jueves, 17 de enero de 2019

Parecerlo

Todo buen aficionado sabe ese dicho tan famoso que dice que la primera condición que tiene que tener un chaval para ser torero es parecerlo. Sí. Parecerlo. Tener pinta de torero. Que cualquier persona, sea aficionado o no, cuando te vea por la calle diga eso de "ahí va un torero". La planta, los andares, la elegancia natural exterior e interior... Todas esas cosas que durante toda la historia han distinguido a los toreros del resto de los mortales. Porque un torero tiene que ser y parecer un torero.

Más de una vez he visto toreros despeinados y en chándal que desbordaban torería por los cuatro costados. Y otras veces he visto toreros impecablemente vestidos que parecían cualquier cosa menos toreros. Y es que el primer y más importante de los atributos para parecer y ser torero es la actitud. La personalidad. Y esa personalidad torera se ha ido perdiendo poco a poco. Hoy en día la mayoría de chavales que quieren ser toreros ni tienen esa personalidad, ni esa elegancia y ni siquiera saben andar en torero. Se me viene a la mente eso que de vez en cuando cuenta el maestro "Joselito" de que cuando empezó a querer ser torero en la Escuela de Tauromaquia de Madrid le tuvieron bastantes días simplemente andando. Inexplicablemente no le dejaban coger ni un capote ni una muleta. Hasta que un día, harto de la situación, le preguntó a su entonces profesor que por qué le hacían andar tanto. La respuesta fue contundente: "Hasta que no andes en torero no vas a coger los trastos". Demoledor. Otro ejemplo de ello fueron las enseñanzas del famoso "Papa Negro" a todos sus hijos de la dinastía Bienvenida. Antes incluso que la técnica de torear, les enseñaba el cómo parecer torero en sus formas de ser, sus vestimentas y sus andares. Todo un ejemplo. Por desgracia hoy eso ya no se lleva.
Se que para muchos de vosotros el aspecto físico de un chaval no tiene demasiada importancia y que lo que debe de primar es lo que lleven dentro. No os quito la razón. Lo de dentro es importante, sobre todo el valor natural que atesoren, pero no es menos cierto que el torero debe tener unas hechuras muy concretas que denoten que ese que está ahí es un torero de los pies a la cabeza. Y cosas tan aparentemente poco significativas como la estatura, la figura, el peso, el pelo, la cara e incluso el nombre, tienen su importancia. Algunos os preguntaréis que qué tiene que ver que uno se llame de una manera o de otra para ser torero o por elll serlo de mayor o menor importancia. Eso es otro tema que algún día trataré en otro artículo desarrollando una de mis más firmes convicciones con respecto al nombre de los toreros. Convicción que por otra parte puede que sea equivocada ya que nadie es perfecto y nadie lleva siempre la razón. Y yo particularmente menos.
Parecerlo antes que serlo. Serlo y parecerlo. Un torero no es una persona cualquiera. Un torero es un ser especial. Un ser superior. Alguien que juega con la muerte tarde tras tarde. De los pocos héroes que nos quedan en este tan incipiente y al mismo tiempo moralmente desgastado y denostado ya siglo XXI. Y los héroes siempre se han diferenciado por dentro y por fuera del común de los mortales.

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