domingo, 21 de septiembre de 2014

Torería

Hace unos días, un joven me hizo una pregunta y me mató. Directamente. ¿Por qué? Pues porque no supe qué contestarle. Así de bote pronto me pilló en canzoncillos. La pregunta fue muy simple. Llana. Contundente: “¿qué es la torería?” “¿Perdona?” -le contesté. “Sí sí, que qué es eso que algunos llaman “torería”. Admito que me costó reaccionar. Me tomé mi tiempo incluso. Y cuando el joven ya casi había desistido en la esperanza de que pudiera contestarle, algo insólito se me vino a la cabeza: “torería es aquello que ya no existe”. “¿Cómo?” -me dijo mientras su cara delataba incredulidad no, lo siguiente. “Lo que has oído chaval. Torería es aquello que ya no existe. Y la poca que queda la poseen menos toreros que dedos tienes tú en una mano”. El muchacho, triste, cariacontecido, se dio media vuelta y se fue. No se quién se quedó más triste, si él o yo. O los dos al unísono. No miento amigo. Lo que digo es totalmente cierto. La torería está en peligro de extinción, y el caso particular del chaval que acabo de contaros me ha empujado a reflexionar en voz alta sobre ello. Dime tú cómo podría haberle explicado yo al adolescente qué es eso de la torería si ya no la podrá ver en un ruedo. Si, lamentablemente, sólo la podrá observar bajo la fría mirada del vídeo. Porque sí amigo: la torería pasó a mejor vida. La torería pasó de moda. Desde hace unos años, la mayoría de los toreros carecen de ella. Ahora, la práctica totalidad de los matadores no andan en torero, no tienen esa “chulería” torera de siempre, desprecian la naturalidad, la elegancia, el arte en sus gestos. Ahora, los toreros entran y salen de la cara del toro como el que entra y sale de un bar. O como el futbolista que sale del campo sustituído por otro compañero. De un tiempo a esta parte, la torería se ha convertido en vulgaridad, en feas formas, en andares de deportista. ¿Eso es un torero? Rotundamente no. Si por algo se caracteriza un torero es porque es precisamente eso: un torero. Y este es un ser especial. Debe de ser un ser especial. Aquellos tiempos en los que se veía venir a un torero a kilómetros desaparecieron. Cuentan los más viejos del lugar, que la gente decía “ahí viene un torero” cuando los Joselito, Belmonte, Manolete o Antonio Bienvenida (por poner algún ejemplo) se vislumbraban vestidos de paisano al final de una calle. Y luego, con el toro, con el traje de oro, el asunto ya era escandaloso: la torería les rebosaba por todos lados. Dicen que hoy se torea mejor que nunca. Estoy de acuerdo aunque depende de quién toree también. Pero también es cierto que hoy hay menos torería que nunca. Hoy hay más vulgaridad que nunca. ¿De qué sirve torear bien si no se tiene torería? Los innumerables enganchones del toreo de antaño se tapaban por la torería. Los medio muletazos de antaño se tapaban por la torería. El toreo perfilero se tapaba con la torería. Y si no me crees, ahí están los vídeos de Ordoñez, Bienvenida, Camino, Viti, Antoñete, Curro, Paula, Manzanares padre, Joselito... ¿Y hoy? Pues muy pocos, como le dije a aquel muchacho preguntón... Quizás Ponce, Finito, José Tomás, Morante, Urdiales..., y muy pocos más. Así está esto. Desafortunadamente, los que copan los primeros puestos del escalafón carecen de ese atributo tan importante en un torero. El toreo debe de ser puro, verdadero. Eso es indiscutible. Pero ha de tener grandes dosis de torería. Un torero no es un futbolista. Un torero es un héroe, un ser especial y, como tal, debe de comportarse dentro y fuera del ruedo. Su imagen, sus movimientos, su carácter... Qué difícil, ¿verdad? Pues eso mismo pensé yo cuando aquel chaval inocente buscó una respuesta imposible en mí. ¿Cómo explicarlo con palabras? Prueba tú amigo. Yo te lo pregunto: ¿qué es torería?

viernes, 5 de septiembre de 2014

Los arrimones modernos...

La verdad es que hace tiempo que quería hablar de esto. Desde el respeto, claro. No me canso de decirlo: respeto absolutamente todo lo que hace un hombre delante de un toro. O si no todo, casi todo, a pesar de que algunos piensen lo contrario. Siempre he dicho y mantengo que los toreros son los únicos héroes que existen en este mundo confuso, hostil y falto de valores auténticos en el que vivimos. Pero claro, el respetar profundamente a los toreros no significa no criticar ciertos aspectos de su profesión ni observar al detalle cada uno de sus movimientos y actuaciones. Lo digo más que nada para aquellos que confunden la crítica a tal o cual torero con ser un talibán torista sin escrúpulos. Por cierto, para aquellos que tienen dudas sobre mis preferencias taurinas: no soy ni torista ni torerista. Me considero toreorista. O sea, uno más uno dos. Toro más torero. Torero más toro. Aclarado está y dicho queda. En ese sentido, me gustaría hablar sobre un aspecto particular de la lidia que se ha puesto muy de moda en los últimos tiempos: el toreo encimista. Tarde tras tarde, vemos que muchos toreros, cuando ya han agotado las posibilidades de sus toros en la muleta, acortan las distancias y se meten entre los pitones del burel. Algo que por añadidura estaba casi olvidado desde los tiempos de Dámaso González y Paco Ojeda (máximos exponentes del llamado “parón”) y que en los tiempos recientes han recuperado varios toreros punteros del escalafón. Pues bien, dentro del evidente riesgo que conlleva meterse entre los pitones de un toro y sacarle muletazos por uno y otro lado, hay que saber diferenciar ese mismo aspecto particular del toreo de muleta entre dos épocas. La de Dámaso y Ojeda y la actual. Actualmente, cuando el torero de turno invade el terreno del toro y le torea en tan corta distancia, el público se suele echar las manos a la cabeza y emocionado grita desgarradores olés. Bien. No me parece mal, salvo por el detalle concreto de que ese mismo aficionado no se percata de que ese tipo de toreo se está haciendo al final de faena, con un tipo de toro de un determinado encaste (casi siempre Domecq), casi sin fuerza, agotadísimo y con treinta centímetros de lengua fuera. Evidentemente, en esas circunstancias el mérito es menor e incluso el riesgo también, a pesar de que todo lo que se hace delante de la cara de un toro tiene riesgo. Te preguntarás porqué he llegado a esta conclusión y más todavía porqué la expongo. Muy fácil: los arrimones de verdad son los que hacían en su época Dámaso y Ojeda. Ese era otro cantar. ¿Por qué? Por que los hacían casi siempre nada más comenzar las faenas, con apenas dos tandas de muletazos en redondo, con el toro de distintos encastes, con su fuerza e ímpetu casi intactos y con la boca cerrada. Eso sí que era emocionante. Casi místico. Los parones iniciales de aquel desaliñado Dámaso, con la corbata en la nuca, a aquellos toros mastodónticos de Samuel Flores o Miura eran casi orgásmicos. Llámenme exagerado, pero así lo sentí yo cada vez que tuve la suerte de verlo. Y con Ojeda tres cuartos de lo mismo. Lo que se hace hoy no son arrimones de verdad. En muy contadas ocasiones, un “parón” de algún torero actual me ha emocionado. Y eso es porque en vez de ver sólo el supuesto valor y destreza del torero, veo primero las condiciones en las que se encuentra el toro. Y sobre esa base juzgo lo que está haciendo el matador. Simple pero efectivo. Al menos para mí. Con esto no estoy quitando mérito a los toreros que hoy en día gustan de hacer este tipo de toreo de cercanías. Solo estoy diciendo que el mérito y el riesgo es menor que en la época dorada de Dámaso y Ojeda. Nada más. A ser posible no se me enfaden. Más que nada porque al fin y al cabo es una opinión. Mi opinión. Eso sí, contrastada con la de grandes aficionados que me doblan o triplican la edad y han visto de todo en su vida. Hasta tonterías, como hace unos días me decía un ex-aficionado de 98 años en respuesta a mi pregunta de porqué ya no le gustaban los toros. Supongo que esa misma respuesta la daré yo a quien me pregunte dentro de unos años cuando mi afición se haya ido por el desagüe de la decepción. Espero que no, pero en esto como en la vida misma, nunca se sabe...