miércoles, 19 de julio de 2017

La conspiración del fracaso...

Hay tardes en las que todo va a salir mal sí o sí. Hay tardes predispuestas al fracaso. Hay aficionados que tarde tras tarde están predispuestos al fracaso.

Ocurre mucho en Madrid, esa plaza que es la más importante del mundo, que es la que más da y la que más quita, que es la que parte el bacalao. Y no importa tanto que sea un cartel de figuras como si lo es de toreros más modestos. Hay tardes que no puede ser y que además es imposible. Un toro cuyo trapío no gusta, que dobla una mano, un torero no del gusto de la afición más exigente, una tarde de llenazos y de clavel. Cualquier excusa es válida para no darle importancia a lo que pase en el ruedo por muy importante que sea lo que allí esté pasando.
Faenas que en otras circunstancias son de premio, en Madrid y en determinadas tardes son de bronca o, lo que es peor, de indiferencia absoluta. Así es la plaza más importante del mundo. Exigente, sí, lo cual es muy necesario en los tiempos que corren, pero caprichosa y llena de tópicos y prejuicios taurinos que muchas veces perjudican más que benefician.
Hay quien simplifica la problemática del mal humor de Madrid a algo tan sencillo como que en San Isidro se trabaja y se mal aparca. Y es que en muchas ciudades españolas las ferias se dan en plenas fiestas, donde poca gente trabaja y la mayoría disfruta de unos merecidos días de descanso. Y en ese estado de relajación física y mental el humor es otro. Quizá a la plaza de toros de Las Ventas muchos aficionados lleguen cabreados después de un mal día de trabajo, después de aguantar las importunancias de su jefe o de una clientela intransigente y feroz. Y si encima te cuesta un mundo aparcar el cabreo se multiplica por tres. Por tanto en muy fácil que en esas circunstancias entres a la plaza con unas desmedidas ganas de pelea con todo lo que se mueva.
El aficionado debe ser exigente. El aficionado debe ser riguroso con lo que ocurre en el ruedo. Con el toro que se lidia. Con la liturgia taurina. Pero también debemos tener sentido común y captar la importancia de lo que ocurre en la arena, y, en consecuencia, ser justos y equitativos con toreros y ganaderos. Sólo así proyectaremos la imagen de una Fiesta sana y una afición unida.
A la plaza no hay que ir con ideas preconcebidas. Con prejuicios sin sentido. A la plaza hay que ir con la mente en blanco para poder captar todo lo que allí ocurre. Hay que ir despojado hasta de sentimientos, casi vacío por dentro, para poder emocionarnos con una buena verónica, un buen puyazo o un estoconazo por todo lo alto. Porque todas las tardes ocurre algo. Sólo depende de nosotros el captarlo y el sentirlo. No conspiremos con el fracaso porque si lo hacemos este será la oscuridad que nos impida ver la luz, por muy poquita y tenue que esta sea.

miércoles, 5 de julio de 2017

Siempre merece la pena...

Lo siento. Sigo consternado por la muerte de Iván Fandiño. No es tan fácil pasar página. Y cuando parece que comenzábamos a asimilar su repentina muerte, ahora nos llega otra desde México: la del joven torero azteca Ramiro Celis.
Me ocurrió tras la muerte de Víctor Barrio. Y me ha vuelto a ocurrir tras la de Fandiño y Celis. He vuelto a preguntarme de forma obsesiva si esto realmente merece la pena. Si está afición sale rentable emocionalmente. Si es necesario sentir tanto dolor de forma gratuita. Y me lo pregunto yo que soy un simple aficionado. Imagino las veces por segundo que se lo deben de preguntar los profesionales, esos que sí se juegan la vida de verdad delante del toro, no yo que asisto sano y salvo desde un tendido o desde el sofá de mi casa a lo que ocurre tarde tras tarde en el ruedo. Eso sí que es gordo...
Y a pesar de la dureza de esta afición, de este mundo del toro, ahí volvemos tarde tras tarde. Y volvemos porque algo nos llama poderosamente. Algo nos hace sentir cosas muy fuertes ahí adentro. Es inexplicable. Lo sé. Y no será porque no llevo tiempo intentando saber el porqué uno vuelve a contemplar este espectáculo tras una tragedia como las varias que llevamos en este último año. Pero la respuesta no es racional. La respuesta está mucho más dentro. Mucho más al fondo de todo lo visible.
Este espectáculo siempre merece la pena. Siempre. A pesar de la crudeza de lo que ocurre en el ruedo. A pesar de la dureza de las cornadas. A pesar de que la auténtica belleza y la emoción rara vez aparecen una tarde de toros. A pesar de los enfrentamientos casi a muerte de los aficionados en las redes sociales. A pesar de los cuchillazos que nos lanzamos entre nosotros mismos por defender esta postura o la otra. Esta ganadería o la otra. Este torero o el otro...
Lo puro siempre merece la pena. Lo verdadero siempre debe ser defendido. En esta sociedad tan vacía de todo siempre debe haber una plaza de toros para recordarnos qué es la vida. Qué es lo real. Qué es la muerte y cómo son los hombres de verdad. A pesar de la sangre, de las muertes, de los enfrentamientos. A pesar de todos los pesares.
Vivimos en un mundo real. En un mundo que duele. En un mundo donde mueres cada día un poco más. Donde algún día incluso puedes morir del todo. Y la Tauromaquia es eso: vida, muerte, ruido, emoción, arte. Algo tan fácil y difícil de explicar. Algo tan fácil y difícil de sentir. Por eso siempre merecerá la pena. Porque mientras el mundo gire loco a nuestro alrededor, siempre habrá una plaza de toros donde la vida sea auténticamente real, donde lo que allí dentro ocurra sea lo puro y verdadero y no tenga nada que ver con lo que hay fuera. Donde un hombre se enfrente a la realidad sin tapujos. A la vida y a la muerte.
Renato Motta, El Pana, Víctor Barrio, Iván Fandiño y Ramiro Celis: habéis honrado la profesión más difícil y verdadera del mundo. Y la habéis honrado ni más ni menos que con vuestras propias vidas. Por eso esto siempre merecerá la pena. Siempre...

Moriré libre...

Hola Iván. Te escribo estas palabras porque necesito vomitar toda la rabia que llevo dentro. Te escribo estas líneas maldiciendo a voz en grito tu mala suerte. Puta mala suerte Iván. Puta mala suerte. Te ha tenido que pasar a tí. Precisamente a tí, con todo lo que te ha costado hasta llegar donde has llegado. Precisamente a tí que has tenido que luchar siempre contra viento y marea. A tí que te han cogido los toros toreando con la máxima pureza y verdad. A tí que siempre echabas la pata pa'lante. Qué nunca la escondías. Que la dejabas ahí para que el toro te la atravesara si quería. A tí que toreabas a todos los toros como si fueran buenos. A tí que te tirabas a matar con el corazón. Recto, sin ventajas. De verdad. Como si no hubiera un mañana. Y mira por donde has ido a morir al hacer un quite absurdo a un toro que ni siquiera era el tuyo. Pero claro: tú nunca perdonabas un quite. Eras un león, un guerrero y, hasta en eso, demostrabas tarde tras tarde que aquellos atributos que tenías entre las piernas te llegaban hasta el suelo. Y encima te ha tenido que pasar en Francia. Tu Francia. Esa que nunca te dio la espalda. Esa que te dio cobijo cuando no eras nadie y que te había vuelto a abrazar ahora que la afición española había renegado de ti. Allí, tan cerquita de tu Orduña natal. Qué ironía del destino. Qué mala suerte Iván. Qué mala suerte.

Porque tú fuiste el primero que le pegó una patada a la puerta y la tiró abajo a fuerza de valor y tesón. Porque tú fuiste el primero que entró después de tantos años en los carteles de las figuras. Es triste que ahora se hable de los jóvenes que lo están haciendo y nadie se acuerde de ti. Qué miserables somos los aficionados. Qué miserable es la prensa taurina. Tú fuiste el primero y por suerte unos pocos lo sabemos y te lo reconoceremos siempre.

Porque todos los que nos consideramos buenos aficionados hemos sido fandiñistas en algún momento de tu trayectoria. Era fácil ser de ti: nos dabas lo que tanto pedíamos en los toreros. Esa verdad ante cualquier tipo de toro. Sin mirar el encaste. Sin mirar el hierro. Tarde tras tarde. Pero aún así querías más. Querías hacer historia. Te había costado mucho porque no todo el mundo te veía con buenos ojos en los carteles de relumbrón. Y entonces vino aquella tarde gris en Madrid. Aquella tarde en la que las cosas no salieron bien. Aquella tarde a partir de la cual los que te habían recibido con ramas de olivo te despidieron cual turba camino del calvario. Te crucificaron sin dudarlo. Pero esa misma noche comenzó tu resurrección. Una resurrección nacida del orgullo interior de un torero con raza. De alguien que se había hecho a sí mismo a base de esquivar golpes. Tú mismo lo dijiste horas después: “gracias a todos los que confiáis en mí. No es momento de lamentos, es hora de levantarse y buscar la próxima batalla”. Y es que tu carrera no podía acabar así.

Porque sólo tú eras capaz de brindarle un toro a un chaval desconocido al que un novillo le acababa de destrozar la cara. Porque sólo tú eras capaz de brindarle un toro con esas palabras a un padre que hacía poco había perdido a un hijo en el ruedo. Porque sólo tú eras capaz de preocuparte siempre por tus compañeros y de estar pendiente de ellos cuando caían heridos. Así eras tú Iván: puro y verdadero. Como tu toreo.

Recuerdo aquella tarde en Bilbao en la que un toro de La Quinta te había metido en la Enfermería. Minutos después saliste. Muy dolorido, pero saliste. Andando, como los guerreros valientes. Asumiendo tu papel de luchador incansable y poco afortunado. Sin un mal gesto nos atendiste a los pocos aficionados que te esperábamos para saludarte y decirte lo mucho que te admirábamos por tu lucha heroica dentro y fuera de los ruedos. Aquel día supe que estaba ante una persona auténtica y excepcional por sus valores taurinos y humanos. Unos valores que seguirás demostrando allá donde quiera que ahora estés.

Recuerdo también con gran cariño mis años de trabajo y batalla en Guadalajara. Y recuerdo que cada vez que volvía a casa, sin importarme lo cansado que pudiera estar, paraba en tu finca de Fuentelencina para observar cómo tu sueño se iba haciendo realidad. El vallado, el cortijo, tu preciosa placita de tientas. La última vez que pasé acababan de terminarla. Relucía el rojo sobre las pareces. Relucía todo porque todo era nuevo. Y en el portalón de la entrada, a cada lado, la I y la F de tus iniciales sobre una espada. Tu hierro ya estaba allí. No hace ni un año de aquel día Iván. Tu finca era tu sueño. Una finca que apenas has disfrutado.

Cómo ovidar lo bien que me trataste tú y tu gente años antes, cuando aquel 1 de octubre de 2013 de camino a casa me colé en Cantinuevo, la finca pegadita a la tuya de tu gran amigo Antonio González, para verte matar dos toros a puerta cerrada. Presentabas ante la prensa tus dos actuaciones en la Feria de Otoño de Madrid de ese año con las corridas de Victoriano de Río y Adolfo Martín. Una apuesta muy fuerte. Y cómo olvidar cuando tras el esfuerzo de matar dos torazos entraste con tu sonrisa eterna en la sala donde estábamos todos como si fueras uno más, cuando realmente eras el protagonista, el motivo por el que todos estábamos allí. Y es que estabas como en casa. De echo a tan sólo unos metros de tu casa. En Fuentelencina. Tu Fuentelencina. El mismo pueblo donde veraneaba Manolete con su novia Lupe Sino. El mismo pueblo donde querías disfrutar de una larga vida con tu mujer, tu niña y tu gente. Manolete e Iván Fandiño. Dos héroes. Dos hombres que han dado su vida por la Tauromaquia.

En tu reciente funeral, tu gran amigo Jesús Arruga ha dicho que si hubieras tenido que escribir tu final, a buen seguro que habrías escrito este. El mismo que te ha acontecido sin esperarlo. Qué de bien te conocía Iván. Siempre se ha dicho que la mayor gloria para los toreros es morir en la plaza para así dignificar su profesión y pasar a la historia como un héroe. Y aunque yo tampoco dudo de que hubieras deseado que te sucediera este final en algún momento de tu vida, yo y muchos como yo pensamos que un torero no debe de morir en el ruedo, sino tras una larga vida y después de haber disfrutado de lo que os habéis ganado a sangre y fuego en los ruedos. Perdona mi osadía Iván. Quizás no lo entienda porque no he sido torero, a pesar de que siempre lo he deseado con toda mi alma.

Néstor, tu Néstor, tu amigo, tu hermano, tu padre taurino, siempre decía que habías sido un error del sistema. Que tu caso no había sido normal. Que habías sido un caso imposible de volverse a repetir en nuestros días. Que un hombre casi sin conocimientos taurinos, que había sido pelotari antes que torero, que había tenido que adaptar su cuerpo para poder estar delante de un toro, que se había hecho en las durísimas capeas primero de su tierra y luego en las de Salamanca y Guadalajara, no podía llegar donde tú habías llegado si no se tenía una voluntad de acero. Él confió tanto en ti la primera vez que te vio que ya no se despegó nunca de tu vera. Ni tú de él, a pesar de que tuviste muchas oportunidades para haberte ido con apoderados mucho más importantes e influyentes que Néstor. Pero ni siquiera se te pasó por la cabeza dejarlo. El brindis del toro de tu alternativa en Bilbao la tarde del 25 de agosto de 2005 cuando todavía no eras nadie en esto lo dejó más que claro: “este es el penúltimo toro que te brindo. El último será el de mi despedida de los ruedos”. Así fuiste con Néstor: fiel hasta el final. Fuiste un error del sistema. Tu muerte también ha sido un error. Un error del destino, de Dios o de quien quiera que dirija este mundo loco lleno de desgracias incomprensibles.


No quiero irme nunca, me quedaré en el recuerdo, en la mente, en el alma, donde nunca muera”, dijiste en una ocasión. “Tengo una cita con la historia y, si he de morir, moriré libre”, dijiste en otra ocasión. Ten por seguro que has muerto libre pero que nunca vas a morir en las mentes y en los corazones de los aficionados. Los héroes nunca mueren para siempre Iván. Tu lucha humana y taurina siempre será el mejor de los ejemplos para todos los que amamos la Tauromaquia. Toma la eternidad torero. Disfrútala. Te la has ganado con creces.