martes, 5 de febrero de 2019

La clave

Victorino dio la clave hace unos días en su comparecencia ante el Senado con el objetivo de defender la Tauromaquia: la clave de todo el movimiento antitaurino es que este espectáculo es público. Que se ve. Que se hace de él una fiesta. Que la gente puede ver cómo un hombre burla a un animal una y otra vez para acabar dándole muerte. Ese es el kid de la cuestión. Eso es lo que realmente no soportan los detractores de la Tauromaquia. Eso y nada más. El resto de argumentos que utilizan para atacar la Fiesta son mentira. No estiman más a los animales de lo que lo hacen los taurinos. No se preocupan más por su bienestar de lo que lo hacen los criadores de toros de lidia. No los respetan más que un torero respeta al toro que tiene delante. No son veganos porque detesten el sufrimiento y la muerte de los animales para consumo humano. Todo eso es una pose. Una consecuencia de la absurda creencia actual de que lo moderno hoy en día es ser reivindicativo e ir en contra de todo lo establecido. En contra de las tradiciones y en contra de la identidad propia de un país.

Vaya por delante que nunca he sido un defensor a ultranza de las tradiciones. Me explico: no se puede considerar intocable algo con el único pretexto de que es tradición. Los tiempos cambian y por tanto las sociedades también cambian. Las mentalidades varían muchas veces más como consecuencia de las modas que de las convicciones y las reflexiones propias. Todos conocemos tradiciones que con el paso del tiempo han ido desapareciendo por unas causas o por otras. Pero en el fondo de todo ello siempre ha prevalecido la libertad de decidir. A nadie le han obligado ética o moralmente a renunciar a una tradición. Se ha podido prohibir con mayor o menor acierto como consecuencia de un ejercicio político que no siempre ha tenido la razón. Ahí están los casos de Cataluña, Villena o Baleares, en los que el Tribunal Constitucional ha terminado por dar la razón al mundo del toro en detrimento de aquellos Ayuntamientos o Comunidades Autónomas que prohibieron o modificaron un espectáculo que siempre ha sido legal y que además lleva años blindado culturalmente. Por tanto, las tradiciones se pueden debatir. Se puede reflexionar sobre el hecho de que una tradición se pueda o no modificar. Pero lo que no se puede discutir es lo que a día de hoy está protegido por el manto de la legalidad porque básicamente todos nos debemos a un orden y a unas leyes.
A parte de que la Tauromaquia es un espectáculo legal y por tanto sujeto a la libertad individual de cada individuo, de lo que nunca he tenido duda es de que este espectáculo es cultura. Si entendemos como cultura el conjunto de conocimientos, ideas, tradiciones y costumbres que caracterizan a un pueblo, a una clase social o a una época, no hay duda. Guste o no, los toros encajan perfectamente en esa definición. Lo que caracteriza a un pueblo son sus costumbres y tradiciones, las cuales pueden cambiar a lo largo de la historia como he dicho anteriormente. Pero esos cambios los debe de marcar la sociedad dentro de un marco legal y democrático y, sinceramente, a la Tauromaquia todavía no le ha llegado ese momento porque para disgusto de muchos sigue siendo un espectáculo de masas con un público mayoritario que acude ilusionado a ver un espectáculo único.
Repito: el problema para muchos es que es público. Que se ve. Que se paga por ver la muerte de un animal en la arena. Y eso les parece catastrófico y propio de una sociedad bárbara y amoral. Como si día a día no viéramos en televisión imágenes mucho más cruentas de guerras o catástrofes entre los propios humanos. Como si día a día no viéramos el daño que es capaz de hacerle un humano a otro humano. Pero eso en la nueva y actual sociedad cada vez más animalista y menos humanista no es lo mismo. Para ellos siempre será mucho peor el daño de un humano a un animal -por muy litúrgico, respetuoso o alimenticiamente necesario que este sea-, que el daño de un humano a otro humano. Y yo sólo me repito que ante esta nueva y absurda sociedad lo mejor es que Dios nos coja confesados.

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