sábado, 9 de agosto de 2014

El brillo del oro...

He intentado morderme la lengua. He contado hasta diez. Hasta cien. Hasta mil. Pero no he podido. He tenido que vomitarlo todo. Sentarme frente al ordenador y escribir lo que pienso sobre este tema. Sobre un asunto del que su principal protagonista ha hablado hasta la saciedad en mil y un medios de comunicación. Y en todos lo ha hecho con el mismo discurso. Calcado. Repitiéndose hasta la saciedad. Para qué negarlo: Fernando Domecq nunca ha sido santo de mi devoción. Y eso que a mí particularmente no me ha hecho nada. Pero a mi afición por el toro sí. Y mucho. Imagino que ya sabrás de sobra que Fernando ha vendido la ganadería de Zalduendo, su insigne y querida ganadería, al multimillonario mejicano Alberto Bailleres. Este señor, que al parecer tiene el dinero por castigo, aparte de ser un reconocido y afamado empresario en su país de origen, lleva varias plazas de toros mejicanas (Aguascalientes, Guadalajara, León, Tijuana, etc), es ganadero y además es el apoderado de Morante de la Puebla (a través de su empresa “Espectáculos Taurinos de Méjico”). Por si fuera poco, dicen las malas lenguas que está también detrás de El Juli a través de Mariano del Olmo, hombre que hace unos meses pasó a formar parte del equipo del torero madrileño y que finalmente ha desbancado de su puesto a su actual apoderado Roberto Domínguez. Pero este no es el tema en cuestión. El tema es Zalduendo y Fernando Domecq. Fernando Domecq y Zalduendo. Tanto monta monta tanto. Quizás te preguntes porqué hablo de esto. La respuesta es sencilla: estoy harto de tantas mamarrachadas y demagogias baratas que va pregonando este señor cada vez que le preguntan porqué ha vendido su ganadería. El señor Domecq, ante esta cuestión, hace alusión a todos los males de la Fiesta menos a la verdadera causa. ¿Que cuál es? La pasta gansa que le han soltado. Eso sí: se ha cuidado muy y mucho de no dar las cifras exactas de la operación. Cierto es que sólo ha vendido el hierro y los animales. La finca no. (Los toros de Zalduendo pastarán en la finca “Los Guateles” que recientemente le ha adquirido también Bailleres a “El Litri” por once millones de euros). El caso es que el señor Fernando Domecq, desde que la noticia de la venta de la ganadería saltó a la palestra, no para de quejarse de la situación actual de la Fiesta, dando a entender que esta ha sido la detonante de su decisión. Y lo explica a su manera. Que sí. Que en muchas cosas lleva razón. Pero otras no vienen a cuento. Acierta cuando dice que el ganadero hoy en día es el último mono en el entramado de la Tauromaquia. Tiene parte de razón cuando dice que en las plazas de toros no hay un burladero que ponga “Ganaderos” para poder estar cómodamente en el callejón. (Otros como Fernando Cuadri o Antonio Miura, por ejemplo, se sientan en el tendido a presenciar sus corridas y no dicen ni mú). Domecq no. A él le gusta estar en el callejón. Está en todo su derecho. Tampoco acierta cuando dice que la opinión del ganadero en los sorteos no la tiene en cuenta nadie. Yo he visto a unos cuantos mandar mucho en los corrales por la mañana. Se equivoca cuando arremete vilmente contra el toro de Madrid, Pamplona y Bilbao porque según él está fuera de tipo. Para él ese toro no cabe en la muleta, es destartalado e imposibilita hacer el toreo moderno. Y yo digo: si a la afición de Madrid, Pamplona o Bilbao le gusta ese toro, lo mínimo que hay que hacer es respetarlo. Y si el empresario de turno compra ese tipo de toro lo mínimo que hay que hacer es respetarlo. Y si hay un sólo torero que quiere ponerse delante de ese toro lo mínimo que hay que hacer es respetarlo. Si al señor Domecq no le gusta ese animal lo tiene fácil: que no vaya a tales corridas. Que pase de ellas y se dedique a ver sólo las que a su criterio merecen la pena. Claro, él no lidia en esas plazas de primera categoría ni en otras porque su ideal de toro, ese que instauró allá por el año 1975 cuando se hizo cargo de las ganaderías familiares de Juan Pedro Domecq y posteriormente Jandilla hasta que compró Zalduendo en 1987, no es precisamente el de Madrid, Pamplona o Bilbao. Su ideal de animal perfecto es el chico y terciado, cornicorto y estrecho de sienes, noble y tontorrón hasta decir basta. Ese que no plantea problemas a los toreros. Ese que si en el caso de no colaborar con la figura de turno al menos no sale malo ni se quiere comer al torero. Ese que si en el remotísimo caso de salir malo, tan sólo se para y echa la persiana, no ocurriéndosele nunca ir al pecho del matador ni mucho menos mandarle a la enfermería. Ese es el toro que siempre ha perseguido el señor Fernando Domecq. Y lo peor de todo no es que lo haya conseguido, que lo ha hecho. Lo peor de todo es que muchísimas de esas ganaderías de hoy en día cuyos toros aburren a un muerto con su comportamiento soso y descastado, tomaron su ejemplo y lo pusieron en práctica. No voy a dar nombres porque todos sabemos cuáles son. Sí. Precisamente esas que son las predilectas de las figuras del toreo del momento. El señor Domecq se equivoca cuando dice que con el toro debería hacerse como con los caballos de carreras. Bajo su punto de vista debería haber un comité de expertos que, al igual que ocurre con dichos caballos, velaran por crear y mantener un tipo de toro modélico en hechuras y acorde con sus gustos y el que considera es el de la mayoría de los aficionados. ¡Ojo al parche! ¡Qué tendrá que ver el toro de lidia con el caballo de carreras!. La mente del señor Domecq es bohemia y no tiene límites. Y mucho menos al hablar de “su” ideal de toro bravo. En fin... Tampoco creo que tenga nada que ver en la venta de su ganadería el plantel de excelentes novilleros que hay actualmente. Nadie relaciona una cosa con otra excepto él. Quizás ahora le haya dado por apoderar chavales, porque según afirma, una consecuencia directa de la venta de sus toros es la ilusión por ver nuevos futuros toreros. Sí. Todo muy kafkiano. Como el hecho ese que también repite una vez sí y otra también de que la altura de las tablas del callejón es la más grande de la historia. Parece ser que en su decisión de deshacerse de la ganadería también tiene que ver esta circunstancia. "Las altura de las tablas deben facilitar el salto del torero al callejón y no al revés, como se están empeñando en hacer", repite sin parar. Algo que a todas luces es muy relativo. Como digo, mentes bohemias. Aun así, todos los medios han partido lanzas en su favor. Yo, irremediablemente mantendré la mía intacta y la partiré por aquellos ganaderos que sin ganar un duro de sus toros, sin vivir de ellos como sí ha hecho durante mucho tiempo el señor Domecq, los mantienen como su tesoro más preciado. Pero claro: poderoso caballero es don dinero. Fernando también se queja de falta de respeto a su persona. Particularmente pienso que esa falta de respeto por parte de aficionados y estamentos taurinos a la que alude el ganadero sobre su figura es cuanto menos estudiable. Nunca hay que faltarle el respeto a nadie. Eso está claro. Es norma básica de educación en la vida. Lo que quizás no sepa don Fernando Domecq es que el respeto hay que ganárselo con el ejemplo día tras día. Convendría que se lo hiciese mirar. Convendría que pensara porqué principalmente gran parte de la afición no le tiene ningún respeto. A lo mejor es porque se lo ha ganado a pulso con su especulación constante del toro bravo durante todos estos años. En cualquier caso, que los amantes de esta ganadería y de este ganadero en particular estén tranquilos. Fernando no se va del todo. No. Va a seguir al frente de la vacada pero en calidad de consejero del señor Bailleres al menos durante un tiempo. Por si acaso a este se le ocurre la genial idea de ponerle algo de picante a la ganadería, no vaya a ser que ahora de repente se vuelva encastada. Faltaría más. Por suerte o por desgracia seguiremos viendo al señor Fernando Domecq por los callejones de las plazas cuando se lidien sus ex-zalduendos, acompañando a los toreros de su predilección y pidiendo a los Presidentes los indultos que hagan falta. Zalduendo ya es historia para él. Con un poco de suerte, debería serlo para todos dentro de no mucho. Como bien dice el dicho, seguirá siendo el mismo perro pero con distinto collar. Y lo peor de todo es que el aficionado, al menos de momento, tendrá que seguir sufriendo el despropósito de una ganadería que maltrata la afición de las personas cabales que se sientan cada tarde en los tendidos de una plaza de toros. Y si encima es al sol y con moscas el tema ya se torna heroico...

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