lunes, 27 de agosto de 2018

A mí con estas

¿Qué ocurre con Talavante? ¿Qué ha hecho? ¿A quién ha matado? Imagino que a estas alturas de la película ya habrás oído que hay un buen lío montado en torno al excelente torero extremeño. Un lío de despachos. De mandamases. De presuntas venganzas encubiertas. De puñaladas a traición por la espalda. Y todo por, al parecer, pedir lo que se merecía y se había ganado en el ruedo allá por la feria de San Isidro.

Cuenta la leyenda que tras su exitoso paso por Las Ventas este pasado San Isidro, Alejandro Talavante consideró que los honorarios de sus futuras contrataciones debían incrementarse en 15.000 euros. Los famosos 15.000 euros. Al parecer, supuestamente la idea no fue bien recibida por su apoderado y por varios empresarios muy influyentes. Y el torero, que ya va pintando canas en esto, mandó a paseo a su apoderado y decidió romper con todo y con todos e ir por libre. Pero las consecuencias de ese desafío a la cúpula de la Tauromaquia empresarial no se iban a hacer de rogar y muy pronto comenzaron a pasar cosas raras. Y es que Talavante, de la noche a la mañana, dejó de estar anunciado -y lo sigue estando,- en algunas de las ferias más importantes del calendario nacional. Triste. Muy triste.
Desde siempre en la historia de la Tauromaquia, el torero que ha triunfado fuerte en plazas de la importancia de Madrid, ha tenido derecho a exigir. Y a exigirlo todo: ganaderías, compañeros, días en las ferias y, sobre todo, dinero. Mucho dinero. Y tradicionalmente se les ha hecho caso y se les han concedido sus pretensiones porque se lo habían ganado en el ruedo. Los empresarios poderosos se plegaban a tales exigencias y no decían ni mú. Ahí está el caso del gran Manolo Chopera, el cual era duro como una piedra con los toreros cuando había de serlo y humilde y ante todo buen aficionado cuando se tenía que rebajar ante lo que para él era justo y bien ganado por parte de un determinado matador o ganadero. Chopera, al igual que otros grandes empresarios de su época, mandaban mucho en la Fiesta, sí, pero no se creían los dueños de ella. Hoy todo eso tristemente ha cambiado. Y ha cambiado en el sentido de que los mandamases actuales sí se creen los dueños de este espectáculo. Así de crudo y de real. Y, evidentemente, el creerte el dueño de esto se nota bastante, por mucho que algunos intenten disimularlo moviéndose siempre en la sombra sin hacer ningún ruido. Sin querer ser descubiertos.
Sea como fuere y sin razón de peso alguna, desgraciada e injustamente nos están privando de un torero de la categoría de Alejandro Talavante. Y sinceramente no creo que el torero haya hecho tanto para que los de ahí arriba  -amparados los unos con los otros como si fueran uno sólo-, le hayan mandado a casa. Como ya he dicho, esto es inaudito. Me atrevería a decir que hasta indignante por la categoría del torero en cuestión y por el aumento irrisorio que supuestamente ha exigido. Pero la realidad es la que es y esto no es más que una consecuencia del cambio tan radical que ha experimentado la Fiesta en los últimos años en cuanto al empresariado se refiere. Y es que lo que antes era del aficionado, ahora parece que es el cortijo privado de tres o cuatro señores.
Me imagino a Talavante paseando a caballo cada tarde entre sus toros pensando en todo este rollo y poniendo esa media sonrisa que él se gasta. O con la mirada perdida en el infinito de estas noches verano, sentado al aire libre en cualquier sillón del patio de su finca devorando uno tras otro los cigarros de una cajetilla de buen tabaco rubio. "A mí con estas", se dirá para sí. Y volverá a sonreír porque en el fondo está seguro de que esos que ahora le protestan volverán a entregársele, por mucho que ahora le estén midiendo y por muchas distancias que le estén marcando. Y será más pronto que tarde. Seguro estoy, tanto como lo puede estar él.

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