Muchas
veces me he preguntado qué hubiese pasado si Iván Fandiño hubiera cortado dos,
tres, cuatro, cinco, seis orejas aquella tarde de su encerrona en Las Ventas
con aquellos seis toros de ganaderías teóricamente duras y difíciles. No dudo
de que un triunfo fuerte aquella tarde le hubiera convertido en Capitán General
del Toreo. De que le hubiera reportado mucho dinero. De que su categoría -que
ya de por sí era altísima-, hubiera subido todavía más. De que las demás
figuras del toreo -porque no tengo ninguna duda de que Iván estaba en figura en
ese momento-, le tenían que haber abierto las puertas cerradas a cal y canto de
sus herméticos carteles. De que esas puertas las habría tirado abajo de una
patada a lo vasco. No dudo de nada de ello. En absoluto. Pero yo voy más allá.
Y es que me atrevería a afirmar que un triunfo fuerte de Fandiño aquella tarde
podría incluso haber cambiado la historia reciente del Toreo. Me explico.
Lo
que propuso aquella tarde Iván fue un órdago en toda regla. Y un órdago no sólo
al resto de figuras del toreo y a todos los toreros en general, sino también al
devenir de la Fiesta. Iván podría haber cambiado aquella tarde el concepto de
figura del toreo actual y venidera. Y es que un éxito aquella tarde podría
haber movido los cimientos de la Fiesta actual provocando un terremoto
devastador en todo el Toreo. Un triunfo rotundo aquella tarde habría removido
conciencias y cambiado el pensamiento de todo Dios. Desde el resto de las
figuras a todos los toreros en general. Desde los empresarios al último y más
insignificante ganadero de bravo. Desde el aficionado más exigente al menos.
Desde el periodista más leñero al que más jabón da. Habría cambiado todo. Se
habría cimbreado todo.
De
haber sido aquella tarde del 29 de marzo de 2015 una tarde para la historia
habríamos retrocedido de un plumazo 50 años de historia del Toreo. Iván tuvo en
la mano volver a reconducir la Tauromaquia al camino del que nunca debió de
salirse. Al camino fundamental del toreo de hace tantos años. Ese donde las
figuras del toreo mataban todo tipo de toro y de encaste, por muy complicado
que este fuera. Iván lo tuvo en la mano. En su mano. Estuvo a milímetros de
cambiar de nuevo la historia de la Tauromaquia. Esa que se torció hace ahora
veinte años cuando a una primerísima figura le dio por no matar más que un
encaste y tres ganaderías concretas. Pero no pudo ser. Aquella tarde los toros
no quisieron embestir, y, los propios demonios del llorado y añorado torero de
Orduña hicieron el resto. Una pena. Qué mala suerte. La misma mala suerte que
le acompañó en toda su dura carrera taurina. La misma mala suerte de su
desgraciada encerrona en Madrid. La misma mala suerte, esa misma mala suerte
que se le cruzó el año pasado en aquella trágica tarde de su muerte en ese pueblo
francés de cuyo nombre no quiero acordarme. Y aunque en estos momentos la
amnesia me invada, nunca olvidaré que aquella tarde de los seis en Madrid pudo
cambiarlo todo. Absolutamente todo.
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