Hace
mucho que pasó el tiempo en el que los novilleros iban a Madrid después de
haberse rodado por las abundantes novilladas que se daban en los pueblos y en
muchas ciudades españolas. Por desgracia aquel tiempo ya pasó y ahora de todos
es conocido que las circunstancias son totalmente opuestas a la de aquellos
años gloriosos. La reducción general de los espectáculos taurinos por las
causas que todos sabemos han perjudicado sobre todo a tantos y tantos chavales
que empiezan. Por eso tienen hoy más mérito que nunca. Por eso hoy hay que
cantarles a todos y cada uno de ellos los cojones (con perdón) que tienen.
Porque se enfrentan a lo imposible. A lo impredecible. Al enorme y
desproporcionado novillo-toro que sale en Madrid, el cual no lo pone nada fácil
y que hace que la ley del más fuerte se imponga como no se impone en ninguna
otra faceta de la vida. Porque van a matar o morir sin apenas haber visto un
pitón en su vida. Hay que ser muy hombre para hacer lo que ellos hacen.
Sólo tengo palabras de admiración para todos los
novilleros que están matando las novilladas nocturnas de Madrid. Y las tengo
porque van a jugarse la vida de verdad. Sin trampa ni cartón. Porque exponen
con la máxima inocencia y verdad su pecho y sus muslos para que pase algo. Para
ganarse un futuro mejor. Para dejar de poner dinero por torear. Para encontrar
un hueco entre los elegidos. En la mayoría de los casos son inexpertos, sí. Las
circunstancias así lo han querido. Pero a pesar de su insultante juventud hace
tiempo que son hombres. Muy hombres.
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