esté equivocada y un sólo hombre no? ¿Acaso hay inteligencias tan supremas que pueden anular de un plumazo a todas las demás?  Misterio. Pero el muro de la incomprensión está ahí. Y seguirá estando. Y nos seguiremos chocando contra él. Y continuaremos calentándonos la sesera intentando buscar respuestas que se escapan a nuestro entendimiento. Alomejor el único consuelo que un día nos quede será aceptar que no tenemos la razón por muchos que seamos los que pensemos de la misma manera. Y es que ya lo dice el refrán: mal de muchos consuelo de tontos. Pues eso: tontos seremos.