domingo, 6 de mayo de 2018

¿Cuándo?

Muchas veces me he preguntado el cuándo. Muchas más veces que el cómo y el por qué. Muchas más veces que el quién, ante cuya pregunta esta precisa cada uno puede tener una respuesta. Un culpable. Un impostor.  A mí siempre me ha interesado el cuándo  Cuándo fue el momento justo. En qué momento de la historia se empezó a abandonar lo clásico y lo eterno y se comenzó a imponer la Tauromaquia moderna. Las moderneces, como dicen los viejos de mi pueblo.

Sé que puedo resultar pesado. Sé que siempre estoy con la misma. Sé que la palabra TORERÍA la llevo grabada a fuego en mi mente y en mi alma. Sé que a tí quizás te de lo mismo. Pero no puedo evitarlo. Soy machacón con este tema. No tengo remedio. Hoy hay muy poca torería entre los que se visten de luces. Salvo muy contadas excepciones, esta ha desaparecido. Salvo raros casos, esta se ha transformado por otros cánones que día tras día nos quieren imponer los de oro y plata como si ya fueran los únicos que hay. Que no hay nada más. Que lo otro se perdió. Y nos lo quieren imponer a base de repetirlo tarde tras tarde, toro tras toro. Como si no hubiera otra forma. Como si no hubiera otra manera. Como si más de uno no estuviéramos ya hasta las narices del maldito molde con el que hoy en día se hace a todo aquel que se viste de luces. Como si ese molde que se impone en las Escuelas Taurinas y que cercena cualquier atisbo de personalidad propia y distinta fuera la única manera concebible de interpretar la Tauromaquia de nuestros días. A paseo ya con el dichoso molde.
Pero todo en esta vida tiene un comienzo y no todo tiene un final. Es por ello que yo no paro de preguntarme cuándo se abandonó la torería para imponer esta Tauromaquia rasa y superflua. ¿Cuándo se cambió torería por profundidad? ¿Cuándo comenzaron a querer torear bien en vez de bonito? ¿Cuándo pensaron que el bien y el bonito no podían ir de la mano? ¿Cuándo se empezó a mandar a paseo a la tan consabida y bonita torería? Que cada uno ponga fecha y culpables. Yo tengo la mía y los míos.
Cualquier torero antiguo, por torpe y desgarbado que fuera, tenía torería. Ahí están los vídeos de los toreros de finales del siglo XIX y principios del XX. Hoy no. Hoy un torero torpe es un torero torpe. Sin más. Pero incluso los que torean muy bien sólo saben hacer eso: torear bien. Lo bonito no existe. La gracia no existe. La torería no existe.
Cada tarde que voy a los toros o que veo un festejo por televisión no puedo reprimir la tristeza. Tristeza de ver que para muchos de los que están ahí abajo esto es como tomar un café en la barra de un bar. Con lo bien y lo bonito que se puede tomar ese café. Y lo digo con todo el respeto y todo el conocimiento de causa del que sabe que el que está ahí abajo se está jugando la vida de verdad. Tampoco quiero generalizar porque odio el simple hecho de generalizar. Y es que aunque pocas, excepciones a la regla haberlas haylas. Eso sí, en cuenta gotas y rara avis. Por eso me alegro tanto cuando veo a los pocos toreros veteranos y algún que otro nuevo que derrochan torería por los cuatro costaos.
¿Y qué es la torería?, te estarás preguntando. Pues es algo muy difícil de explicar. Tanto que yo creo que no tiene definición posible. No hay palabras en el diccionario que acierten a definirlas. Un conocido periodista taurino siempre dice que la torería es lo único que no venden en El Corte Inglés. No puedo estar más de acuerdo con él. La torería no se puede definir ni se puede comprar simplemente porque es sentimiento, gracia, emoción. Es algo encarnado, inherente en un torero que se palpa en el ambiente etéreo de una tarde de toros. Y eso, amigo, no se puede contar, comprar ni vender. Tan sólo se puede sentir. 

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