miércoles, 30 de septiembre de 2015

Un arrepentido...

Dice el refrán que "arrepentidos los quiere Dios". Pues yo me arrodillo en este mismo momento ante Manuel Escribano y le muestro mis disculpas. Me explico. Cuando Escribano explotó aquella tarde del 21 de abril de 2013 en Sevilla ante el sexto toro de Miura de nombre "Datilero", yo tuve mis reservas. Reconozco que aquella tarde me gustaron las maneras del torero de Gerena, pero lo veía todo como recubierto de un halo de espectacularidad y poca pureza. No sé si fue por su variedad con el capote o por el simple hecho de poner banderillas, el caso es que no me lo tomé muy enserio y le di un cuarto de hora en esto. Me parecía que era muy vulgar, que toreaba muy rápido y que no tenía nada que me llamara la atención. Fui muy crítico con él durante las temporadas de 2013 y 2014, a pesar de que cortó orejas en casi todas las plazas, algunas de ellas tan importantes como Pamplona. Sinceramente me molestaba su constante sonrisa al tendido. Pensaba que le estaba restando importancia a algo tan serio como jugarse la vida ante un toro. Incluso llegué a pensar que esa sonrisa era forzada para ganarse más fácilmente el favor y la benevolencia de los públicos. Como digo, no me duelen prendas en decir que fui muy injusto con él y a veces hasta un tanto irrespetuoso con su figura. La tremenda cornada que sufrió el 8 de septiembre de 2013 en la localidad abulense de Sotillo de la Adrada y que a punto estuvo de costarle la vida nos estremeció a todos. Pero como digo, yo le seguía viendo un torero muy mediocre. Pero fue a finales de la temporada pasada y a lo largo de toda esta de 2015 cuando me ha hecho cambiar de opinión. Ya en las últimas corridas de 2014 comencé a darme cuenta de dos cualidades que antes no tenía o que simplemente yo no había sabido verle: poder y temple. Cada vez le intuía más temple. Cada vez le veía más poderoso. Y cuando ambas cosas se juntaban aquello resultaba extraordinario. Todo ello sumado a mucha garra y raza torera. Está claro que Escribano no es figura del toreo, ni siquiera está en los primeros puestos del escalafón de matadores, pero no hay duda de que está funcionando porque atesora cualidades de sobra para ello. Posiblemente aquellos años desde que tomó la alternativa en Aranjuez en 2004 hasta que explotó en Sevilla en 2013 en los que estuvo en el banquillo sin torear, le forjaron como lo que es hoy en día: un gran torero. Si no se aburrió durante esos largos nueve años es porque su afición y su voluntad de ser algo en esto no le permitieron desfallecer. Simplemente él creía en sus posibilidades y esa creencia ciega en sí mismo le ha dado la razón. Qué cierto era aquello que decía el maestro Antoñete de que "el banquillo o te curte o te pudre". Yo ahora disfruto con este torero porque prácticamente siempre le veo por encima de sus enemigos. Además, es un torero que no hace ascos a ninguna ganadería y que mata cualquier encaste. Y con todos los toros la misma receta: poder, suavidad y temple. Mucho temple. Ese que le da fuerza al toro que no la tiene y le quita al que le sobra. Como digo, me equivoqué con Manuel Escribano. O quizás no supe ver sus cualidades innatas desde un principio. Pero ojo, esto no quita a que si un día le veo mal le critique. Eso sí, con más respeto de lo que lo hacía antes. Yo, que tanto me creo que se de toros, no paro de errar y de cometer tropelías taurinas. Mi consuelo es pensar en aquella frase que dijera el genial Papa Negro, padre de la dinastía Bienvenida: "de toros no saben ni las vacas". Pues eso.

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