martes, 5 de marzo de 2019

A 0 o a 1000

A menudo existe entre los aficionados a los toros la polémica de qué emociona más, si el torear despacio y templado o torear rápido merced a la gran movilidad de un toro determinado. Es curioso que entre los aficionados haya opiniones tan diferentes en ese respecto, pero lo que es más curioso todavía es que aún haya más diferencias de criterio entre los propios profesionales del toro y el que pasa por taquilla. Me explico.
 
Normalmente cuando le preguntan a un torero sobre cuál es su máxima aspiración en el toreo, casi todos contestan que lo que más anhelan es torear despacio. Raro es el caso de que un torero hable de la movilidad de los toros, asunto sin embargo de suma importancia por ejemplo para los ganaderos. La mayoría de éstos, cuando son preguntados en referencia a cuál es la cualidad que más persiguen en la crianza del toro bravo, la mayoría suelen contestar que la movilidad. Que lo que más les gusta es que el animal se mueva mucho y si además se mueve bien mucho mejor. Los hay que piden movilidad, recorrido y humillación y quienes con tan sólo la movilidad se conforman. Particularmente he llegado a oír decir a algún que otro ganadero que lo que quiere es que el toro se mueva mucho y que si no lo hace bien no le importa. Lo importante de verdad es que se mueva. Como sea, pero que se mueva, sentencian.
En otro sentido se encuentran los aficionados, aunque en este aspecto hemos de diferenciar como siempre hago entre público y aficionados. A estos últimos normalmente les gusta ver torear despacio y templado porque ahí es donde se ve el verdadero valor y pulso de los de oro, aparte de la plasticidad y belleza que supone ver torear a cero por hora. No obstante, al público general, que recordemos que es ese que no entiende tanto de toros pero que es el que realmente llena las plazas, lo que le emociona es que el toro tenga mucha movilidad. Que no pare. Que no se mueva lento como alma en pena. En definitiva, que no aburra.
Y ahora yo pregunto: ¿qué emociona más en el toro? ¿Cuál es la condición que más se le exige a un toro para que agrade al que paga por sentarse en el tendido y por tanto no le aburra? ¿Cuál es la clave para que la gente vuelva día sí y día también a un festejo taurino? Como ya he explicado antes, según a quien le preguntes obtendrás una respuesta u otra. Temple, ritmo, casta, humillación, bravura, movilidad... Muchos son los atributos hacia el toro perfecto que el aficionado tiene siempre en la boca. Como también tienen los tópicos en referencia a qué da más miedo, si ver un tren que lentamente se aproxima a hacerte picadillo o ver ese mismo tren que viene como una flecha a machacarte. O aquel que habla de que el valor del torero es mayor cuanto más despacio pasa el toro cerca de su barriga porque aguanta más y sin embargo no hace falta valor para en una décima de segundo pasar a un toro que viene a una velocidad endiablada por el engaño.
Los más entendidos dirán que lo ideal es que un toro tenga mucha movilidad y que el torero con su técnica sea capaz de pararlo y templarlo para lograr torear despacio. Eso sería lo ideal sí. Pero tanto tú como yo sabemos que eso es un milagro porque a lo largo de la historia muy pocos han sido los toreros que han gozado de esa enorme capacidad técnica. Habitualmente lo que sucede es que el torero se adapta a la velocidad de la embestida del toro y procura que éste no le toque el engaño. Y ese sea quizás el concepto más acertado de lo que muchos llaman el temple, que por otra parte no es lo mismo que torear despacio.
Y a ti, ¿qué te emociona más, lo lento o lo rápido? ¿El toreo a cero por hora o la incertidumbre de una movilidad a mil por hora? ¿Qué te hace salir contento de la plaza? ¿Qué hace que estés deseando volver a una plaza de toros nada más acabar una corrida? En las preguntas siempre estarán las respuestas, dicen. O tal vez no...

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