La primera
raíz apunta directamente a los políticos. Hay quien prefiere hablar del
“sistema”, pero yo no creo en eso. Yo hablo directamente de los políticos de
turno. A una novillada no se le puede poner el 21% de I.V.A ni imponer los
enormes gastos que conlleva el montarla. Una novillada además debería ser un
espectáculo amateur y por tanto permitirles a los novilleros reducir costes en
cuanto a cuadrillas. Con dos banderilleros y un picador sería suficiente.
Consecuencia: las novilladas son deficitarias, luego cada vez hay menos
empresarios que las organizan. Por tanto, al no haber casi novilladas los
novilleros no están tan preparados como hace años. En esas circunstancias van a
Madrid y pasa lo que pasa. Se juegan todo a una tarde, salen muy tensionados y
encima se les exige como si fueran figuras del toreo. Resultado: o se estrellan
o van a la Enfermería. Los casos raros en los que cortan alguna oreja suele ser
más por paisanaje que por otra cosa. Actuaciones rotundas para que el chaval
pueda salir lanzado de Madrid, ninguna. A las pruebas me remito. Antes un
novillero se rodaba por los pueblos y luego iba a Madrid a pegar el zambombazo
y ponerse en figura de cara a una muy cercana alternativa. Ahora es al
contrario. El mundo al revés. Lamentablemente no queda otra opción.
La segunda
raíz apunta directamente al novillo de Madrid. Pero no al animal en sí. Ni
siquiera al que lo lleva. La raíz del problema es el sector de la afición de
Madrid que exige ese novillo. Ya sabes: burro grande ande o no ande. Mucha caja
y pitones que no falten. Puedo asegurar que los novillos más bastos y peor
hechos que he visto en mi vida ha sido en Madrid. Claro, allí no se puede
llevar una novillada bonita porque los justicieros de siempre pondrían el grito
en el cielo. Mal. Muy mal. Y mal la empresa y el equipo veterinario por
plegarse a unas exigencias tan brutales para con los chavales. Nunca un público
de una plaza de toros ha infundido tanto miedo en los que manejan el cotarro.
Así pasa. Eso sí, luego sale una corrida horrible de hechuras de un encaste de
los que ellos idolatran ahí nadie dice ni pío. El mundo al revés de nuevo. Y es
que el agrandamiento del toro de Madrid desde mediados de los años setenta a
esta parte no parece conocer límites.
Por
suerte, estos dos últimos domingos han salido dos novilladas más aptas en
hechuras que entre todas las que llevamos este verano. Pero para ello han
tenido que caer heridos hasta once novilleros, alguno de los cuales de extrema
gravedad. Es absurdo que haya que rozar la tragedia tarde tras tarde para que
nos demos cuenta de que este no es el camino. Tampoco hablo de cuidar en exceso
a los novilleros. Esta es una profesión dura y cualquier animal que salga por
toriles te puede matar. Eso lo tienen claro y asumido todos aquellos que se
ponen delante tarde tras tarde. Yo de lo que hablo es de tener sentido común,
que por otra parte es el menos común de los sentidos.
Cuidemos la cantera. Son el futuro de
la Fiesta. Si nos los cargamos, si los desilusionamos, esto tiene los días
contados. La Fiesta se acabará cuando no quede un sólo hombre que sea capaz de
ponerse delante de un animal bravo. Mientras tanto nadie podrá con nosotros.
Aún así no nos tiremos piedras contra nuestro propio tejado. Exijamos lo justo
y necesario dependiendo quién esté delante y con qué. No nos volvamos locos
porque a este paso ni el más chalao de los chavales querrá ser torero. Y
eso que para serlo ya hay que estarlo bastante
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