lunes, 7 de enero de 2013

El toro de América...

En estos meses de largo parón invernal, en lo que se refiere a espectáculos taurinos en España, vemos cómo en sudamérica se desarrollan las principales ferias taurinas del año. A través de Canal Plus toros podemos seguir las corridas de la plaza Méjico y a través de algunos portales de internet y programas como Tendido Cero, podemos ver los resúmenes de los espectáculos taurinos que se desarrollan en otras ferias del continente americano. Y lo que se puede ver en esos espectáculos, en cuanto al toro, es penoso. Así de simple. Exceptuando la feria de Guadalajara (Méjico) y a pesar de que la presencia del toro allí ha bajado algo con respecto a tiempos pasados, lo que se ve en el resto de ferias es de juzgado de guardia. Un toro anovillado, cornicorto hasta decir basta, arreglado de pitones en muchos casos y de comportamiento soso y bobalicón. Y realmente me da igual que la procedencia de muchas ganaderías sudamericanas sea Saltillo y Santa Coloma. Un toro debe tener presencia de toro independientemente de la sangre que corra por sus venas. Un Saltillo o un Santa Coloma con esas hechuras no dan miedo y ni siquiera imponen el mínimo respeto que debe imponer un toro bravo. Lamentable. Y lamentable los esperpénticos espectáculos que se pueden ver en esas ferias sobre todo cuando torean las figuras. Para muestra un botón. Bochornosa fue la corrida del pasado día 2 de diciembre de 2012 en Lima (Perú), en la que torearon Ponce, Juli y Manzanares con una corrida de Roberto Puga que fue de todo menos corrida de toros. Por unas horas, los tres espadas españoles regresaron a su años de novilleros sin caballos, ya que los animales que tenían delante dudo de que hasta hubieran cumplido los cuatro años. El público se enfadó y con razón, provocando que se devolvieran varios de los toros de la ganadería titular. Lo más grave es que esta situación se repite tarde tras tarde en la mayoría de plazas sudamericanas, principalmente en las de más relumbrón y con las figuras en los carteles. Luego ves reportajes de pueblos sudamericanos de mala muerte, en el interior del país, y ves que ahí el toro es más grande y más salvaje, en el sentido de que parece el toro que se lidiaba en España en el siglo XIX. En resumidas cuentas, todo un despropósito. Dice Talavante que le encanta el toro mejicano porque embiste con más temple, con más cadencia y son, más despacito y suave que el toro español. En eso puedo estar de acuerdo con él aunque no al 100%. Lo que habría que preguntarle a Talavante es si en ese amor que siente por el toro de Méjico tiene algo que ver la presencia y las hechuras del mismo. Seguro que diría que no, pero con la boca pequeña. Veo todas las corridas americanas que puedo, y sigo los resúmenes en la televisión y en internet, pero más para calmar mi sed de toros que por otra cosa. Algunas veces, viendo dichas corridas, me pregunto si ese tipo de espectáculo es digno de ver, si merece la pena que una familia mejicana o peruana se pase todo un año ahorrando para sacar el abono de una feria taurina en la que les van a tomar el pelo y poco menos que se van a reir de ellos. Normal que de vez en cuando monten en cólera. Aquí, en España, pasa algo parecido, con la excepción de que los empresarios sudamericanos tienen al aficionado como un tonto sin cultura taurina mientras que en nuestro país se nos tiene algo más de consideración, aunque no mucha más. En España, la mayoría de los ganaderos han criado y crian el toro que le piden las figuras, en vez del que pide el aficionado. Gran error de apreciación. Si la fiesta de los toros sigue viva es porque hay una cantidad considerable de gente (cada vez menos) que va a los festejos taurinos. Y es al aficionado y al toro a los que se les debe de cuidar, más que a los propios toreros, que ya cobran lo suyo por jugarse la vida, como ha sido siempre. Lo he dicho mil veces en mi blog. Sin toro no hay fiesta. Y el toro tiene que dar miedo, no pena. Tampoco veo bien que a los ganaderos se les esté llamando últimamente ganaduros. Hoy en día sólo hay cuatro o cinco ganaderías que funcionen bien y que ganen dinero de verdad. En el resto todo son pérdidas. Aún así, todas sin distinción deben de hacer caso a los aficionados y criar el toro que merece este espectáculo, sea aquí en España, en América o en la Cochinchina. Si no, la gente, el aficionado, dejará de ir a las plazas de toros y acabaremos por rematar a un enfermo cuya agonía ya dura demasiado tiempo y nos está siendo indiferente.

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