sábado, 5 de febrero de 2011

Mis relatos para Radio Nacional de España

Hace unos meses, el programa taurino "Clarín" de Radio Nacional de España puso en marcha un concurso de relatos en tamaño reducido sobre temática taurina. Aquí dejo los cuatro que he escrito de los cuales he participado en tres de ellos (Manolito y don Luis, El torero y el camarero y Aquel Agosto). Como curiosidad tengo que decir que el relato de "El torero y el camarero" está inspirado en un caso real que ocurrió hace muchos años entre Enrique Ponce y Julio, el dueño de un bar de Iniesta (Cuenca). El relato titulado "Aquel Agosto" está inspirado en las últimas horas de Manolete momentos antes de la tragedia de Linares en 1947. A finales de Febrero se conocerán los relatos ganadores. Espero que haya suerte y espero también que os gusten. Un saludo.


Manolito y don Luis

Sólo aquel hombre que ya rondaba los 80 había creído en él. Manolito no tenía padre ni padrino. Pero quería ser torero. Durante los últimos 5 años habían hecho cientos de kilómetros solos. Los viajes a la escuela taurina, a los tentaderos, a aquellas novilladas sin caballos que tanto costaban. Aquel anciano había empeñado sus pocos dineros en conseguir su sueño; hacer de aquel niño de pueblo una figura del toreo. Era la ilusión de su vida. Sólo el paisanaje les unía. Manolito fue haciendo méritos. Cada vez toreaba más. Logró debutar con caballos. Un año después, y de improvisto, Manolito iba a tomar la alternativa en Madrid. O era ahora o nunca. Poco antes de la corrida don Luis había fallecido de repente. Manolito hizo el paseíllo porque así lo hubiera querido don Luis. Brindó el toro de la alternativa al cielo. Cuando cogió las dos orejas volvió a mirar al cielo y entre lágrimas gritó: ¡Gracias por todo, amigo! Muchos años después, Manolito seguía siendo figura del toreo.




El torero y el camarero

El coche se detuvo en aquel solitario bar de pueblo. El viaje era demasiado largo y había que reponer fuerzas. José, de 16 años, era un novillero sin caballos prometedor. El dinero escaseaba, pero la ilusión podía con todo. Aquel día venían de torear una novillada grande y mala y mañana probablemente le esperaría otra igual a muchísimos kilómetros de la anterior. No importaba; hacía lo que más le gustaba: torear. José, a lo lejos, divisó que en aquel bar vendían el último disco del grupo que más le gustaba. Pero aquello era un lujo que no se podía permitir. Aun así, y vencido por la curiosidad, preguntó al camarero el precio de aquella joya. Este, al ver aquella cara de pena, decidió regalárselo con la promesa de que si algún día llegaba a ser figura del toreo se acordara de aquel camarero de bar de pueblo. Años después, José volvería de vez en cuando, ya en figura y en su flamante coche, a aquel bar de pueblo a ver a su amigo el camarero



“Señorito”

Las arrugas surcaban desde hacía tiempo el rostro de aquel viejo ganadero del norte. Sentado sobre una piedra, perdido en mitad de su dehesa, lloraba el final de lo que había sido su vida: su ganadería. El hastío de una vida sin triunfos y la mala situación económica le habían hecho abandonar. Sólo una corrida por delante en plaza de máxima categoría y todo habría terminado. En el horizonte una única ilusión: aquel becerro codicioso que había visto nacer y que ahora tenía cinco años estaba ya embarcado rumbo a aquella tarde con olor a despedida. “Señorito” podía devolverle todo lo que ya había perdido. La fe en él era ciega. No podía fallarle. Verónicas, chicuelinas, gaoneras, tres puyazos. Quería más. Tres pares apretando. Treinta muletazos. Entrega, bravura, fijeza. Delirio, pañuelo naranja, indulto. Lágrimas. Enhorasbuenas. Un teléfono no deja de sonar. Vuelta a la vida. Horas después, en la misma piedra de su dehesa, bajo las estrellas de la noche, todo volvía a empezar. Lágrimas. Ahora, de felicidad.




Aquel Agosto

28 de Agosto. Tres de la tarde. Linares. Calor. Chicharras. “No puedo más. Toreo esta y me voy”. Cigarro en la ventana. Gato negro que cruza. “Mal empezamos”. “Tranquilo Manuel, que la corrida es chica”. “Ponerme con la Lupe”. “Maestro, no coge el teléfono”. Puñetazo a la pared. Otro cigarrillo. Dos anisetes. “¿Qué estará haciendo?”. “Qué no pase nadie a la habitación. Sólo usted, don Manuel”. No hay sueño ni siesta. Sólo cansancio y obsesión. Tendido en la cama. Bochorno de verano. Ni un ruido. Ni un alma allí. Solo. “Hay que vestirse ya Manolo”. “Un cigarro y empezamos”. “Este traje me está grande”. “Esa mujer te ha robao hasta las ganas de comer”. “¿Ha llamao?”. “No”. La plaza a reventar. “Otra vez el de negro en el siete. Mal fario”. “Me insultan”. Quinto de la tarde. “Cuidao por el lao derecho Manolo”. Faena apoteósica. Estocada. La tragedia. “Qué disgusto se va a llevar mi madre cuando se entere”. Llega el suero. Lupe no puede pasar. “Doctor, no veo”. Muerte. Consternación. Eternidad. Mito.

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