El caso de Sergio Serrano ha sido el
último y más reciente: el de un torero injustamente condenado al ostracismo que
de repente se ha reivindicado y ha dicho aquello de aquí estoy yo. Después de
diez años de alternativa. De diez años de estar tieso y no ver un pitón por
ningún lado. De diez años de alguna que otra cornada muy fuerte en pueblos sin
repercusión ni dinero. De diez años de fe y de creer en uno mismo. De la
certeza de saber que cuando se tiene la moneda se puede cambiar en cualquier
momento.
Su caso y el de otros muchos como él es
admirable. Admirable por la capacidad de sacrificio de un hombre que lo único
que tiene es su capote, su muleta y una confianza ciega en que algún día
llegará una oportunidad que le pondrá a funcionar. Y es que aunque a veces no
se vea el horizonte, este está ahí. Oculto. Imposible de ver. Pero está ahí. No
sólo en la mente. También en la realidad. Sólo hay que creer que algún día lo
tocarás con las yemas de tus dedos. Creerlo y no desfallecer en el intento. No
aburrirse, que dirían los taurinos viejos.
Sergio Serrano ha estado muchos años
toreando una o ninguna. Sin pisar ninguna feria de relevancia salvo su Albacete
y Azpeitia. Alimentándose del toreo de salón y de las pocas becerras que
algunos y muy contados amigos ganaderos le han ofrecido. Trabajando fuera del
toro para mantenerse. Para poder comer. Para poder vivir. A pesar de ello en su
mente siempre ha habitado la ilusión del toreo. De seguir. De no dejarlo jamás.
La ilusión de ir a Madrid y hacer que la vida cambie para siempre.
El pasado 22 de septiembre era su
segunda comparecencia en Las Ventas. La primera fue la infortunada tarde de su
confirmación hace ahora justo tres años. Pero ahora tenía que pasar algo porque
si no el teléfono podría dejar de sonar. Y esta vez para siempre. Había que
jugarse la vida como se la jugó. Había que apostar como apostó. Y pasó. Ya lo
creo que pasó. Incluso sin cortar orejas por culpa de la espada. Qué más dará
eso de la espada cuando en el ruedo un tío está tan tío. Despojos, que diría
Curro.
El ejemplo de Sergio Serrano debe valer
para tantos y tantos toreros que siguen luchando día a día por un sueño. Un
ejemplo de constancia y sacrificio. De no rendirse jamás por muchas
dificultades que te ponga la vida. De saber que tras el sufrimiento está la
gloria. Ojalá le sirva y pueda disfrutar la miel y no tanto la hiel de este
mundo del toro.
Se puede. Ya lo creo que se puede.
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