Nunca me he tapado. Nunca me he escondido. Siempre he
sido morantista a pesar de que a veces le he criticado. Pero un buen día logré
entenderle. Logré meterme en su piel. Y entonces las críticas ya sólo fueron
enfados pasajeros provocados por la decepción de no verle como yo quería verle.
Pero los artistas geniales son así. Siempre han sido así. Se mueven por otro
tipo de fuerza interior a la que la mayoría de los mortales sentimos. Se mueven
por otro tipo de fuerza interior que la mayoría de los mortales no entendemos.
Se sobradamente que mi opinión es mía y que a tí
probablemente te importe un carajo. Lo entiendo. Soy un simple aficionado que
acude a la plaza a sentir. Y lo hago porque es mi forma de entender la
Tauromaquia: con sensibilidad, eso que tanto falta hoy en día en cualquier
ámbito de la vida y que en el caso de toreros como Morante de la Puebla es
clave para poder entender todo lo que le rodea.
Y es que la clave para entender a Morante es
precisamente la sensibilidad. Y se trata de tenerla o no tenerla para lograr
entender su toreo, su forma de ser, su circunstancia vital. Para sentirle o no
sentirle dentro. Pero esto es difícil de explicar y en consecuencia de
entender, básicamente porque nada de esto sirve: hay que sentirlo allá muy en
el fondo del alma, si es que se tiene. Y tiene que dolerte. Tiene que dolerte
mucho.
No te voy a mentir: la retirada de Morante me parece
una pesadilla. Y no voy a negar que desde que la anunció me despierto por las
mañanas pensando que ha sido un mal sueño. Pero también reflexiono a cada
instante y comprendo que quizás necesite descansar. Y es que hay una realidad
obvia: a pesar de sus destellos y sus esporádicas tardes de triunfo, sus
últimas temporadas no han sido todo lo buenas que cabría esperar en un torero
de su categoría. Pero recordemos: Morante no se ha caracterizado nunca por ser
un torero con gran suerte en los sorteos. Ahí están los datos. Pocas corridas
ha actuado en las que el peor lote no se lo haya llevado él. Y esto no es una
disculpa. Es una realidad. Una realidad que se ha sumado al motivo de mayor
peso que ha argumentado para abandonar los ruedos. Unos motivos que quizás no
han sido muy bien comprendidos por la mayoría. Y es que pienso que esos motivos
tienen más del Morante aficionado que del Morante torero.
Doy la razón a todos aquellos que han dicho que él es
probablemente el torero que menos se puede quejar en cuanto al ganado, los
dineros, los compañeros y demás ingredientes de la Fiesta. Él lleva mandando en
esos aspectos mucho tiempo y sería de una osadía tremenda reivindicar lo que ya
tiene porque, no nos olvidemos, se lo ha ganado sobradamente en el ruedo
durante veinte largos años como matador de toros. Es por ello, y me reitero, que
creo a ojos cerrados que la huida de Morante es más una huida de aficionado que
de torero.
Hace un año y, precisamente en El Puerto de Santa
María, el torero de La Puebla del Río hizo unas declaraciones muy duras al
micrófono de Movistar Plus sobre el toro que se está criando actualmente. Dijo
que era una pena porque a los toreros de corte artístico y sensibilidad se los
estaba cargando el toro tan desproporcionado que salía hoy en día. Y añadió que
se estaba haciendo un toro para un torero de mucha técnica y pundonor y eso a
él y a la mayoría del público actual le aburría. Y ahí hablaba como aficionado,
al igual que lo ha hecho cuando ha denunciado el maltrato al que se le está
sometiendo a los novilleros con ese novillo tan desproporcionado que se les está
echando.
Posiblemente Morante podría haber seguido toreando a
un nivel de mucha menor exigencia en cuanto a plazas, compañeros y ganado. Y
estoy convencido que lo podría haber hecho y a buen seguro habría seguido
llenando plazas. Pero su condición de aficionado a los toros le ha hecho
abandonar y no querer ver lo que bajo su punto de vista está ocurriendo con la
Fiesta.
El adiós de Morante ha sido por un cúmulo de
circunstancias negativas que han terminado por minarle la moral. Su moral de
aficionado. El ataque constante de los antitaurinos, los enfrentamientos entre
los propios taurinos, entre los propios aficionados, su mala racha en los
ruedos, la constante mala suerte en los sorteos, el toro a contraestilo, su
aburrimiento al ver que ya pocas cosas de las que suceden en el ruedo le
emocionan, el maltrato a los novilleros, etc. Razones con las que se puede
estar más o menos de acuerdo, pero razones al fin y al cabo personales y muy
respetables como las de cualquier otra persona, sea quien sea y llámese como se
llame.
Nunca me cansaré de decirlo: Morante es un torero de
sensibilidad. Y el aficionado debe tenerla para entenderle. Para sentir la
belleza de su toreo. Yo te echaré de menos Maestro. Muchos te echaremos de
menos. Ojalá ese tiempo indefinido sea un hasta pronto. Y si es un hasta nunca
nos conformaremos con la nostalgia y el recuerdo. Tantos y tan bellos
recuerdos. El capote de Dios. Las yemas de tus dedos. Las palmas de tus manos.
Tu cintura. Tu armonía. El compás. El ritmo. Lo añejo. La torería. El arte.
Tantas y tantas cosas tan difíciles de explicar. Pero ante todo una: la certeza
de haber podido ver con nuestros propios ojos a un torero único e irrepetible.
Uno de los artistas más geniales de la historia de la Tauromaquia. Y eso,
Maestro, le aseguro que lo van a lamentar mucho nuestros nietos.
Gracias por tanto. Hasta pronto, genio.
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