martes, 5 de marzo de 2013

El sueño de un día de invierno...

La Asociación Tendido Joven con Enrique Ponce en su finca de Jaén

Han pasado ya dos días y todavía sigo en una nube. Todavía estoy soñando. Y como yo, todos los jóvenes aficionados y aficionadas de la Asociación Tendido Joven de Valencia que estuvimos el pasado sábado día 2 de marzo en la finca que el maestro Enrique Ponce tiene en Navas de San Juan (Jaén). Creo firmemente al hablar por todos los que allí estuvimos, que lo que en Cetrina pudimos vivir y sentir jamás lo habríamos podido imaginar despiertos ni tan siquiera soñar dormidos. He dejado pasar más de 48 horas para poder reorganizar mis pensamientos y emociones y todavía sigo sin encontrar la forma de explicar todo lo que en este fin de semana ha sucedido. Y es que no hay palabras que puedan explicarlo. Así de simple. Y no las hay porque algo tan grande no se puede explicar con palabras. Aun a dia de hoy sigo pellizcándome para comprobar que todo ha sido real porque no estoy tan seguro de ello. En cualquier caso, voy a tratar de relatar como buenamente pueda lo que allí pudimos vivir y sentir. Llegamos a Úbeda tras un agradable viaje desde Valencia a eso de las diez de la noche del viernes. Tras cenar y descansar en el hotel Ciudad de Úbeda, el sábado a eso de las diez y veinte de la mañana partimos rumbo a Navas de San Juan. El tiempo, ese compañero que a veces da los disgustos más inesperados, estaba de nuestro lado e iba a colaborar en que todo fuera perfecto. La mañana presentaba un cielo azul precioso gobernado por un sol radiante que nos iluminaba con todo su esplendor. Ni que decir tiene que la temperatura era muy agradable. Diría que hasta primaveral. ¡Hasta en eso habíamos tenido suerte! Eran las once de la mañana cuando, tras pasar por Sabiote, llegábamos a Cetrina, la finca de Enrique. Y nada más entrar en los dominios del maestro, vino el primer vuelco al corazón. Allí, en una de las explanadas de su casa, a pié de autobús, nos esperaban Enrique y Paloma, su mujer. Imagínense la sorpresa de todos los que allí acabábamos de llegar. Nos fuimos bajando poco a poco y Enrique y Paloma fueron dándo la bienvenida a todos los invitados persona por persona. Primer gran detalle de unos extraordinarios anfitriones. En esos momentos allí todo era emoción. ¡Para no haberla! Tras el cariñoso recibimiento, Enrique nos explicó lo que tenía preparado para nosotros durante la jornada campera en Cetrina y, sin más dilación, nos condujo a su imponente e impresionante museo, contiguo a la plaza de tientas. Ahí vino el segundo vuelco al corazón. Y es que es difícil explicar todo lo que pudimos ver en ese salón tan bonito y tan cuidado. Fotografías históricas, decenas de trofeos taurinos, las cinco Orejas de Oro de Radio Nacional de España, los dos rabos cortados en la Méjico, multitud de cabezas de toro con las que Enrique ha cosechado algunos de los triunfos más sonados, etc... Un museo pletórico de recuerdos en el que el propio Enrique nos fue contando los detalles de cada cosa que allí se encontraba, no sin muchas anécdotas que el propio torero nos iba confesando como si fueramos parte de su familia. Y todo ello acompañado de un aperitivo que hizo las delicias de los que allí nos encontrábamos. La propia Paloma, mujer de Enrique, nos iba ofreciendo bandejas con los más variados canapés. Creerme si os digo que eso es todo un privilegio y un alago de tal magnitud que hasta me sentí profundamente cohibido con tanta entrega y generosidad. Y como yo, todos los presentes. Allí, en ese museo, entre todas las cabezas de toro que colgaban en la pared, hubo dos que me impactaron y emocionaron sobremanera. Quizás porque las dos lidias de Enrique a esos dos animales me emocionaron y de qué manera cuando se produjeron. Una era "Lironcito", de Valdefresno, lidiado por Enrique en Madrid aquel lejano 27 de mayo de 1996 con el que estuvo cumbre en la faena más importante para mí que ha realizado en la capital de España, e Histrión, de El Ventorrillo, al que desorejó el 19 de agosto de 2008 en su corrida número cincuenta en el coso bilbaíno de Vista Alegre. Estar allí delante de esos dos toros que tanto me habían emocionado fue algo totalmente indescriptible. Tras visitar el museo, nos dirigimos a dos cercados de toros próximos a ver algunos de los novillos y toros que Enrique tiene para lidiar. Y ahí vino el tercer vuelco al corazón. El maestro cogió su potente quad y durante un buen rato estuvo subiendo a gente y conduciéndola al interior de los cerrados introduciéndonos entre los toros. Sinceramente, creo que nunca he tenido una experiencia como esa. Y es que si estirábamos la mano, podíamos tocar los toros. Menos mal que el maestro nos tranquilizaba diciéndonos que no sufrieramos porque no hacían nada. Nunca he visto al toro desde tan cerca. A continuación, pudimos asistir a un tentadero que el maestro había organizado para nosotros. A la arena de la placita de tientas de Cetrina saltaron tres vacas y un novillo al que Enrique dió muerte tras una faena poderosa y elaborada. Y es que Enrique acabó por meter en la muleta a un animal que al principio no estaba nada claro. Pero todos sabemos ya a estas alturas que la técnica de Enrique es inconmesurable. Entre la muerte del novillo y la tercera vaca, el maestro nos estuvo explicando a pié de arena los secretos y la técnica del toreo de siempre. Como él bien nos dijo, nosotros somos el futuro de la Fiesta y debemos saber qué es y cómo es lo que hace un torero delante de un toro en la plaza. Otro de los momentos inolvidables de la mañana. Que una de las máximas figuras del toreo de todos los tiempos, te explique cómo es el toreo a un metro escaso de tí, no se puede pagar con todo el oro del mundo. Una vez acabado el tentadero, y después de que todo aquel aficionado que quisiera pudiera dar unos muletazos a las vacas del maestro, nos dirigimos al enorme salón que Enrique y Paloma poseen en la parte alta de la finca para degustar una extraordinaria comida. Allí, en un recinto no menos imponente, cargado de recuerdos de caza del maestro, dimos buena cuenta de todo lo que nos fueron sirviendo tan amable y educadamente. Otro vuelco al corazón al ver el recinto en el que Enrique nos había preparado la comida. Y cómo no, tanto él como Paloma, pendientes de nosotros en todo momento, sirviéndonos en ocasiones como un camarero más. De quitarse el sombrero. Una vez acabada la comida, permanecimos junto al maestro hasta las nueve de la noche aproximadamente. Una sobremesa que se alargó porque todos estabamos tan agusto que nadie se quería ir de allí. Y mucho menos Enrique, que estaba entusiasmado de poder compartir con nosotros un rato de conversación alrededor de su mesa. En ese intervalo de tiempo desde que acabamos de comer hasta que cogimos el autobús de regreso al hotel, el maestro respondió a todas y cada una de nuestras preguntas, nos contó mil y una anécdotas sobre su vida y su trayectoria profesional y nos hizo reír de lo lindo con su gran sentido del humor. Anochecía ya sobre Cetrina y sabíamos que el fín del sueño estaba próximo. El día había pasado rápido. Demasiado rápido. La noche confería a la finca una belleza indescriptible, con sus candiles y su paseo, su explendor verdoso y su iluminación tenue y perfecta. Tras firmarnos y fotografiarse con nosotros, bajamos de camino al autobús, que con su sonido sordo nos desperezaba ya de un sueño del que no queríamos despertar. Y allí, a pié de autobús, Enrique y Paloma, junto con Emilio y Alvaro Ponce, padre y hermano de Enrique, los cuales nos habían acompañado durante todo el día, nos decían adios muy a nuestro pesar. El día en casa de Enrique había terminado. No obstante, en ese momento comenzaba a solidificar en nuestras mentes un recuerdo que por muchos años que pasen jamás podremos olvidar. Algo me dice que cuando llegue el día en que sea un anciano débil y triste, esta será una de las historias más bonitas que podré contarle a mis nietos. Una historia que alegrará mis últimos días cada vez que la recuerde. Y les contaré que un lejano día de marzo de 2013 estuve en casa de una de las mayores figuras del toreo de todos los tiempos, un hombre poderoso en la plaza pero humilde y generoso a más no poder en la calle, grande dentro y fuera de los ruedos, con una familia ejemplar y servicial hasta decir basta, adorables todos a rabiar... Y aunque quizá mis nietos nunca me crean, yo sabré que fue cierto. O alomejor ni siquiera entonces estaré tan seguro de ello, porque, al igual que me está pasando en estos momentos en los que bajo la noche ya cerrada escribo estas palabras llenas de emoción y agradecimiento, evocando con más fuerza que nunca la belleza de la noche en Cetrina, posiblemente siguiré pensando que fue el sueño de un día de invierno del que nunca quise despertar...

Gracias Enrique y Paloma por recibirnos en vuestra casa y por habernos hecho soñar. Gracias por emocionanrnos y por ser como sois. Estuvisteis cumbre con nosotros. Gracias a Emilio y Álvaro Ponce por habernos acompañado durante todo el día, por estar tan pendientes de nosotros y por los ratos de conversación que pudimos compartir con vosotros. Gracias a la Asociación Tendido Joven de Valencia por haberse dejado la piel en este sueño y en especial a Angel, Alejandra, Nacho y Javier por vuestro amor a la Fiesta. Vosotros más que nadie habeis hecho realidad este sueño. ¡Viva la Tauromaquia!

José Antonio Ayuste Cebrián
Casasimarro, 5 de marzo de 2013




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