viernes, 26 de mayo de 2017

El poder de la naturalidad...

Escribo estas líneas impactado todavía por las últimas faenas de Alejandro Talavante y Antonio Ferrera en Madrid. Dos faenas cortas e intensas. El pronto y en la mano que diría el eterno Antoñete. Lo bueno. Lo que emociona. Y es que en esto del toreo también se cumple aquel dicho que dice que "lo bueno si breve dos veces bueno".
Dos faenas que salvaron dos tardes a la deriva. Dos faenas repletas de torería. Dos extremeños haciendo el toreo caro. Dos obras desbordadas de algo que por desgracia cada tarde se ve menos en las plazas: naturalidad. Sí, naturalidad. Sobran muchos dedos de una mano para citar nombres de toreros que lleven a gala eso de la naturalidad. Ferrera y Talavante son dos de esos dedos.
Esa es la grandeza de este espectáculo. Esa es la magia. Estás allí y no pasa nada. Te aburres. Miras a cualquier parte de la plaza. Miras tu teléfono mil veces. Allí sigue sin ocurrir nada. Para qué habré venido... Y de repente surge algo. Algo grande. Algo mágico. Un hombre se distingue del resto de los mortales. Un hombre se distingue del resto de los toreros. Y entonces, en cinco minutos y con apenas quince muletazos aquello se pone boca abajo. Ya nadie mira los teléfonos. Todo el mundo mira a la arena. Allí está pasando algo muy gordo. Ahora sí. Todas las caras cambian de expresión. Y del aburrimiento se pasa a la más excelsa emoción.
Cuesta digerir el cómo, el cuándo y el por qué de las últimas faenas de Ferrera y Talavante en Madrid. Cuesta hasta soñarlas. Cuesta ver a dos hombres con más naturalidad delante de un toro. Costará mucho ver algo tan puro durante toda la Feria como lo hecho por esos dos genios del toreo. Y es que estos dos conocen el fuego por dentro.
Pureza. Torería. Brevedad. Y sobre todo naturalidad. Na-tu-ra-li-dad. Cuando un torero reúne todo eso lo demás pasa a un segundo plano. Incluso la condición del toro que se tiene delante. Cuando un torero se pone ahí con la izquierda, desnudando su alma para ofrecerla al servicio de la pureza y la emoción. Cuando un torero se pone ahí y se los pasa roto suavizando la violencia de la bestia que tiene delante y del mismo mundo que le rodea. Cuando se hunde el mentón en la barbilla hasta hacerse daño. Cuando se mira al tendido con la soberbia de quien se sabe autor de una obra inmensa pero efímera. Un suspiro y a por la espada. Un suspiro y aquello ya ha acabado. Eso amigo no puede durar mucho. No hay corazón que lo aguante.

lunes, 15 de mayo de 2017

Las broncas...

Hace unos días en Sevilla pude presenciar y escuchar una de las broncas más fuertes que he escuchado en mi vida taurina. Fue la que el público de La Maestranza le dedicó a Morante de la Puebla cuando abandonó el ruedo el pasado jueves 27 de abril. Y es que tras una tarde apática y poco afortunada del torero de La Puebla del Río, el público desahogó su frustración a base de pitos y abucheos. Y yo tan sólo me puse a escuchar y a sentir lo que en ese momento estaba pasando en el coso del Baratillo.
Cuando Morante desapareció por el patio de cuadrillas aquello cesó de repente para prorrumpir en una tremenda ovación al siguiente torero que se disponía a cruzar el anillo camino de su hotel. Era El Juli el que en ese momento era fuertemente ovacionado gracias a su buena actuación y entera disposición esa tarde en el coso maestrante.
Y entonces en mi mente apareció el contraste. Lo contradictorio. En apenas veinte segundos había sentido el enfado y la alegría. El desprecio y el agradecimiento. La bronca y los aplausos. Y en ese momento volví a sentir que esta Fiesta está más viva que nunca porque en contra de lo que muchos dicen, aquí se siguen generando emociones que brotan del alma de cada persona que presencia un festejo taurino una tarde cualquiera.
La Fiesta es y debe ser eso: polos opuestos. Alegría y decepción. Bronca y triunfo. Éxtasis y disgusto. Lo que no debe aparecer nunca bajo ningún concepto es el aburrimiento. Ese hastío que relativiza el tiempo más que nunca y que provoca que algunas tardes salgas de la plaza con la sensación de que has estado diez horas allí metido.
El gran Rafael "El Gallo" -muy asiduo a esto de recibir broncas a lo largo de su trayectoria taurina-, dijo en una ocasión que las broncas eran necesarias y hasta buenas para la salud porque al chillar se ensanchaban los pulmones. Ahí es nada. También dijo que ante un marrajo manso y peligroso prefería mil veces una bronca que una corná, porque las broncas se las llevaba el aire y las cornás se las quedaba uno. Palabra de genio.
Esta es la Fiesta de lo sublime o lo estrepitoso. De las emociones opuestas. Del llanto por lo bello y efímero de una faena. Del cabreo por la apatía y la poca disposición de un actuante, ya sea toro o torero. No es la Fiesta del aburrimiento, porque este, sin duda, es el que puede acabar con ella, no las legiones de políticos y antitaurinos que la odian, los cuales también son necesarios para que se sienta más viva cada día en un mundo cada vez más muerto, por cierto.