Naturalmente
que lo hizo. Y cómo lo hizo. Naturalmente que se veía venir porque Pablo
siempre lo ha llevado dentro. No ahora. Siempre. Naturalmente que esa tarde
tenía que ir vestido de nazareno y oro. De "Gran Poder" y oro, mejor
dicho. Naturalmente que su toreo fue natural. Sevillano. Templado. Relajado. De
pellizco. Naturalmente natural. Con un capote inmenso y una muleta portentosa.
Naturalmente bello. Sin forzar nada. Sin estridencias. Naturalmente a compás.
Con ritmo. Con esa cadencia que sólo poseen los elegidos. Naturalmente que los
mató bien y por arriba, porque ni siquiera la espada, esa espada que tantos
triunfos le ha quitado, quiso estropear una tarde tan sublime. Una tarde tan
perfecta.
Pablo
Aguado lleva mucho tiempo toreando así, pero naturalmente han tenido que ser
Sevilla y Madrid o Madrid y sobre todo Sevilla las plazas que lo hayan
consagrado. Pero ese toreo estaba ahí desde siempre. Esa forma de entender su
profesión y la vida. Natural. Naturalmente natural.
Han
pasado cinco días desde el suceso de Sevilla y todavía no he encontrado las
palabras para definir lo que allí ocurrió. Naturalmente que nunca hay palabras
para describir aquello que se sale de lo normal. No las hay porque no existen.
Y quien diga lo contrario miente. Tan sólo se que temblaron los cimientos de La
Maestranza y las almas de las miles de almas que allí estábamos. Y es que era
natural que esto sucediera. Naturalmente natural.
La tarde del 10 de mayo de 2019 se recordará para
siempre en Sevilla y en todo el Toreo. Pasará el tiempo y su recuerdo
permanecerá intacto. Fresco. Natural. No envejecerá. Y no lo hará porque lo
clásico, lo auténtico y lo natural nunca envejece. Es eterno. Es bello y eterno
como lo que le hizo Pablo a sus dos toros. Es y será naturalmente natural. Y
sanseacabó.
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