Había visto fotografías, escuchado comentarios, visto
caras de alegria de aficionados que sabidos de mi gusto por el toreo artístico
me intentaban explicar, incluso toreando de salón, cómo había estado Andrés
Palacios. Pero yo seguía sin creer que podría haber sido para tanto. Hasta que
el tiempo, la memoria y la recién acabada Feria de Albacete me permitieron
tener una hora libre, sólo una hora libre, para poder ver la actuación de
Palacios el pasado día 8 de septiembre en la plaza de toros de Albacete. Y me
maldije por no haber estado.
Lo que pudieron ver mis ojos se resume en palabras
sueltas porque no hay un hilo que las pueda unir coherentemente. Y es que el
toreo que hizo palacios no se explica con frases hechas. Se siente ante todo y
cuando se intenta contar sólo salen palabras sueltas: pureza, torería,
elegancia, arte, chispazo, sensibilidad, Toreo... Y así muchas más de ese
estilo. Y es que no pudo estar mejor con dos toros que por si fuera poco apenas
colaboraron para hacerles lo que les hizo. Pero ahí quedaron sus caricias con
capote y muleta, su figura relajada y rota, sus muñecas de cristal, sus
naturales de ensueño al cuarto toro de la tarde, sus remates para el que los
quisiera ver, su estar y no estar, su aroma a torero grande. Hacía mucho tiempo
que no se veía torear así en Albacete. Hacía mucho tiempo que no se veía un
torero así en Albacete. Yo al menos no.
Andrés Palacios tiene treinta y cinco años y un toreo
secuestrado durante un montón de primaveras. Alguien, no sabemos quién, nos ha
privado de este torero. Maldito sea quien o quienes lo hayan hecho. Y malditos
sean porque siempre se ha sabido lo distinto de este torero. Todos lo hemos
visto. Pero no se le ha dado lo que merece. Ni siquiera en su querida plaza de
Albacete, en cuya Feria llevaba sin actuar desde 2010.
Horas después de su soberbia actuación en su plaza, su
banderillero Víctor Hugo Saugar "Pirri" subía a las redes sociales
una foto de Andrés acariciando con la mano izquierda la embestida del de La
Quinta. La fotografía hablaba por sí sola, pero además, iba acompañada por un
texto breve. Breve como las buenas faenas: "que no se pierdan estos
toreros, por Dios". Palabra de torero. De torero a la vulgaridad de lo que
nos rodea. De torero a los ciegos e incrédulos. De corazón y de mente.
Hay cosas con las que no se juega. Con las que no se
ha jugado nunca. La sensibilidad, la pureza y el arte no entran en el juego. En
ningún juego. Malditos sean los que nos privan de toreros como Andrés Palacios.
Ayer ahora y siempre.
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