jueves, 22 de marzo de 2018

Que no se pierdan

Todavía y de vez en cuando sale un chaval distinto a todos. En pequeñas proporciones. Pero sale. Uno de cada cien. O de cada doscientos. Chavales que no siguen una norma. Un patrón. Un molde fabricado al corte y gusto de una determinada Escuela Taurina. De un determinado profesor de una determinada Escuela Taurina. Todavía, pocos, salen de vez en cuando. Y ahora en estos momentos tenemos varios.
Huyo de los términos medios. Me gustan los extremos. Los términos medios me aburren. No me dicen nada. Son más de lo mismo. Y si rebuscamos y nos fijamos bien, hay extremos. Cuesta encontrarlos, pero los hay. El problema es que el aficionado está ciego. No ve. No siente. No se fija en los detalles. En los matices de una tarde de toros por muy aburrida que esta sea. Qué le vamos a hacer.
Hoy mismo tenemos entre nosotros unos cuantos matadores de toros y novilleros que no son más de lo mismo. Que son especiales. Que no son más de lo mismo. Que tienen algo distinto a los demás. A los del molde. Que tienen una sensibilidad y un gusto y elegancia natural y especial. Que son puros artistas, en una palabra. Y en el otro extremo, también los hay que sólo tienen valor y muy poca técnica. Que están más verdes que una lechuga pero que por ello mismo emocionan con todo lo que hacen en el ruedo. Y la mayoría de ellos, tanto de un extremo como de otro están en casa sin ver un pitón. Viéndolas venir. Y todo el que manda un poco en esto los conoce. Qué curioso.
Esos toreros no se pueden perder nunca. Ni los de un extremo ni los del otro. No podemos permitir que se pierdan. La Fiesta se ha alimentado de esos extremos durante toda su historia hasta que aparecieron las Escuelas Taurinas. No soy enemigo de las Escuelas. Que conste. Creo que son necesarias para que los chavales aprendan la técnica básica de torear. Para que se rueden en el campo sin que arruinen a sus padres. Pero ya está. Lo demás sobra. Y si un chaval lleva un Rafael de Paula dentro hay que dejarle que lo saque. Como si lo que tiene en la cabeza es un Manuel Benítez "El Cordobés". O si no lleva ni a uno ni a otro. La cuestión es dejarles que saquen lo que lleven dentro. Lo que sea que lleven dentro. Pero imponer un concepto, a otros, a esos que no tienen personalidad y que a buen seguro no van a llegar a nada. Y me apuesto un café.
Estoy cansado de ver chavales hechos con el mismo patrón. Estoy cansado de ver chavales que torean igual. Que si los ves de espaldas parecen todos el mismo. Tenemos que proteger la diversidad. Darle cabida a los muchos y muy buenos que son distintos. Que no tienen nada que ver con los demás. A los artistas. A los exquisitos. A los tremendistas. A esos que cada tarde salen con cinco o seis volteretas en lo alto. La fiesta es ante todo emoción, y la emoción siempre viene dada por los extremos. Y no sólo en el Toreo: en cualquier aspecto de la vida.
Un día un amigo no aficionado me dijo que no iba a los toros porque eran muy aburridos. Que las dos veces que había ido en su vida se había dormido literalmente en el tendido. Me dijo que allí no había pasado nada que le hubiera hecho dar un salto del asiento. Y lo queramos o no, ese es el sentir de mucha gente. Y es que hasta los que morimos por esto nos pasa lo mismo demasiadas veces. Es por ello que hay que dar coba a los extremos. Al superclase y al torpe. Tenemos que protegerlos. Cuidarlos y sobre todo ponerlos a torear. Sólo así nadie nos podrá decir nunca que esto es aburrido, aunque la mayoría de las veces tengan razón. Y es que el principal enemigo de la Fiesta es precisamente ese: el aburrimiento.

No hay comentarios:

Publicar un comentario