Las imágenes que he podido ver de su corte de coleta
me han producido una tristeza inmensa. Un torero llorando de rabia, con unas
tijeras en la mano, rodeado de compañeros que intentan frenarle en su decisión
de dejar esto. Un torero que se zafa de todos esos toreros que se afanan
porque no haga lo que quiere hacer pero que al final y tras esquivar a todos
consigue llegar hasta el Presidente de su Peña Taurina y, con una súplica en su
voz y en sus ojos llorosos, le entrega unas tijeras y le dice que lo haga.
Que lo haga ya. Que le corte la coleta porque quiere dejar esto.
Varea fue uno de los novilleros destacados hace unas
temporadas cuando formó parte de ese trío ilusionante de toreros jóvenes y con
futuro que conformaban él mismo, Ginés Marín y Álvaro Lorenzo. Tuvo una
alternativa de lujo en Nimes el 15 de mayo de 2016 y desde entonces ha
toreado menos de lo que debería. La tarde de su confirmación de alternativa en
Madrid el 2 de junio de 2017 le hizo daño porque se le escaparon dos toros de
Domingo Hernández para haberse consagrado. Recuerdo que las crónicas de aquella
tarde fueron demoledoras. Quizá le sorprendió que le salieran tan pronto
aquellos dos buenos toros en Madrid. Quizá no estaba preparado para que todo
fuese tan rápido. Aquella infausta tarde posiblemente fue el inicio de su
caída, la cual se consumó ayer en Valencia. Es una pena que chavales con tan
buenas condiciones agoten su paciencia por fracasos puntuales o porque no ven
futuro en esto. Pero esto está como está y no se perdona estar mal una tarde ni
se dan segundas oportunidades. Espero que Varea reflexione y él mismo sí que se
de una segunda oportunidad. Toreros como él son de cocción lenta. De hacerse
poco a poco hasta que revienta todo el toreo que se lleva dentro. Mientras
tanto yo me seguiré lamentando por el hecho de perder toreros con tanta
sensibilidad y clase en unos tiempos donde precisamente no abundan estos
atributos entre los que tienen el coraje de vestirse de luces.