Dicen las
malas lenguas que los toreros no tienen escrúpulos. Que son seres abominables
porque se burlan y asesinan a un animal inocente que lo único que quiere es
vivir en paz.
Dicen que
somos lo peor, la escoria de esta sociedad. Que por amar esta Fiesta somos
gente de tercera o cuarta categoría. Que somos basura, podredumbre. Que no
tenemos principios. Que la ética y la moral no existen en nuestra mente y en
nuestros corazones. Que somos inhumanos e insensibles en grado máximo.
Y ahora yo me
pregunto: ¿puede haber más belleza y más luz de la que hay en un vestido de
torear? ¿Puede haber más sensibilidad que la de coger un capote con las yemas
de los dedos y hacerlo volar? ¿Puede haber más sensibilidad que la que tiene un
picador cuando le echa el palo despacito a ese toro que se arranca? ¿Puede
haber más sensibilidad que la que tiene ese banderillero cogiendo los palos de
forma tan delicada? Porque que yo sepa las banderillas no se cogen como el que
coge un machete y de forma violenta lo clava en un cuerpo para acabar con la
vida. ¿Puede haber movimientos más sutiles y delicados que los de ese
banderillero dejándose ver por el toro para hacer la suerte?
Los toreros
no se mueven con violencia por el ruedo. Lo hacen con mimo. Cogen los avíos con
las yemas de los dedos. Torean con las palmas de las manos. Contrarrestan la
violencia del toro con una expresión corporal natural y sosegada. Al entrar a
matar no cogen el estoque como si fuera una escopeta. No lo cogen como el
carnicero coge el cuchillo cuando va a matar a un cerdo o despedazar el cuerpo
inerte de cualquier otro animal. El torero se perfila con belleza y sutileza.
Coge la espada con delicadeza. La empuñadura recae en la palma y las yemas de
los dedos. El torero entra a matar derecho al toro, despacito, sin trampa ni
cartón. Con la verdad por delante. Un torero herido mil veces en el ruedo no le
guarda rencor al toro. Incluso se deja la vida en el ruedo por un sueño. Un
torero puede morir en el ruedo y no hay odio. Sólo dolor, paz y gloria eterna.
Pero
nosotros somos los violentos. Los sádicos. Los psicópatas. Y aquellos que nos
llaman asesinos por disfrutar de una afición que es la nuestra y que por si
fuera poco es legal, aquellos que cometen actos terroristas contra los
taurinos, que incendian casas o mandan cuchillas en sobres son los dueños de la
única moral verdadera que existe. De la única ética buena que existe. De un
ejemplo de vida perfecto e intachable. Aquellos que presuntamente hacen
explotar bombas cerca de una plaza de toros son los que nos dan lecciones de
civismo, de buen comportamiento. Aquellos que anteponen la vida animal a la
humana son los que nos dicen a nosotros que carecemos de humanidad.
¡Váyanse
ustedes al carajo! ¡Están ustedes chalaos!. Y es que los taurinos, hasta para
insultar, lo hacemos con elegancia, sutileza y sensibilidad. Sí, esos atributos
de los que ustedes adolecen a pesar de creerse los auténticos dueños de la
verdad y la decencia moral más absoluta.
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