Y es que escuchar hablar últimamente a Antonio Ferrera
se ha convertido para mí en un acto casi de fe. En algo místico. En algo que te
transporta a otra forma de vida y que te hace ver que siempre hay algo más allá
del sucio cemento que pisamos día a día. Que otra forma de sentir es posible.
Que otra forma de ser es posible.
Esa pausa. Esa forma de hablar con el corazón. Con el
alma. Esa forma de desgranar sus faenas y sus sensaciones delante de la cara de
los toros con delicadeza, con pausa y temple. Esa misma delicadeza, pausa y
temple que usa cuando coje los avíos y muestra su verdad ante la fiera.
Cuánto te hemos echado de menos estos casi dos años
que ha durado tu ausencia Antonio. Cuánto hemos echado de menos esa forma de
sentir. Esa sensibilidad. Esa que siempre fue un huracán pero que ahora ha
vuelto más brisa que nunca. Y así estás toreando tarde tras tarde Antonio: con
esa brisa. Con el alma desnuda de tu cuerpo. Con la delicadeza de tus muñecas
sublimes.
Porque todo en ti es delicadeza Antonio. Porque todo
en ti es seda. Porque no existe la brusquedad ni la violencia. Porque todo es
temple y nana. En la palabra y en la plaza. Porque vives en un mundo aparte
donde todos deberíamos vivir. Porque este mundo loco y abrupto es para los
demás. Para los que no sienten. Para los que no se emocionan.
Gracias por volver como has vuelto
Antonio. Gracias por volver así dentro y fuera de los ruedos Antonio. Por
enseñarnos el camino a tantos que no acabamos de encontrarlo por más que nos
empeñamos en buscarlo. Por regalarnos esa serenidad. Por regalarnos ese toreo.
Ese que siempre ha sido eterno. Ese que no morirá nunca, como el alma de los
que sienten puro...
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