miércoles, 26 de octubre de 2016

Desconocimiento

Es sorprendente la cantidad de barbaridades que se oyen cada tarde de toros en un tendido. Y no sólo en los pueblos, sino incluso en la primera plaza del mundo como es Madrid. Todos los años asisto varias tardes a Las Ventas para ver espectáculos taurinos y cuanto más voy más me doy cuenta de la ignorancia de la mayoría de “aficionados” que acuden cada tarde a tan importante plaza.

Si bien es cierto que hay tantos gustos como sensibilidades tienen los espectadores, hay un gran número de personas cuyo citado gusto es inclasificable. Hay quienes se consideran toristas y exigen gozan de ver el toro grande y encastado por encima de todo. Los hay a quienes les mueve tal o cual torero y sólo les importa eso. Existe también un reducido grupo de aficionados que ensalzan tanto al toro como como al torero sin prejuicio alguno siempre y cuando ambos merezcan los halagos. Pero hay un grupo peligroso de público que nunca saben por dónde van los tiros durante la lidia de un toro. Y eso no es lo peor: lo realmente negativo es que encima piensan que siempre tienen la razón y se permiten el lujo de dar lecciones a los aficionados que sí saben de qué va la película.

Que los aficionados de verdad caben en un autobús lo sabemos todos y no hace falta que Jesulín de Ubrique nos lo recuerde de vez en cuando. Que el público general poco entendido es el que mantiene con su presencia en las plazas el espectáculo taurino también lo sabemos de sobra. Que ese tipo de público es necesario en cualquier plaza es un hecho más que refutable. Las plazas siempre es mejor que estén casi llenas o llenas que casi vacías o vacías. Pero cuidado: los toros no son el fútbol o el baloncesto. Y me explico.

Los toros es un espectáculo que en mi opinión requiere un mínimo de conocimiento. Y en esa mínima sapiencia que todo aquel que asiste a una plaza de toros debería dominar se encuentra inexorablemente el comportamiento del toro bravo desde que sale por la puerta de toriles. ¿Y por qué hago énfasis en este aspecto en concreto? Pues porque saber captar y entender la conducta del toro es lo que nos va a permitir juzgar de manera justa y ecuánime a todo aquel que se pone delante del animal bravo. Pero por desgracia ese aspecto brilla por su ausencia cada tarde de toros en la mayoría del público que acude a una plaza sin un objetivo o un gusto claro. Habrá quien piense que de fútbol o baloncesto también se debería tener un conocimiento básico para poder opinar de manera acertada. Cierto. Pero en esos espectáculos no está en juego la vida del o de los protagonistas, hecho demoledor este que me lleva a crear una barrera infranqueable entre la Fiesta de los Toros y cualquier otro tipo de espectáculo. Aquí se muere de verdad, y, sólo por eso, las opiniones sobre tan trágico y a la vez tan bello espectáculo deberían de tener una mínima base de conocimiento. Y si este no es posible por falta de ganas o de intención, al menos de sensibilidad. Y es que la sensibilidad es a falta de conocimiento aquel atributo humano que lleva inherente una alta carga de respeto y reconocimiento por lo que hacen cada tarde los que se ponen delante del toro bravo.

Yo soy de los que les gusta ir comentado el transcurso de la corrida con los vecinos de localidad, aunque no los haya visto en mi vida y probablemente no los vuelva a ver jamás. Mayores, jóvenes, hombres, mujeres... Me da igual su condición. Pero normalmente, cuando han transcurrido los primeros cinco minutos de la lidia del primer toro ya tengo clara mi conducta a seguir. Y habitualmente y cada vez más, suele ser el silencio. ¿Por qué? Pues porque como se suele decir “no hay ná que hacer”. Pongo atención a los primeros comentarios que se hacen sobre la lidia del primer toro y automáticamente me digo: “a callar José Antonio”. Los hay incluso quienes interpretan ese silencio como que eres un ignorante en la materia y, alguno hasta se permite el lujo de darte lecciones de toros cuando tú has visto mil millones de corridas más que esa persona a lo largo de tu vida. Pero el silencio sigue ahí y no tengo por menos que continuar con él y asentir a todo lo que me dicen como el que le da la razón a los locos. Total, pienso, ni yo le voy a convencer a él ni él a mí. Y si intento dar mi opinión al respecto esto se puede convertir en un diálogo de besugos. Por tanto, “a callar José Antonio”. Pero he aquí que lo que realmente me suele fastidiar de ese hecho no es que alguien que se cree saber y no sabe me intente dar lecciones. Lo que de verdad me repatea es que normalmente en esos casos suelo oír siempre de refilón algún que otro comentario acertado muy en la lejanía. Y dicho enfado aumenta inevitablemente cuando compruebo que a ese buen aficionado y a mí nos separan cinco o seis asientos. ¡“Qué pena”!, suelo pensar.

Los Toros no es un espectáculo cualquiera. Cualquier opinión no vale. Cualquier frivolidad no vale. El hecho de pagar una entrada no da derecho a soltar la primera burrada que se te viene a la cabeza. Si no sabes qué es lo que está pasando ahí abajo es mejor callar. Si no sabes qué es lo que está pasando ahí abajo es mejor sentir. Y si sabes algo y tienes al lado al que se cree que sabe pero no sabe, calla y siente. Tú mismo te lo vas agradecer...

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