miércoles, 3 de febrero de 2016

¿Quién quiere el toro con casta?

Por supuesto el primero el aficionado. Pero no van por ahí los tiros de este artículo. Se sobreentiende que el auténtico aficionado quiere ver todas las tardes el toro con casta. El auténticamente bravo. El fiero. Aquel que provoca emoción en los tendidos. Otra cosa es el toro del clavel. Pero repito: no van por ahí los tiros... Quiero hablar del tipo de torero que quiere el toro encastado: el de la auténtica emoción... Siempre ha habido tres clases de toreros: el que empieza, el emergente y la figura. Los dos primeros necesitan como el agua el toro encastado para triunfar fuertemente y llegar a lo más alto. El toro noble y dócil no les vale. No les aporta nada, a no ser que tengan un gusto y finura exquisita, que no suele ser lo habitual. Al que empieza y al torero emergente que en boca de todo el mundo le hace falta emocionar al público. Que este se fije en él. Que el aficionado valore su capacidad frente al toro bravo. Sólo con este tipo de toro y siempre y cuando pueda con él y triunfe tarde tras tarde, será como llegue arriba. Un ejemplo reciente: Iván Fandiño. Y es que el torero de Orduña llegó arriba a base de faenas épicas ante toros encastados. Pero cuando llegó cambió de estrategia y apostó por ganaderías más nobles y menos encastadas. Resultado: caída estrepitosa e indiferencia por parte del aficionado. Su encerrona en Las Ventas del pasado año para intentar volver por sus fueros terminó sumiéndolo en un pozo del que todavía lucha por salir. En otro lugar muy distinto se encuentra la figura del toreo. Aquel que está de vuelta ya. Que está rico y tiene grandes fincas. Seamos sinceros: a ese no le interesa el toro encastado. No le interesa meterse en líos y pasar malos ratos. Quizá ya los pasó cuando era un torero que empezaba o que estaba emergiendo. O no, porque no todas las figuras del toreo actuales han pasado fatiguitas. No todos, por ejemplo, han sufrido las corridas del tan temido “valle del terror” madrileño. Como digo, a ese tipo de torero que está en la cima del éxito y la fama no le interesa el toro fiero y encastado. Le interesa un toro que se mueva, sí. Pero que se mueva sin muchas dificultades. Un toro que no piense y que obedezca sumiso a los toques. Un animal que no de complicaciones y posibilite el triunfo fácil. Y es que el alma humana es conservadora por naturaleza y tiende a no complicarse en exceso. Cierto es también, que de vez en cuando en algunas de esas ganaderías preferidas por las figuras sale algún que otro toro fiero y con complicaciones. Muy pocas veces, sí, pero también sale alguno. Cuando eso ocurre hay que resolver: y eso depende del sitio donde se esté y del ánimo del torero en cuestión. Unas veces se resuelve y otras veces ruina. En esta temporada que va a comenzar vamos a ver los tres casos con más claridad si cabe que nunca. Vamos a seguir viendo el toro de las figuras, ese que en un noventa por ciento de las veces no ofrece complicaciones. Vamos a ver a los López Simón, Roca Rey, Garrido, etc, vérselas con un toro algo más fiero que el anterior porque es el que les puede consolidar en lo alto del escalafón y de los dineros. Y vamos a seguir viendo a los toreros emergentes -algunos llevan muchos años intentando sacar la cabeza- vérselas con los toros de las ganaderías más fieras y encastadas. Vamos, lo de casi siempre pero con un toque extra de interés en la campaña que está a punto de empezar. Espero por el bien de la Fiesta que sea el año de los emergentes. Que los veamos con todo tipo de ganaderías, ya que eso mismo en las figuras es una batalla perdida de antemano a la que tristemente estamos acostumbrados. Es el año de los emergentes. De su consolidación. De ser honestos con ellos mismos y con la afición. Me jodería mucho que estos empezaran a aprovecharse de su situación de máximo interés para mangonear a su antojo en las fincas y en los corrales, en los despachos y en los carteles. No me quiero creer que al menos uno de ellos ya lo está haciendo, como algunos me aseguran. De ser así volveríamos a lo de siempre. Y lo de siempre aburre. En sus manos está el darle aliciente a lo que está a punto de comenzar. Es el año clave y para ello hace falta el toro encastado. Repito: en-cas-ta-do. Si esta temporada el relevo generacional que se adivina próximo no se consolida, apaga y vámonos, porque hasta dentro de tropecientosmil años no volverá a suceder. Y si no hay cambio, el aficionado que no es tonto buscará la causa y hasta es probable que se busque otro entretenimiento más emocionante. En el hipotético caso de que por desgracia así sucediera, yo ya intuyo cuál podrá ser esa causa. Tampoco hay que pensar demasiado...

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