miércoles, 26 de septiembre de 2018

Existe otra forma

Este artículo va a ser breve. Breve como esas faenas de aliño ante marrajos intoreables. Un artículo de pitos. Incluso de bronca si ustedes quieren cuando finiquite de una estocada baja e infame esta faena. Se lo permito. Para eso paga con su tiempo al leer a este articulista miedoso que se alivia siempre que puede cuando por toriles sale algo que hace cosas feas. 

Estoy cansado de las verónicas pulcras e insustanciales. De esas académicas. Estoy harto de la ortodoxia en los derechazos y naturales. De esos sin expresión. Estoy cansado de esas faenas repetitivas y monótonas que por no tener no tienen ni una pizca de ese milagro que se llama temple y que tan pocos toreros poseen. Me parece un coñazo que a esos toros malos como el mismo demonio se les intente torear como si fueran buenos. Y es que a esos también se les puede despachar con torería. Sin academicismos. Sin intentar hacernos ver que es malo como la madre que lo ha parido. Que es de hule. Entre otras cosas porque algunos ya nos hemos dado cuenta de ello.
Salvo muy contadas excepciones, hoy en día los toreros no saben doblarse con los toros malos. No saben andarles hacia delante. Desconocen meterse en los costillares con gracia torera. Ignoran cómo quebrar a los toros de oscuras intenciones obligándoles a girarse sobre las manos. Hoy en día no hay quien sepa destroncar a un toro para someterlo como a un lindo gatito. Como hacían los toreros antiguos. Esos que aparte de saber hacer todo esto intercalaban muletazos por alto y por bajo para terminar de meter en vereda al burel y dejarlo listo para la media en todo lo alto de efecto fulminante. Y es que así solucionaban la papeleta los de antes. Los que incluso en este tipo de situaciones hasta se ponían bonito. Los que incluso en este tipo de situaciones le ponían gracia y sabor. Mucho sabor.
En mi memoria todavía perduran las dos faenas que Octavio Chacón le hizo a los dos prendas de Miura que le tocó lidiar el pasado 8 de septiembre en Albacete. Dos faenas de aliño muy toreras. Ese es el toreo del que hablo. A eso me refiero. Y por si fuera poco, con la mayor de las sutilezas. Con la suavidad del que no quiere molestar. Por suerte el buen aficionado lo supo ver. Y es que algo bueno ha debido de hacer un torero cuando después de cinco pinchazos y una estocada defectuosa el público te toca las palmas y te obliga a saludar desde el tercio montera en mano.
Hoy en las Escuelas Taurinas ya no se enseñan esas cosas. Todo se basa en intentar torear bien, intentar torear bien e intentar torear bien, no sea que abreviemos de mala manera y nos caiga una bronca. Y es que hay otro tipo de lidia. Existe otra forma de torear. Tampoco pido que ahora salgan veinte como Domingo Ortega. (Mirar sus vídeos, por cierto). Preguntar a los pocos maestros que han ejecutado esa forma de torear. Hablar con los dos o tres que lo siguen haciendo. Si les hacéis caso seréis mejores toreros. O al menos no seréis como la mayoría. Algo es algo.

viernes, 7 de septiembre de 2018

Especiales

Hay toreros que son especiales. Y lo son más cuanto menos torean. Da igual una, dos o tres al año. Cuanto menos mejor. Más esencia. Más sentimiento. Más lágrimas por dentro. Y no hace falta ir muy lejos en el tiempo para encontrar un buen ejemplo. ¿Quieren uno? Diego Urdiales la pasada Aste Nagusia de Bilbao. Creo que ese ejemplo sobra y basta para mostrar a las claras lo que estoy diciendo.

Hasta su comparecencia en Bilbao el otro  día, el torero riojano tan sólo había toreado dos tardes está temporada. Arnedo y Alfaro, dos pueblos muy suyos. Dos pueblos de su tierra riojana del alma. Así de escueto todo. Así de triste. Un torero que ha sido maltratado como pocos este año a pesar de llevar casi veinte años dando la cara en todas las plazas y ante todo tipo de corridas. Un torero al que no se le ha respetado su dignidad como torero y como hombre. Y es que el pastel no es para él. Tampoco creo que le importe demasiado. Lo suyo no es el sabor de lo dulce. Es otra cosa. Lo suyo no tiene sabor. Lo suyo tiene alma. Crujío. Espíritu roto. Abandono.
Esas tres orejas de Bilbao fueron muchas tres orejas. Esas dos faenas fueron muchas dos faenas. Esa forma de torear es mucha forma de torear. ¿Para qué más? El buen toreo pone a casi todo el mundo de acuerdo. Los buenos toreros ponen a casi todo el mundo de acuerdo. Y el que no se rinda ante eso es un necio que no merece el aire que respira.
Este tipo de toreros no deberían de torear más de diez corridas al año. No les hace falta más. Eso sí, cobradas cada una como veinte o treinta de las de los otros. Y es que este tipo de torero, cuanto más torean más se vulgarizan. Porque ese tipo de toreo es pieza de coleccionista. Un rara avis que se debe de disfrutar en contadas ocasiones porque así sabe mejor. Porque lo sublime tiene que ser breve. Porque lo sublime tiene que ser escaso. Y es que no hay corazón que sea capaz de aguantar treinta o cuarenta tardes tanta emoción y tanta belleza. 
A Diego Urdiales -como a otros tres o cuatro toreros más de su especie-, no les hace falta nada más que catorce o quince muletazos buenos por temporada para darle la vuelta a esto. Para poner del revés a todos los demás. Y a los hechos me remito. El consumismo masivo que vivimos hoy en día en nuestra sociedad se ha extendido también a la Fiesta de los Toros. Lo que importa es torear mucho. Cuanto más mejor. Pero por suerte todo el mundo no comparte esa visión de la vida y de la Fiesta. Y es que todavía quedamos unos cuantos -no muchos-, que nos conformamos con poco y bueno. Y por suerte también todavía quedan toreros -no muchos-, que nos dan justo eso que necesitamos.