lunes, 25 de febrero de 2019

Ser o no ser

Este artículo va de algo controvertido. Quiero reflexionar. Quiero que todos reflexioneis conmigo. Como ya sabéis, la actualidad del mundo de los toros pasa estos días por el famoso bombo de San Isidro y los toreros que de momento se han apuntado y los que no se han apuntado al mismo. El tema es que a raíz de ello se ha vuelto a avivar de nuevo la llama de la eterna disputa entre los aficionados sobre qué es exactamente lo que conocemos como figura del toreo. Y sobre ello quiero reflexionar hoy en este artículo.
 
De entrada hay que decir que no existe una única definición de lo que conocemos por figura del toreo. Y no existe por la sencilla razón de que cada aficionado o grupo de aficionados tiene un concepto totalmente opuesto al otro u otros. Me explico. Los aficionados conocidos con el sobrenombre de "los del clavel" te dirán que las figuras del toreo son aquellos toreros que despiertan el interés del público general y que por consiguiente llenan las plazas. Ese grupo de toreros con pedigrí propio que cobran más que los demás y que además torean las ganaderías más comerciales y teóricamente mejores que hay en el campo bravo. En este grupo de aficionados/as también los hay cuyo criterio se basa únicamente en la belleza física del torero en cuestión. Y es que como diría aquel, de todo tiene que haber en la viña del Señor.
Por otro lado están aquellos aficionados considerados más duros o exigentes cuyo criterio sobre lo que es una figura del toreo difiere mucho de lo anteriormente relatado. Para estos, una figura del toreo es ese torero que mata todo tipo de encastes con todo tipo de compañeros y en cualquier plaza sea de la exigencia que sea. Para este tipo de aficionado, el que un torero tenga mayor o menor capacidad de convocatoria y por tanto llene o no las plazas no es un factor relevante, criterio por otra parte absolutamente respetable.
Y ahora vienen las preguntas. ¿Quién es una figura del toreo actualmente? ¿Por qué lo es? ¿Qué criterio es el más acertado para decidir si este torero o el otro es figura o no lo es? Evidentemente tú tienes tu propia opinión y yo no estoy aquí para convencerte de nada, faltaría más. Lo cierto es que si nos regimos por el hecho irrefutable de llenar una plaza de toros no me salen más de dos o tres toreros que todos conocemos. Y si nos basamos en aquellos que matan todo tipo de ganaderías me faltan dedos de las manos para enumerarlos. Estos sin ninguna discusión ganarían por goleada a los otros.
El dilema es más profundo de lo que parece y, en mi opinión, está basado en lo que yo he dado en llamar el mandato de la fama. Nos guste a los aficionados o no, en este espectáculo hoy y siempre ha mandado el público general. Ese que no entiende demasiado de todos y cuyo criterio a la hora de ir a una corrida es la fama del torero o toreros en cuestión. Fama por otra parte ganada en algunos casos por cosas o asuntos ajenos al mundo de los toros.
Por tanto ambos criterios para catalogar a un torero como figura del toreo son igualmente válidos dependiendo del criterio taurino del que lo emita. Para el público general una figura será este o aquel torero famoso y para el aficionado entendido será ese que ayer mató una de Cuadri en tal plaza y hoy va a matar una de Juan Pedro en tal otra, por poner dos ejemplos de ganaderías que poco o nada tienen que ver la una con la otra.
Hasta hace veinte años todos los toreros mataban todo tipo de encastes. Eso ahora por desgracia no sucede gracias a la moda de matar sólo tres ganaderías que en su día impuso José Tomás. Lo del bombo de San Isidro ha removido, aunque ligeramente, los cimientos de lo establecido por decreto hasta hace nada. Y si bien es cierto que en esas diez ganaderías que componen el bombo no hay ninguna que se coma a nadie, también es cierto que hay al menos cinco que los principales toreros del escalafón no quieren ver ni en pintura. Algo es algo. De momento Simón Casas ha podido poner la primera piedra de lo que en un futuro puede ser un nuevo y consolidado para todos concepto de figura del toreo. Ahora falta que los que se tienen que dar por aludidos lo hagan y que por fin haya un único, absoluto y verdadero concepto de lo que es una figura del toreo. Ser o no ser. Esa es la cuestión.

martes, 5 de febrero de 2019

La clave

Victorino dio la clave hace unos días en su comparecencia ante el Senado con el objetivo de defender la Tauromaquia: la clave de todo el movimiento antitaurino es que este espectáculo es público. Que se ve. Que se hace de él una fiesta. Que la gente puede ver cómo un hombre burla a un animal una y otra vez para acabar dándole muerte. Ese es el kid de la cuestión. Eso es lo que realmente no soportan los detractores de la Tauromaquia. Eso y nada más. El resto de argumentos que utilizan para atacar la Fiesta son mentira. No estiman más a los animales de lo que lo hacen los taurinos. No se preocupan más por su bienestar de lo que lo hacen los criadores de toros de lidia. No los respetan más que un torero respeta al toro que tiene delante. No son veganos porque detesten el sufrimiento y la muerte de los animales para consumo humano. Todo eso es una pose. Una consecuencia de la absurda creencia actual de que lo moderno hoy en día es ser reivindicativo e ir en contra de todo lo establecido. En contra de las tradiciones y en contra de la identidad propia de un país.

Vaya por delante que nunca he sido un defensor a ultranza de las tradiciones. Me explico: no se puede considerar intocable algo con el único pretexto de que es tradición. Los tiempos cambian y por tanto las sociedades también cambian. Las mentalidades varían muchas veces más como consecuencia de las modas que de las convicciones y las reflexiones propias. Todos conocemos tradiciones que con el paso del tiempo han ido desapareciendo por unas causas o por otras. Pero en el fondo de todo ello siempre ha prevalecido la libertad de decidir. A nadie le han obligado ética o moralmente a renunciar a una tradición. Se ha podido prohibir con mayor o menor acierto como consecuencia de un ejercicio político que no siempre ha tenido la razón. Ahí están los casos de Cataluña, Villena o Baleares, en los que el Tribunal Constitucional ha terminado por dar la razón al mundo del toro en detrimento de aquellos Ayuntamientos o Comunidades Autónomas que prohibieron o modificaron un espectáculo que siempre ha sido legal y que además lleva años blindado culturalmente. Por tanto, las tradiciones se pueden debatir. Se puede reflexionar sobre el hecho de que una tradición se pueda o no modificar. Pero lo que no se puede discutir es lo que a día de hoy está protegido por el manto de la legalidad porque básicamente todos nos debemos a un orden y a unas leyes.
A parte de que la Tauromaquia es un espectáculo legal y por tanto sujeto a la libertad individual de cada individuo, de lo que nunca he tenido duda es de que este espectáculo es cultura. Si entendemos como cultura el conjunto de conocimientos, ideas, tradiciones y costumbres que caracterizan a un pueblo, a una clase social o a una época, no hay duda. Guste o no, los toros encajan perfectamente en esa definición. Lo que caracteriza a un pueblo son sus costumbres y tradiciones, las cuales pueden cambiar a lo largo de la historia como he dicho anteriormente. Pero esos cambios los debe de marcar la sociedad dentro de un marco legal y democrático y, sinceramente, a la Tauromaquia todavía no le ha llegado ese momento porque para disgusto de muchos sigue siendo un espectáculo de masas con un público mayoritario que acude ilusionado a ver un espectáculo único.
Repito: el problema para muchos es que es público. Que se ve. Que se paga por ver la muerte de un animal en la arena. Y eso les parece catastrófico y propio de una sociedad bárbara y amoral. Como si día a día no viéramos en televisión imágenes mucho más cruentas de guerras o catástrofes entre los propios humanos. Como si día a día no viéramos el daño que es capaz de hacerle un humano a otro humano. Pero eso en la nueva y actual sociedad cada vez más animalista y menos humanista no es lo mismo. Para ellos siempre será mucho peor el daño de un humano a un animal -por muy litúrgico, respetuoso o alimenticiamente necesario que este sea-, que el daño de un humano a otro humano. Y yo sólo me repito que ante esta nueva y absurda sociedad lo mejor es que Dios nos coja confesados.