jueves, 15 de octubre de 2015

Las dos Fiestas...

A veces me llama poderosamente la atención el contraste que puede llegar a producirse entre dos espectáculos taurinos. En los dos hay toros y toreros. En los dos hay público y más o menos aficionados. En los dos hay banda de música, un presidente y sus respectivos asesores. Aparentemente todo es igual. Hablamos por tanto de lo mismo: un espectáculo taurino. Pero he aquí que las diferencias no tardan en salir a la luz. Siempre he defendido que cualquier torero, repito, cualquier torero que se pone delante de un toro se juega la vida. Eso está claro. En consecuencia, cualquier torero merece de mis respetos. Pero en una tarde de toros hay más cosas que quien es capaz de percibirlas cae en la cuenta de que no siempre es lo mismo. De que hay diferencias insalvables que hacen que este espectáculo parezca otro en según qué plazas, con qué toro y con qué toreros. La emoción, el peligro, el miedo, lo dramático, la sensación de desasosiego cuando un torero está delante de un toro bravo de verdad, con las dificultades que provoca la casta... Todo ello, sin embargo, contrasta con esas tardes de “clavel”, donde la nobleza y la sosería del toro -a veces también hasta su pobre presencia-, borran de un plumazo esas emociones duras y las convierten en alegría constante, tranquilidad, triunfalismo...Porque sí amigo: en nuestra Fiesta hay dos Fiestas. La del tragantón y la de la felicidad constante. Si la Fiesta de los Toros es tan grande es porque dentro de ella se dan situaciones y circunstancias para todos los gustos. Y ojo: todos absolutamente respetables. Pero amigo: esto no es fútbol ni patinaje artístico. Aquí supuestamente se muere de verdad. Y la obligación de los toreros y los taurinos en general es velar porque esa sensación de enfrentamiento con la muerte sea real. Ahí está la grandeza de la Tauromaquia. Un toro te puede dar la gloria en minutos pero también te puede matar en segundos. Debemos de preservar ese gran patrimonio trágico que sólo nuestra Fiesta posee. En el momento en el que este se pierde o se devalúa no somos nadie. Está bien “normalizar” la Fiesta a los días que corren, adaptarla a nuestros tiempos, pero sin perder su esencia. Aquí se muere de verdad como digo y se debe de seguir muriendo. Otra cosa bien distinta es “banalizar” la Fiesta, arrastrarla y quitarle su importancia, esa que la hace única e irrepetible. Cuidado con esas cosas. Como digo, de vez en cuando, al ver dos espectáculos taurinos, tengo la sensación de que no estoy ante lo mismo. Curiosamente en uno suelen estar las figuras del toreo y sus ganaderías predilectas y en otro otro tipo de toreros de supuesta menor categoría con ganaderías por lo general más encastadas, tanto en bueno como en malo. Y si la categoría de la plaza es menor la diferencia aún es más plausible. Hoy en día se están dando algunos espectáculos en plazas de segunda y tercera categoría que son totalmente denigrantes tanto para el toro que sale por toriles como para el público que paga su entrada. Y es que parece que cuando no hay demasiados medios de comunicación presentes todo vale. Ojo: que seguro que hay gente que prefiere ese tipo de espectáculo light con tal de ver a la figura de su predilección. Todo como digo muy respetable aunque no comparta ese modo de ver la Fiesta de los Toros. A la plaza la gente va a ver al toro, al torero o a los dos. Yo soy partidario del no radicalismo ni en un sentido ni en otro. Ni el toro sería tan importante si no hubiera un torero delante, ni este sería un héroe si no se pusiera frente a un toro. Ambos son los protagonistas de este espectáculo y por tanto hay que escrutar a ambos. Pero las sensaciones, los miedos, las emociones deben de ser únicas. Irrepetibles. Cada tarde se debe de salir de una plaza de toros con la sensación de que hemos visto algo muy grande. Un animal fiero y un hombre valiente, poderoso y artista. Creerme que sin ese tipo de sensaciones esto no vale para nada. Como diría un amigo mío una vez que le llevé por primera vez a una de esas corridas light: “para aburrirme me voy a la ópera”, con todos los respetos a este noble arte. Sin embargo, otro día le llevé a otro tipo de corrida y el cuento cambió. “Esto ya es otra cosa” -dijo. Y aunque sólo sea por el morbo de tener la sensación del peligro que desprende un torero que se juega la vida a carta cabal con un toro, ha vuelto a la plaza. Eso sí, sólo a ese tipo de corridas. La gente suele captar lo que ocurre en una plaza de toros, independientemente del grado de afición que se tenga. Otra cosa es el conformismo o el inconformismo de esa persona en cuestión. Lo segundo mantiene viva la llama de lo que se ponga por delante. Lo primero la apaga sin oportunidad de reavivarse. Y en esas estamos...

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