Me ocurrió tras la muerte de Víctor Barrio. Y me ha
vuelto a ocurrir tras la de Fandiño y Celis. He vuelto a preguntarme de forma
obsesiva si esto realmente merece la pena. Si está afición sale rentable
emocionalmente. Si es necesario sentir tanto dolor de forma gratuita. Y me lo
pregunto yo que soy un simple aficionado. Imagino las veces por segundo que se
lo deben de preguntar los profesionales, esos que sí se juegan la vida de
verdad delante del toro, no yo que asisto sano y salvo desde un tendido o desde
el sofá de mi casa a lo que ocurre tarde tras tarde en el ruedo. Eso sí que es
gordo...
Y a pesar de la dureza de esta afición, de este mundo
del toro, ahí volvemos tarde tras tarde. Y volvemos porque algo nos llama
poderosamente. Algo nos hace sentir cosas muy fuertes ahí adentro. Es
inexplicable. Lo sé. Y no será porque no llevo tiempo intentando saber el
porqué uno vuelve a contemplar este espectáculo tras una tragedia como las
varias que llevamos en este último año. Pero la respuesta no es racional. La
respuesta está mucho más dentro. Mucho más al fondo de todo lo visible.
Este espectáculo siempre merece la pena. Siempre. A
pesar de la crudeza de lo que ocurre en el ruedo. A pesar de la dureza de las
cornadas. A pesar de que la auténtica belleza y la emoción rara vez aparecen
una tarde de toros. A pesar de los enfrentamientos casi a muerte de los
aficionados en las redes sociales. A pesar de los cuchillazos que nos lanzamos
entre nosotros mismos por defender esta postura o la otra. Esta ganadería o la
otra. Este torero o el otro...
Lo puro siempre merece la pena. Lo verdadero siempre
debe ser defendido. En esta sociedad tan vacía de todo siempre debe haber una
plaza de toros para recordarnos qué es la vida. Qué es lo real. Qué es la
muerte y cómo son los hombres de verdad. A pesar de la sangre, de las muertes,
de los enfrentamientos. A pesar de todos los pesares.
Vivimos en un mundo real. En un mundo que duele. En un
mundo donde mueres cada día un poco más. Donde algún día incluso puedes morir
del todo. Y la Tauromaquia es eso: vida, muerte, ruido, emoción, arte. Algo tan
fácil y difícil de explicar. Algo tan fácil y difícil de sentir. Por eso
siempre merecerá la pena. Porque mientras el mundo gire loco a nuestro
alrededor, siempre habrá una plaza de toros donde la vida sea auténticamente
real, donde lo que allí dentro ocurra sea lo puro y verdadero y no tenga nada
que ver con lo que hay fuera. Donde un hombre se enfrente a la realidad sin
tapujos. A la vida y a la muerte.
Renato Motta, El Pana, Víctor Barrio, Iván
Fandiño y Ramiro Celis: habéis honrado la profesión más difícil y verdadera del
mundo. Y la habéis honrado ni más ni menos que con vuestras propias vidas. Por
eso esto siempre merecerá la pena. Siempre...
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