martes, 27 de enero de 2015

El FITuro de la Fiesta...

Como bien sabes, el pasado jueves se presentó en la Real Academia de las Bellas Artes de San Fernando de Madrid, la Fusión Internacional por la Tauromaquia (FIT). Se trata de una unión empresarial taurina que englobará a los tres países más importantes del escenario taurino, a saber, España, Francia y Méjico. Los hombres detrás de la FIT son el todopoderoso Simón Casas, el cada vez más omnipresente empresario mejicano Alberto Bailleres (a través de su empresa ETMSA y de Antonio Barrera como su representante legal) y José Cutiño. Según ellos, esto no es un territorio vedado a nadie, con lo que supuestamente, cualquier empresario podrá unirse a la fusión. En teoría, esta fusión se hace para promocionar y proteger la Fiesta ante los múltiples ataques antitaurinos que está sufriendo. Bien. Muy bien, diría yo. Al parecer, la FIT va a tener un organigrama legal que se hará cargo explícitamente de todas las afrentas que sufra el noble arte de la Tauromaquia. También se van a rescatar plazas de toros que están prácticamente desahuciadas del circuito taurino y se va a apostar fuertemente por los jóvenes valores, tanto novilleros como matadores de toros. Hasta ahí perfecto. Quizás necesitábamos algo así para dar la sensación de una vez por todas de que estamos bien organizados, de que podemos ser inmunes a lo malo que venga de fuera y que realmente tenemos un futuro largo y halagüeño. Esto no se debe de acabar. Pero a pesar de todo lo bonito y perfecto que esto pueda parecer, me vas a permitir que sea un tanto escéptico. Primero porque pienso que lo que subyace en todo esto es la ruina económica de la Fiesta en España y por tanto se ha tenido que echar mano de la inmensa riqueza del señor Bailleres. Vamos, que nos ha tenido que echar un capote para que la Tauromaquia en España pueda seguir subsistiendo. Y segundo: desde que se dio a conocer la creación de la FIT, hay una palabra que está martilleando mi cabeza sin parar: monopolio. ¿Por qué? Fácil: precisamente dos de los inductores de esta fusión son poseedores de un amplísimo poder en la Tauromaquia actual. Sí. Me refiero a Simón y a Bailleres. Y soy escéptico principalmente porque la FIT, recién nacida y así a bote pronto, engloba 22 plazas de toros entre los tres países, 7 toreros (Talavante ha sido la última y reciente adquisición de este recién creado organismo) y otras tantas ganaderías, entre las que se encuentra Zalduendo, de reciente adquisición (y las que puedan ir cayendo en un futuro). Al grano. Te enumero mis dudas: ¿se van a dar oportunidades reales a toreros interesantes de la segunda fila que pueden funcionar, o sólo van a ir a sus ferias los mismos de siempre? ¿Habrá represalias en el resto de plazas contra el que no se arregle en una en concreto? ¿Manejarán esto a su antojo? ¿Introducirán poco a poco en Méjico el toro de Domecq para según algunos "modernizar" el toreo allí, arrinconando definitivamente al de Saltillo? ¿Se va a defender de una vez por todas a los ganaderos, criadores de la materia prima fundamental de este espectáculo? ¿Se va a defender realmente la Fiesta con uñas y dientes? ¿Dejarán a otros empresarios tomar parte en el pastel? ¿Habrá monopolio? Imagino que lo iremos viendo conforme transcurran las primeras ferias en los tres países objeto de la unión. Y otra cosa: ¿por qué algunos empresarios españoles y franceses no tenían ni idea de esta fusión, enterándose de ella la misma mañana de su presentación? Si la FIT es realmente para promocionar y defender esto, qué menos que todo el mundo empresarial hubiera estado al tanto. Dudas y más dudas. Si quieres que te diga la verdad, este batiburrillo lo veo más como un monopolio que otra cosa, sobre todo porque viene de quienes viene y porque el monopolio siempre ha existido en la Tauromaquia; ahí están los ejemplos de la familia Dominguín, los Lozano, Manolo Chopera o Jardón, que han tenido el poder absoluto de la Fiesta en distintas épocas de la historia, llevando multitud de plazas de toros y toreros tanto en España como en Hispanoamérica. Llámame pesimista. Te prometo que no quiero serlo. Pero yo siempre pongo todo en una balanza. Y aquí, en este caso concreto, de momento, pesa más la niebla que la claridad. Ojalá me equivoque... P.D.: A parte de la palabra monopolio, también hay un nombre que martillea mi cabeza en todo este asunto: Morante. Que cada cual saque sus propias conclusiones...

martes, 13 de enero de 2015

Números naturales...

Hoy en día nos seguimos echando las manos a la cabeza. Los taurinos, los aficionados, todos los que amamos la Fiesta en general. Y siempre esgrimimos el mismo discurso: cada vez se dan menos festejos. Cierto. Cada vez se dan menos festejos. ¿La causa? Unos dicen que la crisis, otros que la falta de afición de las generaciones más jóvenes. Los más aventurados dicen que como no hay alicientes la gente no va a las plazas. Los más atrevidos hablan de falta de emoción en el toro y, por extensión, en el torero. Pero pocos se paran a pensar que lo que está ocurriendo es que estamos volviendo a los números naturales de la Fiesta. La Tauromaquia siempre ha sido, o al menos hasta los denostados años noventa y dos mil, un espectáculo elitista servido en no demasiadas grandes dosis. Posiblemente ahí haya residido gran parte de su atractivo a lo largo de la historia. La gente se ha quedado con ganas de más, y eso, ha engrandecido en cierto modo este espectáculo. Si analizamos los números, las épocas más gloriosas de la Tauromaquia, como fueron los años sesenta, setenta y ochenta, el número de espectáculos taurinos en España siempre rondaba los 400-500 poco más o menos. Ese era el número ideal y rara vez se salía de ahí. Con ese número de festejos todo funcionaba a la perfección, había figuras del toreo y, lo más importante, surgían otras nuevas cada poco tiempo. Con esos números bastaba. Los grandes toreros, las figuras, casi no iban a los pueblos y tan sólo toreaban en plazas de gran relevancia o donde hubiera un buen dinero que echarse al bolsillo. Sin embargo, llegaron los años noventa y el boom de las nuevas televisiones privadas acabaron con el cuadro. Se empezaron a retransmitir todo tipo de corridas -la mayoría de escasa calidad en cuanto a toros y toreros- y en poco tiempo la Fiesta se banalizó. Se dio una imagen de un espectáculo cutre y sin la importancia que tradicionalmente siempre ha tenido la Fiesta de los Toros. Se dañó muy seriamente este espectáculo. Eso, junto a la supuesta bonanza económica que vivía el país gracias a la construcción, hicieron que los festejos se multiplicaran alrededor de toda España. Y así, pueblos que habitualmente habían dado en sus fiestas patronales una o dos novilladas como mucho, pasaron a dar cuatro corridas de toros y una novillada con picadores. Fue la eclosión de una Fiesta cada vez más cutre y menos elitista. En consecuencia, en poco tiempo se pasó de 400-500 festejos hasta los 800, 900 y casi 1000 de finales de los años noventa y principios de los años dos mil. Una locura y un desprestigio. Como dije antes, la Fiesta, en vez de normalizarse, se banalizó, se “encutreció”, se ridiculizó. Pero llegó la crisis. Todos los personajillos superfluos que se hicieron ricos de la noche a la mañana y que a falta de otro hobby mejor se habían metido a ganaderos o empresarios desaparecieron. Se empezó a perder dinero y todo cambió. Y de casi mil festejos hemos vuelto a los cuatrocientos; los números naturales de este espectáculo. A pesar de todo el daño que ha hecho la crisis económica en la sociedad, al mundo del toro le ha beneficiado en cierta manera. Se ha eliminado todo lo que era un exceso sin sentido y cada oveja ha vuelto a su redil. Se diga lo que se diga, lo de antes no podía ser. Lo de ahora es más normal. Que sí, que entiendo que hay muchísimos toreros que no ven un pitón en toda la temporada porque no tienen ocasión de torear. Pero es que nadie dijo que esto fuera fácil. El que está ahí arriba es por algo y el que tiene condiciones y aún no está, ya llegará. La ley de la naturaleza es implacable y siempre acierta. Lo que está claro es que con la mitad de festejos que hace unos años, seguimos siendo el segundo espectáculo de masas de este país. O al menos eso dicen los que llevan las cuentas. Habrá que creérselo. Los toreros -sobre todo las figuras-, han pasado de torear cien o ciento y pico festejos al año (algo absolutamente excesivo y anormal) a como mucho cincuenta o sesenta corridas al año. Y aquí hago un inciso: no me imagino a Picasso o a cualquier otro artista de cualquier índole creando cien obras de arte al año. No puedo. Con los toreros me pasa lo mismo. Un torero es un artista, pero no sólo eso. Además su profesión es única. Se juega la vida. Y eso no se puede equiparar a nada y mucho menos restarle importancia. Algunos toreros han logrado quitarse esa importancia a sí mismos y a la Fiesta en general. Por suerte hemos vuelto al lugar del que nunca deberíamos haber salido. Hemos vuelto a lo natural. A lo realmente importante. A darle la trascendencia real que tiene este espectáculo. No somos deporte. No somos como los demás. Esto es Tauromaquia y no se puede ridiculizar. Es sagrado, ritual, un arte. Algo místico que diría aquel...