Nos
quejamos continuamente día sí día también de que la sociedad le da la espalda a
los inmensos valores de la Tauromaquia. Ya saben: todo eso del sacrificio, la
capacidad de superación, la disciplina, el respeto por el toro, el crecerse
ante la adversidad, etc. Cosas que están muy bien y que los aficionados tenemos
muy presente en cada momento y que además nos ayuda en nuestro quehacer diario
como simples personas de a pie que sufren y padecen lo incierto de la vida y de
sus a veces caprichosos avatares. Valores que por contra desconocen aquellos
que nunca se han acercado a este mundo y mucho menos aquellos que quieren
acabar con él de un plumazo. Pero yo aquí no voy a hablar de esos valores
esenciales que la Tauromaquia proyecta a la sociedad como pura filosofía de
vida. Yo quiero ir más alla y pretendo reflexionar sobre los valores internos
que siempre han existido en la Fiesta y que hoy en día por desgracia se han
perdido.
Me
resisto a creer en el tan consabido "sistema" del que tantos y tantos
aficionados hablan y que supuestamente es aquel en el que unos pocos mueven los
hilos de la Fiesta otorgando privilegios a algunos y obstaculizando el paso a
otros sin ningún tipo de filtro o distinción de méritos contraídos en el ruedo.
Y me resisto a creer en ello porque cuando un torero o un ganadero le pegan una
patada a la puerta y la arrancan de cuajo automáticamente están en todas las
ferias. Ahí está por ejemplo el caso de Roca Rey, que se me viene a la cabeza
por ser el último y el más claro. No obstante, no voy a eso. No voy a las
patadas a la puerta o los puñetazos en la mesa. Voy a los toques de atención. A
las señales. A las buenas actuaciones sin ser rotundas del todo.
Recuerdo
que no hace mucho tiempo una oreja en una plaza importante valía mucho.
Muchísimo, diría yo. Recuerdo casos de toreros que dieron la vuelta a España
durante un par de temporadas gracias al único mérito de haber dado una vuelta
al ruedo en Madrid. Recuerdo inclusiones de toreros en buenos carteles y en
buenas ferias gracias a dos ovaciones en una tarde en una plaza importante.
Recuerdo que cuando era pequeño y no había tantas redes sociales funcionaba y
mucho el "boca a boca". Y a veces sólo eso era suficiente para poner
a este u otro torero en tal cartel de tal feria. Y es que muchos salían ya
disparados hacia la cumbre del toreo gracias precisamente a ese "boca a
boca".
Ahora por desgracia eso ya no existe. Es cierto que se
dan la mitad de novilladas y corridas de toros de las que se daban hace diez
años. Es verdad que la crisis economía ha hecho mucho daño. No es menos cierto
que hoy en día los aficionados a los toros sufrimos una persecución social sin
precedentes en la historia de este país. Evidentemente todo eso ha influido y sigue
influyendo para mal propiciando un resultado final nefasto para los intereses
de la Tauromaquia. Pero tenemos que seguir luchando por los valores internos de
la Fiesta. Por lo que siempre ha valido y ahora parece que no vale. Por lo
mágico de este espectáculo que tanto amamos. Poco nos debe importar que los que
odian la Tauromaquia nos tachen de ciudadanos de segunda moralmente inferiores
al resto de personas si sabemos y somos conscientes de lo que tenemos entre
manos. De la grandeza interior de este mundo. De los sólidos cimientos sobre
los que está construido todo este tinglado. Unos cimientos que por otra parte
hoy en día están más agrietados que nunca y que amenazan con derrumbarlo todo
en un futuro no muy lejano.
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