Dos faenas que salvaron dos tardes a la deriva. Dos
faenas repletas de torería. Dos extremeños haciendo el toreo caro. Dos obras
desbordadas de algo que por desgracia cada tarde se ve menos en las plazas:
naturalidad. Sí, naturalidad. Sobran muchos dedos de una mano para citar
nombres de toreros que lleven a gala eso de la naturalidad. Ferrera y Talavante
son dos de esos dedos.
Esa es la grandeza de este espectáculo. Esa es la
magia. Estás allí y no pasa nada. Te aburres. Miras a cualquier parte de la
plaza. Miras tu teléfono mil veces. Allí sigue sin ocurrir nada. Para qué habré
venido... Y de repente surge algo. Algo grande. Algo mágico. Un hombre se distingue
del resto de los mortales. Un hombre se distingue del resto de los toreros. Y
entonces, en cinco minutos y con apenas quince muletazos aquello se pone boca
abajo. Ya nadie mira los teléfonos. Todo el mundo mira a la arena. Allí está
pasando algo muy gordo. Ahora sí. Todas las caras cambian de expresión. Y del
aburrimiento se pasa a la más excelsa emoción.
Cuesta digerir el cómo, el cuándo y el por qué de las
últimas faenas de Ferrera y Talavante en Madrid. Cuesta hasta soñarlas. Cuesta
ver a dos hombres con más naturalidad delante de un toro. Costará mucho ver
algo tan puro durante toda la Feria como lo hecho por esos dos genios del
toreo. Y es que estos dos conocen el fuego por dentro.
Pureza. Torería. Brevedad. Y sobre todo
naturalidad. Na-tu-ra-li-dad. Cuando un torero reúne todo eso lo demás pasa a
un segundo plano. Incluso la condición del toro que se tiene delante. Cuando un
torero se pone ahí con la izquierda, desnudando su alma para ofrecerla al
servicio de la pureza y la emoción. Cuando un torero se pone ahí y se los pasa
roto suavizando la violencia de la bestia que tiene delante y del mismo mundo
que le rodea. Cuando se hunde el mentón en la barbilla hasta hacerse daño.
Cuando se mira al tendido con la soberbia de quien se sabe autor de una obra
inmensa pero efímera. Un suspiro y a por la espada. Un suspiro y aquello ya ha
acabado. Eso amigo no puede durar mucho. No hay corazón que lo aguante.