Se
que quizás puedo resultar muy reiterativo. Se que ya se ha hablado largo y
tendido de lo que ocurrió el pasado 29 de junio en Algeciras. Que ya se ha
analizado por activa y por pasiva la actuación de José Tomás. Técnicamente.
Artísticamente. Yo no pretendo entrar ahí. Para eso están las crónicas de los
distintos medios de comunicación taurinos que indudablemente saben más que yo.
Tampoco voy a entrar en la crítica fácil del hecho de torear sin sorteos y con
tus toros debajo del brazo. Sabemos que eso no está bien. Que rompe la
tradición. Que no se debería de repetir. Que a ningún aficionado cabal le
gusta. Yo quiero ir a la caricia. A la suavidad. A la solemnidad de un torero
que por desgracia no se prodiga nada. A esa serenidad a prueba de bombas que
tiene él y muy poquitos como él y que rara vez vemos en una plaza de toros.
El
otro día en Algeciras vimos al José Tomás más sereno. Al José Tomás menos
arrebatado. Al José Tomás que acaricia con su toreo. Al Jose Tomás de finales
de los años noventa. El bueno. El auténtico. El amanoletado. El estoico. El
vertical. El que no se retuerce. El que maneja capote y muleta con la sutileza
de la leve brisa del mar. El que imprime solemnidad a cada movimiento. A cada
gesto que hace. José Tomás volvió a ser el otro día ese caramelo que nos dan
muy de vez en cuando para no volver a probarlo hasta vete tú a saber cuando.
Vuelvo
con lo de siempre: qué pena que José Tomás no se prodigue más. Qué pena que no
nos deleite por lo menos diez tardes al año con esa forma sinfónica de
interpretar el toreo. Como si nada de lo que ocurre alrededor tuviera
importancia. Qué pena que José Tomás no nos haga ver más a menudo que no
importa lo que ocurra ahí fuera porque la calma siempre se lleva dentro, en el
alma. En el espíritu del que sabe esperar. Que a la fiera al igual que a la
vida hay que acariciarla, no violentarla.
El toreo, el buen toreo de José Tomás es único. Y
pocos, muy pocos como él saben interpretarlo. Y es que ese tipo de toreo de
caricia, de suavidad y solemnidad no es sólo un concepto. Es una filosofía de
vida que al menos a mí me hace aprender cada vez que lo admiro. Y mientras lo admiramos
embelesados, nos lamentamos de que no se repita más. De que por desgracia para
todos no se repita más.
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