Pocos personajes fantásticos me han atraído tanto como
Superman desde mi más tierna infancia. “¡Hala! ¡Menudo panoli!”, estaréis
pensando. Pues sí. Es cierto. Recuerdo aquellas noches de invierno de los
primeros años noventa, juntos en familia y al calor de un buen brasero de
ascuas de estufa de leña. Aquel calor que se quedaba retenido durante un buen
rato bajo las faldas de una mesa de las de antes. Porque en esos años ya
lejanos casi nadie gozaba del privilegio de una buena calefacción de gasoil. Y
en la pantalla el inigualable Christopher Reeve. ¡Cómo olvidarlo! ¡Cómo no
acordarse de aquel gran actor, el Superman auténtico! El inimitable. Aquel que
increíblemente podía volar con la única ayuda de su capa y sus poderes
infinitos. Pero ese mito con el que tanto me ilusioné terminó un día y ya nada
fue igual. Me quedé vacío de héroes. Ni
que decir tiene que los nuevos supermanes que han llegado en los últimos años a
las pantallas no le llegan al original ni a la suela del zapato. Evidentemente
es mi opinión. Sólo eso. Soy consciente de que el que tiene opinión tiene enemigos
-aunque sean cibernéticos- , y yo no voy a ser menos. Pero con toda la alegría
de mi corazón, he de decirte amigo que ese vacío que me dejó el ídolo americano
se ha visto reemplazado en los últimos
tiempos por otro tan grande o más que el primero: el toro mejicano. Ese toro
tan justo de presencia, tan anovilladito, tan dócil, tan colaborador, tan
descastado… Ese toro que embiste tan lento, tan lento, tan lento, que aburre de
manera infinita. Ese toro, el mejicano, que procede en un 95% de Saltillo pero
que poco o nada tiene que ver con el auténtico animal que ese encaste tan
mítico regaló a las páginas más gloriosas del toreo. Lo que se ha podido ver durante estos días en
algunas plazas del país mejicano es de juzgado de guardia. Y como no, con toreros
españoles de por medio. Y es que los animales que hemos visto lidiar en plazas
como Huamantla, Pachuca o Juriquilla han sido totalmente indignos para una
Fiesta que presume de contar con héroes
en ella. La capital, Méjico, no se queda atrás, como tampoco lo hace San Luis
Potosí o el mismo Aguascalientes. Muchos estaréis pensando que ese tipo de toro
al que estoy atacando le pegó el otro día una cornada a Juan José Trujillo o
casi le arranca la cabeza al torero mejicano
Juan Luis Silis en Pachuca. Cierto. Y reconozco que cualquier toro, por
chico que sea te puede matar en un segundo. Nunca lo he negado. Pero al menos
ese animal debe ser digno. Debe dar miedo. Debe hacernos pensar que cualquiera
no es capaz de ponerse delante de él. Debe ser armónico y estar bien
presentado. Y lo que es más importante: debe ser encastado, no un pobre animal
bobo y tontorrón que no transmite ningún peligro. Creo que me he explicado
bien. El encaste Saltillo, a pesar de estar muy aguado en Méjico, es un gran
encaste. De los más importantes por trayectoria e historia de todos los
tiempos. No lo critico. Al igual que no critico a otros con los que sería más
fácil meterse. Ni critico tampoco a las ganaderías. Yo critico los dedos que mueven esos hilos. Las manos que mecen
esa cuna y que moldean los encastes a su antojo, convirtiendo lo que un día fue
bravura en nobleza y toreabilidad. Por
lo tanto, la culpa es única y exclusivamente de los ganaderos por hacerlo y por
hacer caso en muchas ocasiones de los toreros
que les aconsejan. Y es que el
picante no gusta. Ni en la comida ni por supuesto en los toros. Como digo, lo
de Méjico es para echarse al río. Para mear y no echar gota. No me sorprende
que todos esos charcos estén los de siempre, es decir, Juli, Morante,
Talavante, incluso Silveti. Lo que me llama la atención es que esté Iván
Fandiño. Y ahí sí que suenan todas mis alarmas. A pesar de ello y de que
algunos empresarios y toreros lleven años convirtiendo la temporada mejicana en
una verbena festiva donde todo vale y lo principal es pasarlo bien y cortar
muchas orejas, hay que reconocer que al menos un sector de la afición mejicana
no es tonta. Y si no que le pregunten a
Enrique Ponce por lo del año pasado con el ganado en Querétaro. Todavía no se
lo han perdonado, y eso que Enrique es allí un Dios como en su día lo fueron
Manolete, Camino o el propio Niño de la Capea.
Esta gente tan festiva se puede enfadar y prueba de ello fueron las
protestas del domingo pasado a varios toros de Hamdan en la monumental de
Méjico con Morante en el cartel. Todo esto me fastidia por Fandiño, para mí uno
de los toreros que más se están haciendo respetar en España pero que al parecer
los aires mejicanos están trastocando un poco. No caigamos en eso por favor.
Algunas ferias mejicanas deberían cambiar la nomenclatura de sus festejos y en
vez de anunciarse como corridas de toros
hacerlo como capeas o tentaderos. Los animales cumplen perfectamente
para ese propósito –en muchos casos no se sabe si el toro tiene dos, tres o
cuatro años-, y trajes de corto siempre llevan alguno en la maleta los toreros.
Así que divirtámonos todos. Ya no vale eso de que el toro mejicano es que es
así. No es cierto. Ese toro es como han querido hacerlo los ganaderos allende
los mares. Y punto. Menos mal que aún subsiste la seriedad de Guadalajara. Lo
que no sabemos es por cuánto tiempo. Quién sabe. A lo mejor algún día elevo la vista al cielo y vuelvo a ver a Superman
con su resplandeciente capa roja. Un Superman
con forma de toro. Mejicano, por supuesto…
No hay comentarios:
Publicar un comentario