Porque tú fuiste el primero que le pegó
una patada a la puerta y la tiró abajo a fuerza de valor y tesón. Porque tú
fuiste el primero que entró después de tantos años en los carteles de las
figuras. Es triste que ahora se hable de los jóvenes que lo están haciendo y
nadie se acuerde de ti. Qué miserables somos los aficionados. Qué miserable es
la prensa taurina. Tú fuiste el primero y por suerte unos pocos lo sabemos y te
lo reconoceremos siempre.
Porque todos los que nos consideramos
buenos aficionados hemos sido fandiñistas en algún momento de tu trayectoria.
Era fácil ser de ti: nos dabas lo que tanto pedíamos en los toreros. Esa verdad
ante cualquier tipo de toro. Sin mirar el encaste. Sin mirar el hierro. Tarde
tras tarde. Pero aún así querías más. Querías hacer historia. Te había costado
mucho porque no todo el mundo te veía con buenos ojos en los carteles de
relumbrón. Y entonces vino aquella tarde gris en Madrid. Aquella tarde en la
que las cosas no salieron bien. Aquella tarde a partir de la cual los que te
habían recibido con ramas de olivo te despidieron cual turba camino del
calvario. Te crucificaron sin dudarlo. Pero esa misma noche comenzó tu
resurrección. Una resurrección nacida del orgullo interior de un torero con
raza. De alguien que se había hecho a sí mismo a base de esquivar golpes. Tú
mismo lo dijiste horas después: “gracias a todos los que confiáis en mí. No es
momento de lamentos, es hora de levantarse y buscar la próxima batalla”. Y es
que tu carrera no podía acabar así.
Porque sólo tú eras capaz de brindarle un
toro a un chaval desconocido al que un novillo le acababa de destrozar la cara.
Porque sólo tú eras capaz de brindarle un toro con esas palabras a un padre que
hacía poco había perdido a un hijo en el ruedo. Porque sólo tú eras capaz de
preocuparte siempre por tus compañeros y de estar pendiente de ellos cuando
caían heridos. Así eras tú Iván: puro y verdadero. Como tu toreo.
Recuerdo aquella tarde en Bilbao en la
que un toro de La Quinta te había metido en la Enfermería. Minutos después
saliste. Muy dolorido, pero saliste. Andando, como los guerreros valientes.
Asumiendo tu papel de luchador incansable y poco afortunado. Sin un mal gesto nos
atendiste a los pocos aficionados que te esperábamos para saludarte y decirte
lo mucho que te admirábamos por tu lucha heroica dentro y fuera de los ruedos.
Aquel día supe que estaba ante una persona auténtica y excepcional por sus
valores taurinos y humanos. Unos valores que seguirás demostrando allá donde
quiera que ahora estés.
Recuerdo también con gran cariño mis años
de trabajo y batalla en Guadalajara. Y recuerdo que cada vez que volvía a casa,
sin importarme lo cansado que pudiera estar, paraba en tu finca de
Fuentelencina para observar cómo tu sueño se iba haciendo realidad. El vallado,
el cortijo, tu preciosa placita de tientas. La última vez que pasé acababan de
terminarla. Relucía el rojo sobre las pareces. Relucía todo porque todo era
nuevo. Y en el portalón de la entrada, a cada lado, la I y la F de tus
iniciales sobre una espada. Tu hierro ya estaba allí. No hace ni un año de
aquel día Iván. Tu finca era tu sueño. Una finca que apenas has disfrutado.
Cómo ovidar lo bien que me trataste tú y
tu gente años antes, cuando aquel 1 de octubre de 2013 de camino a casa me colé
en Cantinuevo, la finca pegadita a la tuya de tu gran amigo Antonio González,
para verte matar dos toros a puerta cerrada. Presentabas ante la prensa tus dos
actuaciones en la Feria de Otoño de Madrid de ese año con las corridas de
Victoriano de Río y Adolfo Martín. Una apuesta muy fuerte. Y cómo olvidar
cuando tras el esfuerzo de matar dos torazos entraste con tu sonrisa eterna en
la sala donde estábamos todos como si fueras uno más, cuando realmente eras el
protagonista, el motivo por el que todos estábamos allí. Y es que estabas como
en casa. De echo a tan sólo unos metros de tu casa. En Fuentelencina. Tu
Fuentelencina. El mismo pueblo donde veraneaba Manolete con su novia Lupe Sino.
El mismo pueblo donde querías disfrutar de una larga vida con tu mujer, tu niña
y tu gente. Manolete e Iván Fandiño. Dos héroes. Dos hombres que han dado su
vida por la Tauromaquia.
En tu reciente funeral, tu gran amigo
Jesús Arruga ha dicho que si hubieras tenido que escribir tu final, a buen
seguro que habrías escrito este. El mismo que te ha acontecido sin esperarlo.
Qué de bien te conocía Iván. Siempre se ha dicho que la mayor gloria para los
toreros es morir en la plaza para así dignificar su profesión y pasar a la
historia como un héroe. Y aunque yo tampoco dudo de que hubieras deseado que te
sucediera este final en algún momento de tu vida, yo y muchos como yo pensamos
que un torero no debe de morir en el ruedo, sino tras una larga vida y después
de haber disfrutado de lo que os habéis ganado a sangre y fuego en los ruedos.
Perdona mi osadía Iván. Quizás no lo entienda porque no he sido torero, a pesar
de que siempre lo he deseado con toda mi alma.
Néstor, tu Néstor, tu amigo, tu hermano, tu
padre taurino, siempre decía que habías sido un error del sistema. Que tu caso
no había sido normal. Que habías sido un caso imposible de volverse a repetir
en nuestros días. Que un hombre casi sin conocimientos taurinos, que había sido
pelotari antes que torero, que había tenido que adaptar su cuerpo para poder
estar delante de un toro, que se había hecho en las durísimas capeas primero de
su tierra y luego en las de Salamanca y Guadalajara, no podía llegar donde tú
habías llegado si no se tenía una voluntad de acero. Él confió tanto en ti la
primera vez que te vio que ya no se despegó nunca de tu vera. Ni tú de él, a
pesar de que tuviste muchas oportunidades para haberte ido con apoderados mucho
más importantes e influyentes que Néstor. Pero ni siquiera se te pasó por la
cabeza dejarlo. El brindis del toro de tu alternativa en Bilbao la tarde del 25
de agosto de 2005 cuando todavía no eras nadie en esto lo dejó más que claro:
“este es el penúltimo toro que te brindo. El último será el de mi despedida de los
ruedos”. Así fuiste con Néstor: fiel hasta el final. Fuiste un error del
sistema. Tu muerte también ha sido un error. Un error del destino, de Dios o de
quien quiera que dirija este mundo loco lleno de desgracias incomprensibles.
“No quiero irme nunca,
me quedaré en el recuerdo, en la mente, en el alma, donde nunca muera”, dijiste
en una ocasión. “Tengo una cita con la historia y, si he de morir, moriré
libre”, dijiste en otra ocasión. Ten por seguro que has muerto libre pero que
nunca vas a morir en las mentes y en los corazones de los aficionados. Los
héroes nunca mueren para siempre Iván. Tu lucha humana y taurina siempre será
el mejor de los ejemplos para todos los que amamos la Tauromaquia. Toma la
eternidad torero. Disfrútala. Te la has ganado con creces.
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