Vengo
observando últimamente que se están celebrando demasiadas encerronas en
solitario. Ya sabéis: un torero y seis toros. Casualmente, la práctica
totalidad de ellas son benéficas.: banco de alimentos, Asociación contra el
cáncer, etc... Quede claro de antemano que no tengo nada en contra de las
organizaciones que luchan por los intereses de los muchos y muy diversos
colectivos cuya labor social está más que contrastada. No son ellos el objetivo
de este artículo.
Me refiero al quién, al cómo, al cuándo y al dónde. Me explico: casi todas esas
encerronas benéficas a las que me he referido anteriormente las han
protagonizado toreros o novilleros en una situación taurina no muy agraciada.
Los típicos chavales que no ven un pitón desde hace mucho tiempo y que la única
manera que tienen de llamar la atención del aficionado y del taurino es
montando una corrida benéfica. Algunas de esas encerronas a las que hago
referencia y que he podido ver en los últimos meses han dado más pena que gloria.
Y todo porque el torero que lleva sin torear ni se sabe el tiempo no va a
resolver su carrera en una tarde con seis toros. Es más, la puede hundir
todavía más.
Muy poco aforo en los tendidos, ganado de deshecho, el chaval en cuestión que
queda en evidencia cuando le sale algún animal que pide los papeles, cuadrillas
que dejan mucho que desear... Y así un sinfín de aspectos negativos que hacen
que la tal encerrona benéfica diste mucho de ser un espectáculo digno. Para qué
vamos a meter más el dedo en la llaga.
Hasta hace no mucho tiempo las encerronas tenían un sentido: el típico
novillero con proyección y ambiente que iba a tomar la alternativa en unos días
y que se despedía del escalafón inferior matando seis novillos, el matador de
toros que estaba en boca de todos y quería dar un puñetazo definitivo en la
mesa, el torero que hacía una extraordinaria temporada y la quería refrendar
matando seis astados en una plaza de relevancia... Cosas por el estilo.
Curiosamente pocas o ninguna de esas encerronas importantes eran benéficas.
Repito por si te queda alguna duda: no tengo nada en contra de las causas
benéficas. Lo que sí estoy en contra es del giro que ha tomado el sentido de
las encerronas. De tener importancia a no tener ninguna.
Y digo ninguna importancia por dos motivos principalmente: uno que en estas
encerronas modernas no queda casi nada de dinero para la causa benéfica en
cuestión. Porque recordemos que los espectáculos taurinos benéficos tienen
gastos y muchos. Muy pocos de los que actúan lo hacen gratis. A veces tan sólo
el pobre chaval que se viste de oro. Y otro motivo es que aunque triunfes en tu
odisea, no te va a valer para nada. Los portales te dedicarán una breve reseña
y mañana nadie se acordará del esfuerzo que has hecho. Eso sí, como fracases y
encima te vean en televisión estás muerto. Vamos, ruina segura lo mires por
donde lo mires. Económica y profesional en casi todos los casos.
A lo que voy: estas encerronas de hoy en día se están haciendo más por
promocionar la carrera de tal o cual torero que por la causa benéfica a la que
vaya dirigida la encerrona en cuestión. Así lo pienso y así lo digo. Y si no a
las pruebas me remito. Además y, al hilo de lo dicho anteriormente, ninguno de
los toreros que se han anunciado con seis toros últimamente ha salido de su
precaria situación taurina. Y si no a las pruebas me remito.
Por tanto, cuidado. No desvirtuemos la importancia de las encerronas en
solitario. Está claro que todas no van a ser como aquella mítica de Joselito el
2 de mayo de 1996 en Las Ventas o la reciente de José Tomás en Nimes. Una cosa
es una cosa y otra cosa es otra cosa. Pero en el término medio está el secreto.
Un termino medio bueno y con sentido. Elegante. Digno. Solvente. Y es que en
esto como en todo en el toreo, hay que dar y darse importancia.
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