miércoles, 20 de julio de 2016

El valor de los muertos...

Te prometo que tenía pensado escribir sobre otra cosa. No he podido. Mis dedos han viajado sin querer desde el teclado a Teruel. Mi mente se ha posado sobre el alma aún cercana de Víctor Barrio y las palabras que han brotado me han vuelto a llevar a la tragedia del pasado 9 de julio. Sé que ya hace días que todo pasó. Sé que ya hablé de ello. Pero las cenizas de Víctor están aún calientes y no he podido, te lo prometo de nuevo, hablar de otra cosa.

Desde que se produjo la tragedia de Teruel he intentado ver algún resquicio de optimismo en todo ello. Algunos seguro que pensáis que estoy completamente loco. Tenéis razón: lo estoy. Pero la vida me ha enseñado a ver el lado positivo de todas las cosas que suceden a mi alrededor. Hasta de las peores. Y creerme que se puede. La terrible muerte de Víctor Barrio también ha tenido su parte positiva. No me tachéis todavía de ogro. Dejarme al menos que me explique.

A principios de los años ochenta hubo una corriente de pensamiento entre la prensa especializada y cierto sector de la afición por la cual se despojó de todo mérito a lo que hacían los toreros en la plaza. Se empezó a decir que el toreo era una profesión sin riesgo alguno, que nunca pasaba nada, que la técnica de los toreros les permitía salir indemnes de todas las corridas por complicado y peligroso que saliera el ganado, etc. Vamos, que ser torero era poco menos que ser un mentiroso con buen sueldo. Y en estas que en los años 1984 y 1985 llegaron las muertes seguidas de Francisco Rivera “Paquirri” y José Cubero “Yiyo” respectivamente. A partir de ese momento cambiaron radicalmente las opiniones en torno a la labor de los toreros. De repente ya no era una profesión banal, sino algo en donde un hombre se jugaba la vida de verdad. Hasta tal punto que podía llegar a perderla. En el caso de Víctor Barrio ha pasado algo parecido. Víctor ha vuelto a poner en valor a los toreros. Víctor ha hecho que todo el mundo recapacite y se de cuenta de que los toreros son los únicos héroes que existen en este denostado y carente de valores siglo XXI. Sí, he dicho bien: héroes. Su muerte por tanto no ha sido en vano. Su muerte ha tenido un valor extrahumano.

Pero no sólo he extraído esa lectura positiva de la muerte de Víctor Barrio. He concluido en otra, la cual me ha permitido conocer hasta dónde puede llegar el ser humano tanto en el aspecto positivo como en el negativo. Cientos, miles de personas nos hemos quedado rotos de dolor con la muerte de Víctor. Cientos, miles de personas hemos vertido a las redes sociales mensajes alabando al torero muerto y apoyando a sus familiares en estos duros momentos. Pero también ha habido personas que lamentablemente se han alegrado de su muerte y han proferido auténticas vejaciones contra su persona y, además, contra una familia destrozada por la tragedia. Personas estas que se han retratado y que han dejado constancia de que la sociedad puede llegar hasta donde nunca podríamos haber imaginado. Gente que antepone la vida humana a la animal, que valora más ésta que la otra y que se amparan en un supuesto animalismo. Aunque más que animalistas yo diría que son auténticos animales a secas por la sinrazón de sus actos. Creo sinceramente que este tipo de seres que abrazan esa ideología deberían cambiarse el apelativo. Y es que les pega mucho más eso de animales. Pensarás que aquí no hay nada positivo. Te equivocas. Saber que hay personas capaces de semejantes actos es una lección muy valiosa, aunque sólo sea para tener cuidado de con quién te juegas los cuartos. O quizás para saber que en el mundo hay más personas buenas que malas. Ahora ya eres tú el que puede elegir una lección u otra. O las dos.

Al día siguiente de la tragedia de Teruel, en mi trabajo, pude vivir un hecho que me dejó partido por la mitad. Un señor de avanzada edad, no aficionado a la Tauromaquia, me dijo en un momento determinado que tenía una pena muy grande. Yo le pregunté que qué le ocurría y él, con lágrimas en los ojos, me dijo que a pesar de no gustarle los toros había sentido una pena y un dolor muy grandes por la muerte de Víctor Barrio. “Lo he sentido como si fuera mi hijo”, dijo textualmente. En ese momento yo enmudecí de inmediato intentando contener las lágrimas que a duras penas luchaban por no salir de mis ojos. “Yo también, amigo. Yo también”, fue lo único que acerté a contestarle. Sobraban las palabras. Sobraban las causas y los porqués. Sobraba hasta el aire tenso que respirábamos en ese momento. “Todavía queda gente buena en el mundo”, me dije para mí mismo cuando este anciano salió por la puerta de mi consulta. Quiero quedarme con esa segunda lectura positiva ante la desgracia de Víctor Barrio.

La muerte de Víctor Barrio ha sido una lección no sólo para el mundo del Toreo, sino para la sociedad en general. El que lo haya querido ver lo habrá visto. El que no es que es ciego de alma y así seguirá durante toda su vida. Un hombre ha dejado sus sueños en la arena. Con ello ha engrandecido la profesión de torero y ha hecho ver a las claras cómo es nuestra sociedad actual. Cuentan los que le conocían bien que era un tipo extraordinario. Una buena persona de los pies a la cabeza. Quizá por ello Dios o lo que quiera que haya allá arriba no ha podido esperar...

martes, 12 de julio de 2016

Los héroes nunca mueren para siempre...

El primer recuerdo que tengo de mi infancia más precoz es la muerte de "Yiyo". Tenía cinco años. Aquella noche del 30 de agosto de 1985 las imágenes que el telediario estaba dando sobre la muerte de José se quedaron grabadas en mi mente para siempre. Como grabada se quedó también la imagen de mi padre llorando desconsoladamente sentado en una silla del comedor de casa viendo el fatal desenlace de un torero apenas incipiente. Y es que a "Yiyo" le queríamos mucho en casa. Como queríamos a Julio Robles, por el que también lloramos y mucho años después.
Recuerdo también especialmente la trágica muerte del banderillero Manolo Montoliú. Tenía once años y una afición desmedida. Aquella tarde del 1 de mayo de 1992 corrí raudo desde el colegio a casa porque había toros desde Sevilla. Me hice la merienda y me senté ante el televisor. Y aquel 1 de mayo pude contemplar aterrado la fatal cornada al gran torero de plata valenciano. Ese día mi afición se paró en seco.
No tardó mucho en volver cuando mi mente aún infantil logró comprender que los toreros podían morir en el ruedo. Que eran capaces de dar su vida sin importarles lo que les pudiera pasar. Que un toro les podía quitar la vida pero nunca la gloria. Y que el Toreo era lo más grande que existía sobre la faz de la Tierra. Desde entonces esa afición ya nunca más me abandonó.
Este sábado la muerte volvió a visitar a un torero en el ruedo. A un héroe de veintinueve años que tenía todo el futuro por delante. Esa es la grandeza del Toreo. Aquí todo es de verdad. Aquí se muere de verdad. Pero se nos olvida. O quizás no queremos pensar en ello porque esa realidad duele de una manera despiadada. Una realidad a la que esta sociedad aborregada le da la espalda. La muerte está siempre presente en nuestras vidas, y la Tauromaquia es la mejor forma de comprender este hecho tan palpable y desgarrador.
Cuenta el maestro José Ortega Cano que cuando entró el sábado al patio de cuadrillas de la plaza de toros de Teruel vio a todos los toreros juntos en un lado del mismo. Víctor Barrio no estaba con ellos. Estaba enfrente. Sólo. Miraba al ruedo, con la mirada perdida en el infinito y sin pestañear. Su gesto era de una seriedad y una concentración que helaba la sangre. José, tras saludar a su torero y a Curro Díaz, se dirigió con mucho respeto a Víctor. Con un gesto suave y apenas perceptible acarició el hombro derecho del torero y, percibiendo su ensimismamiento, le preguntó que dónde estaba su pensamiento. Víctor le respondió: "mi pensamiento está en que hoy es un día muy importante para mí maestro"...
Demasiado importante Víctor. Demasiado importante. Estabas a punto de cruzar la puerta grande más importante de todas. Estabas a punto de alcanzar la gloria eterna.
Ojalá que allá donde estés hayas podido ver que todo el Toreo ha llorado tu muerte. Que tus compañeros te han despedido rotos de dolor y con miles de lágrimas amargas en los ojos. Ojalá que allá donde estés puedas ver y sentir que ningún aficionado te olvidará jamás.
Los héroes nunca mueren para siempre, y tú, torero, siempre serás uno de ellos.
Hasta siempre Víctor.

jueves, 7 de julio de 2016

Y volver, volver, volver...

De un tiempo a esta parte venimos asistiendo a una especie de resurrección taurina propiciada por matadores de toros retirados a los que de repente les ha vuelto a picar el gusanillo del toreo. Siempre digo que las personas somos como las ovejas. Donde va una van todas. Pues bien, parece ser que ahora está de moda reaparecer vestido de luces sólo para torear una tarde.

De toda la vida de Dios hemos visto cómo muchos matadores de toros retirados de vez en cuando han vuelto a pisar la arena para torear algún que otro festival benéfico. Repito: festival. Ahora, en cambio, se ha dado un paso más allá y esas reapariciones fugaces se hacen enfundados ni más ni menos que en el sagrado chispeante. Casi siempre suelo estar en desacuerdo con las modas, y esta no va a ser menos.

Creo firmemente que el Toreo es algo mucho más serio de lo que muchos se lo están tomando. Y lo digo con el mayor de los respetos a esos matadores retirados que, como no, se van a jugar la vida únicamente una tarde tras varios años en casa disfrutando de sus éxitos pasados. Una cosa no quita la otra. Pero como digo, el Toreo es algo mucho más grande que eso. Considero que los toreros que van a hacer el paseíllo en cincuenta o sesenta ocasiones esta temporada en todo tipo de plazas merecen un respeto mayor por parte de sus ex compañeros de escalafón. Porque los que están diariamente al pié del cañón son los que merecen las atenciones de aficionados y medios de comunicación, y no el ex espada que lleva diez o doce años retirado de los ruedos. Además, muchos de ellos tienen la posibilidad de matar el gusanillo en el campo, porque casi todos están ricos y tienen medios suficientes para hacerlo.

Nunca he sido partidario de las reapariciones de los toreros. Es más, considero que cuando un matador se retira debería ser para siempre. Tanto si te has ido tú como si ha sido el público el que te ha echado -cosa que es mucho más hiriente y triste-, lo que has hecho en los ruedos hecho está. Y si se ha decidido la retirada debe ser con todas las consecuencias. Eso a todas luces es una lección de hombría y seriedad. El irte y volver otra vez una o más veces creo que resta seriedad a la carrera de un torero. En algunos casos esa situación eclipsa la gran trayectoria del matador -me estoy acordando ahora mismo de Ángel Teruel padre-, y en otros casos aniquila los buenos recuerdos de una gran trayectoria profesional, dejándote como se suele decir a la altura del betún -me estoy acordando de las últimas temporadas de Ortega Cano, donde el ridículo fue la nota predominante en sus actuaciones.

Creo que un torero debe saber cuándo se tiene que ir. Y cuando lo haga que sea para siempre. Y, como digo, debe tener la capacidad para darse cuenta cuándo es el momento justo de colgar el vestido de torear. Algunos desgraciadamente no han tenido esa capacidad y ha sido el público, la prensa o ambos a la vez los que le han acabado echando. Algo como digo muy triste.

Si estoy en contra de la reaparición por un día de un determinado torero es también porque su actuación suele ser más bien un simulacro de corrida. Generalmente en este tipo de espectáculo taurino-festivo el toro no existe o, si existe, se procura que sea lo más cómodo posible no vaya a estropear la fiesta. Por ahí no paso. Si se reaparece, aunque sólo sea para una tarde, ha de hacerse con todas las consecuencias. Con un toro serio e íntegro, con sus pitones inalterados, que ya nos conocemos. Todo lo que no sea eso es un espectáculo vacío y sin ninguna carga dramática y emocional, que es lo que debe primar en la Fiesta si la queremos conservar. Para reírnos y comer palomitas ya hay demasiados espectáculos hoy en día.

Por tanto, cuidado con esas reapariciones por un día vestido de luces. Cierto es que cada uno con su vida puede hacer lo que quiera, pero pienso que hay que respetar más tanto a los que están día a día batiéndose el cobre por las plazas como a la propia Fiesta en sí. Los festivales con leyendas del Toreo retiradas siempre han sido algo muy torero y respetable. El vestido de torear es otra cosa. Seamos serios y proyectemos esa seriedad a la propia Fiesta y a la sociedad. Sólo así conseguiremos que no nos tomen tan a pitorreo. Y es que hoy en día el horno no está para bollos...