En
las recientes elecciones andaluzas el mundo del toro ha dado un fuerte toque de
atención. Ha dicho basta. Hasta aquí. Conmigo no se juega. Les ha recordado a
toda esta nueva generación de buenistas y relativistas morales que hay cosas
que no se tocan. Que hay tradiciones con las que no se puede jugar. Y ha tenido
que irrumpir un nuevo partido político que defienda a capa y espada a la
Tauromaquia porque todos los demás se han avergonzado de ella. De repente los
que siempre han sido antis ahora lo son más, los que fueron tibios ahora son
fríos y los que un día la defendieron de palabra y con su presencia en las
plazas ahora sufren amnesia y quieren olvidar esa mala etapa de sus vidas. Todo
un contrasentido de una hipocresía supina. Pero al fin y al cabo los votos son
los votos, y recientemente se ha demostrado que los aficionados a los toros y
por ende a otras tradiciones muy arraigadas en nuestro país, se cuentan por
millares y tienen la capacidad de hacer cambiar el rumbo antitodo de esta nueva
prole que se cree en el derecho de decirnos cómo tenemos que vivir y a qué
espectáculos podemos o no asistir basándose en una nueva moral impostada y
manipuladora.
A
lo largo de la historia, la Tauromaquia ha sufrido muchos y muy variados
ataques. Ha sido prohibida por Papas y Reyes. Atacada por políticos de toda
índole. Relegada a un segundo plano en favor de otros espectáculos de inferior
calidad por muchos de aquellos gobernantes a los que ahora hacen despectiva
referencia las nuevas generaciones en base a que un día fueron los adalides y
ultradefensores de la Fiesta Nacional. La Tauromaquia ha sido maltratada por
los de fuera y también por los propios taurinos, matiz este que tampoco se nos
debe olvidar.
La Fiesta nunca ha muerto definitivamente ni lo va a
hacer en un corto espacio de tiempo. Ni siquiera a medio o largo plazo. Estoy
convencido de ello. Ha sufrido crisis. Sí. Y las seguirá sufriendo. Habrá menos
espectáculos cada vez. Sí. Irá cada vez menos público a las plazas.
Seguramente. Pero no morirá. Y no lo hará porque la Tauromaquia tiene una
fuerza interior enorme. La fuerza del pueblo que admira y se emociona con este
espectáculo. Una fuerza que seguirá venciendo a todo tipo de ataque. Una fuerza
que no es otra que su propia autenticidad. Su verdad. Su emoción
indescriptible. La fuerza de un espectáculo en el que unos hombres locos que
hacen del miedo su mejor amigo y aliado se juegan la vida cada tarde en una
plaza de toros ante una bestia salvaje. Contra eso no hay nada. Contra eso no
hay político ni generación que pueda. Contra la extraña fuerza de la
Tauromaquia todo intento es inútil. Ahí está la historia. Yo al menos estoy
convencido de que no la veré morir. Y tú deberías pensar lo mismo.
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