jueves, 31 de marzo de 2011

Linares y Garzón Valdenebro

El pasado sábado 26 de Marzo tuve la suerte de viajar a Linares con la asociación "Amigos del toro" de Iniesta (Cuenca). Fue un día completo que pude compartir con buenos aficionados taurinos así como con el periodista y crítico taurino de Albacete Televisión don Pedro Belmonte, que micrófono y cámara en mano grabó todos los acontecimientos que tuvieron lugar en dicha jornada taurina. El tiempo no impidió que durante la mañana visitáramos la célebre y mítica plaza de toros de Linares. El sol de justicia que hizo la mañana del sábado presenció nuestra visita, al igual que presenció, hace casi sesenta y cuatro años, la mortal cogida de un toro de Miura a Manolete. Llevaba mucho tiempo deseando pisar ese albero. Ese suelo sobre el que toreó su última tarde Manuel Rodriguez Sánchez, Manolete. Ese suelo en el que cayó tras recibir la brutal cornada de Islero al entrar a matar. Ese suelo en el que dejó sus últimas gotas de sangre derramada en una plaza de toros. No pude evitar emocionarme cuando me situé en el punto exacto, frente al burladero del dos, en el que Manolete se perfiló para entrar a matar. Por un momento me perfilé yo también y vi la cara de Islero presagiando la tragedia. La muerte en su mirada. Recorrí con mis pasos el trayecto que siguió el cuerpo malherido del torero cordobés hasta llegar a la enfermería de la plaza. Me sorprendió la larga distancia que tuvieron que recorrer los subalternos y ayudantes espontáneos hasta llegar a las manos de los médicos. Y es que aunque creamos que no, el ruedo de la plaza de Linares es inmenso. Los allí presentes comentaban que era más grande que el de la plaza de toros de Albacete. Ahí es nada. Hubo quien aseguró que medía en torno a sesenta metros de diámetro. Si a eso sumamos que encima equivocaron el camino hacia la enfermería, tomando otro que les obligó a rectificar, podremos entender que Manolete perdiera una cantidad de sangre que quizás hubiera sido vital para su salvación. Aunque no hubiera servido de nada puesto que fue el suero que horas más tarde le pusieron para reponer el volúmen sanguíneo perdido el que acabó con su vida previa insuficiencia renal aguda provocada por dicho suero maldito. Tuvimos la suerte también de visitar las dependencias de la enfermería antígua, que se conserva tal cual estaba en esa fatídica tarde de Agosto de 1947. La simpática y hospitalaria mujer que cuida a diario de la plaza, nos mostró la camilla donde fue depositado el cuerpo herido de Manolete, los aparatajes de oxígeno, de anestesia, la dependencia interior con seis o siete camas donde los toreros pasaban el postoperatorio inmediato antes de ser evacuados al hospital de referencia. Manolete no murió ahí. Murió la madrugada del 28 al 29 de Agosto de 1947 en el hospital de Los Marqueses de Linares, cuyas enfermeras eran monjas. Salí impactado de esa vieja y trágica enfermería. Olía a torero. Imaginé el cuerpo de Manolete tendido sobre aquella camilla. Indefenso, en manos de Dios y del destino. Más sólo y triste que nunca esperando a la muerte que no tardaría en llegar. Guardaré esta visita y su significado emocional en mí durante el resto de mis días. Por mi corta edad nunca pude ver a Manolete torear en una plaza. Al haber estado en Linares y haber pisado el mismo ruedo que él pisó por última vez me sentí un poco más cerca de él. Quizá sea descabellado mi pensamiento. Pero es así. Esa plaza tiene mucho de Manolete. Y estoy seguro que una parte de su alma siempre está allí. Después de la comida y posterior tertulia taurina -durante la cual se le hizo entrega al ganadero de Garzón Valdenebro del premio al toro más bravo lidiado en la pasada feria de Agosto de Iniesta en el restaurante La Mezquita de Guarromán-, nos encaminamos hacia la ganadería de don Íñigo Garzón, a pocos kilómetros de Linares. Muy amablemente, el ganadero nos enseñó sus instalaciones a campo abierto. Vimos las camadas de toros corretear por sus cercados y como colofón asistimos a un tentadero de vacas. Una fue lidiada por José Antonio Iniesta, matador de toros retirado de la misma localidad conquense, y otra por José Manuel Prieto, matador retirado también de Iniesta. Las vacas salieron aceptables y los toreros nos hicieron disfrutar de lo lindo. Ignoro si fueron aprobadas por el ganadero. A razón de la felicidad que mostró en su rostro aseguraría que sí. Un grupo de aficionados se tiró al ruedo al acabar la tienta de la segunda vaca e hicieron reir y pasar otro buen rato al personal que allí nos encontrábamos. Alrededor de las ocho de la tarde montamos de nuevo al autobús de regreso a casa con la sensación de haber "echao" un buen día taurino. Ya de noche y en pleno viaje, en mi mente seguía Manolete y su tragedia. Veía la sangre recorriendo su muslo partido y cayendo sobre el albero que unas horas antes había pisado con mis propios pies.

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