De toda la vida de Dios hemos
visto cómo muchos matadores de toros retirados de vez en cuando han vuelto a pisar
la arena para torear algún que otro festival benéfico. Repito: festival. Ahora,
en cambio, se ha dado un paso más allá y esas reapariciones fugaces se hacen
enfundados ni más ni menos que en el sagrado chispeante. Casi siempre suelo
estar en desacuerdo con las modas, y esta no va a ser menos.
Creo firmemente que el Toreo es
algo mucho más serio de lo que muchos se lo están tomando. Y lo digo con el
mayor de los respetos a esos matadores retirados que, como no, se van a jugar
la vida únicamente una tarde tras varios años en casa disfrutando de sus éxitos
pasados. Una cosa no quita la otra. Pero como digo, el Toreo es algo mucho más
grande que eso. Considero que los toreros que van a hacer el paseíllo en
cincuenta o sesenta ocasiones esta temporada en todo tipo de plazas merecen un
respeto mayor por parte de sus ex compañeros de escalafón. Porque los que están
diariamente al pié del cañón son los que merecen las atenciones de aficionados
y medios de comunicación, y no el ex espada que lleva diez o doce años retirado
de los ruedos. Además, muchos de ellos tienen la posibilidad de matar el
gusanillo en el campo, porque casi todos están ricos y tienen medios
suficientes para hacerlo.
Nunca he sido partidario de las
reapariciones de los toreros. Es más, considero que cuando un matador se retira
debería ser para siempre. Tanto si te has ido tú como si ha sido el público el
que te ha echado -cosa que es mucho más hiriente y triste-, lo que has hecho en
los ruedos hecho está. Y si se ha decidido la retirada debe ser con todas las
consecuencias. Eso a todas luces es una lección de hombría y seriedad. El irte
y volver otra vez una o más veces creo que resta seriedad a la carrera de un
torero. En algunos casos esa situación eclipsa la gran trayectoria del matador -me
estoy acordando ahora mismo de Ángel Teruel padre-, y en otros casos aniquila
los buenos recuerdos de una gran trayectoria profesional, dejándote como se
suele decir a la altura del betún -me estoy acordando de las últimas temporadas
de Ortega Cano, donde el ridículo fue la nota predominante en sus actuaciones.
Creo que un torero debe saber
cuándo se tiene que ir. Y cuando lo haga que sea para siempre. Y, como digo,
debe tener la capacidad para darse cuenta cuándo es el momento justo de colgar
el vestido de torear. Algunos desgraciadamente no han tenido esa capacidad y ha
sido el público, la prensa o ambos a la vez los que le han acabado echando.
Algo como digo muy triste.
Si estoy en contra de la
reaparición por un día de un determinado torero es también porque su actuación
suele ser más bien un simulacro de corrida. Generalmente en este tipo de
espectáculo taurino-festivo el toro no existe o, si existe, se procura que sea
lo más cómodo posible no vaya a estropear la fiesta. Por ahí no paso. Si se
reaparece, aunque sólo sea para una tarde, ha de hacerse con todas las
consecuencias. Con un toro serio e íntegro, con sus pitones inalterados, que ya
nos conocemos. Todo lo que no sea eso es un espectáculo vacío y sin ninguna
carga dramática y emocional, que es lo que debe primar en la Fiesta si la
queremos conservar. Para reírnos y comer palomitas ya hay demasiados
espectáculos hoy en día.
Por tanto, cuidado con esas
reapariciones por un día vestido de luces. Cierto es que cada uno con su vida
puede hacer lo que quiera, pero pienso que hay que respetar más tanto a los que
están día a día batiéndose el cobre por las plazas como a la propia Fiesta en
sí. Los festivales con leyendas del Toreo retiradas siempre han sido algo muy
torero y respetable. El vestido de torear es otra cosa. Seamos serios y
proyectemos esa seriedad a la propia Fiesta y a la sociedad. Sólo así
conseguiremos que no nos tomen tan a pitorreo. Y es que hoy en día el horno no
está para bollos...
No hay comentarios:
Publicar un comentario