Los
tiempos han cambiado amigo. La forma de dividir a la sociedad ha cambiado
amigo. Si hasta hace poco las clases sociales se dividían por su poder
adquisitivo o su reconocimiento social, ahora se ha impuesto otra forma de hacerlo.
Ahora un sector radical de la sociedad, amparado en una supuesta y extremista
moralidad animalista, se ha empeñado en clasificar a las personas en dos
grupos: ciudadanos de primera y ciudadanos de segunda.
Los ciudadanos de primera son todos aquellos que aman a los animales por encima
de todas las cosas. Evidentemente, todos son antitaurinos. Y es que su moral es
mucho mejor, mucho más pura que la de los que no pensamos como ellos. En el
grupo de ciudadanos de segunda, los defenestrados y marginados de la sociedad,
nos encontramos los taurinos que, según ellos, no queremos ni respetamos a los
animales. Y así nos va...
Esa es la triste realidad. Hoy en día el ser taurino es poco menos que estar
considerado como un psicópata. Para estos adalides del puritanismo y la
moralidad perfecta somos poco menos que escoria. Somos malas personas,
violentos, intransigentes, desviados mentales y, por supuesto, franquistas.
Porque para ellos todo lo taurino huele a rancio y a fascismo. Como si la
Tauromaquia la hubiese impuesto Franco por sus narices. La Fiesta es nacional
por identidad, no por políticas de derechas o de izquierdas. Y si a alguna
ideología política se pudiera acercar sería precisamente a la izquierda, ya que
los toros siempre han sido un espectáculo del pueblo llano. Sí amigo, a esa
izquierda de la que tanto presumen los que nos consideran lo peor del
mundo.
El antitaurino se considera mejor que nosotros en todos los aspectos. Más
legal, más sensible, con una moral más limpia. Y por supuesto más respetuoso.
Para ellos es más importante el animal que la persona. Anteponen el beneficio
del animal al de la persona. Deshumanizan al hombre y sobrehumanizan al animal,
sin darse cuenta que esto precisamente es una forma muy clara de maltrato. El
perro o el gato tienen su rol. Sacarle de él para conferirle uno que nunca ha
tenido es cercenar su libertad. Su instinto. En una palabra, maltratarle.
Para ellos nosotros no respetamos a los animales. No amamos a los animales.
¡Qué sabrán lo que ocurre en cada casa! ¡Qué sabrán lo que hace cada ganadero
en su dehesa! Para ellos somos gente capaz de hacer cualquier cosa, cuando las
cárceles están llenas de tipos que amaban a sus perritos y han matado a
personas. ¡Qué sabrán ellos!
Lo que ha sucedido con Cáritas Salamanca hace unos días es otra muestra de que
para ellos somos ciudadanos de segunda. ¡Dinero del mundo del toro no por
favor, que está manchado de sangre! Siempre la misma historia. Siempre la misma
hipocresía. Como si aquí no hubiera sacrificio, trabajo, desvelos. Como si este
mundo fuese de mentira y no se muriera de verdad.
“En la forma de tratar a sus animales se valora una sociedad”, proclamaba hace
unos días nuestra querida Guardia Civil a través de las redes sociales. Hasta
eso hemos llegado. El ser humano importa un carajo. Si alguien se muere de
hambre que se muera. Eso sí, que a nadie le gusten los toros porque eso sí que
es malo y amoral, por mucho que a los taurinos sí que nos gusten los animales.
En eso nos hemos convertido y, salvo milagro, en esa idea se perpetuará la
sociedad en no mucho tiempo.
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