jueves, 10 de noviembre de 2016

Despojos...

Muchas veces me pregunto acerca del valor de las orejas en una faena. La forma inflexible que tienen estas de calibrar la labor de un torero. Su vara implacable de medir. Pienso, reflexiono y llego siempre a la misma conclusión a la que llegó hace ya muchos años el maestro Curro Romero: las orejas son despojos...

Despojos cargados de subjetividad. De la mía, de la tuya, del público todo, del Presidente, del asesor...Nunca ha habido en la Fiesta una subjetividad más subjetiva, valga la redundancia. ¿Nunca te has preguntado porqué para un aficionado una determinada faena es de una oreja, para otro de dos y para otro de ninguna? Seguro que sí. Y como seguro que le das al coco como yo, habrás llegado a mi misma conclusión: todo depende del criterio y la sensibilidad personal del o la que valore una actuación en particular. Criterio y sensibilidad. Sobretodo sensibilidad.

En cualquier ámbito de la vida es raro que muchas personas piensen de manera similar. Y es que como se suele decir, cada uno somos de nuestro padre y de nuestra madre. Y si como digo es difícil ponerse de acuerdo en muchos aspectos de nuestra existencia, en esto del mundo del toro más todavía. Aquí hay que tener en cuenta que hay muchos atributos que hacen que uno piense de una determinada manera y otro de otra. Nunca me voy a cansar de repetirlo porque es una idea en la que creo firmemente: ante lo que hacen los ganaderos en el campo y los toreros en la plaza sólo hay dos maneras posibles de reaccionar: con admiración o con envidia. Y precisamente según el nivel de una u otra en la persona en cuestión así se va a valorar lo que pase en la arena. Porque si algo hay en abundancia en este mundo del toro es precisamente eso: envidia. Y frustraciones. Muchas frustraciones. Pero de eso hablaré largo y tendido en otro momento.

No quiero decir con esto que a los toreros haya que darles siempre los máximos trofeos hagan lo que hagan. O que haya que ser blandos con los toros a la hora de conceder vueltas al ruedo o indultos. Evidentemente que no. Normalmente suelo ser exigente con lo que veo. Pero también intento ser justo. En base a ello no pido de más pero tampoco niego lo que uno se merece. El problema viene cuando nadie se pone de acuerdo. Y entonces siempre me digo: ¿de qué sirven los trofeos cuando lo que he visto me ha entusiasmado o me ha dejado frío? Pues eso: de nada.

Créeme: ha habido veces que he salido de la plaza toreando después de ver tan sólo dos detalles de un torero. O noches que he soñado con el toro perfecto sólo porque he visto al quinto de la tarde meter la cara un par de veces como los ángeles. Eso es lo importante en esto: las emociones. Las sensaciones. La sensibilidad. Multitud de actuaciones en las que no se ha cortado ni una oreja me han llenado más que otras que han acabado con la puerta grande de Madrid, por poner algo muy gordo. Multitud de veces he salido de la plaza con mi alma a flor de piel ante tanta armonía vista en la expresión y las muñecas de un torero. Y no necesariamente ha tenido que pinchar una gran faena para quedarse sin trofeos. Siempre he ido más allá. Siempre he vivido de los detalles.

¿Cuántos toreros han cortado orejas y han salido a hombros de una feria importante y luego aquello se ha diluido como la espuma? ¿Cuántos tan sólo han mostrado una mínima parte de su grandiosa esencia y hoy en día son figuras del toreo? De ejemplos  de este tipo está el patio lleno. ¿Cuánto valen por tanto las orejas? ¿Por qué le damos tanta importancia a lo que sólo son despojos?

La Tauromaquia es emoción. El Toreo es sensibilidad. Este mundo está lleno de sensaciones. De detalles. De matices. Abrámonos a ello. Dejemos que lo que pase en el ruedo nos inunde, nos confunda, nos sublime. Usemos otra vara de medir distinta a los trofeos materiales. Siempre se ha dicho que el arte alimenta el espíritu. Dejémonos por tanto alimentar. Y es que los aficionados a los toros siempre podremos presumir del arte más arte de todos los artes.

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